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Opinión

29 de Marzo de 2015

Archivo The Clinic: Un amor en Budapest

Manuel Leonidas Guerrero Ceballos no soportaba el exilio. Estuvo en Suecia, Holanda y Hungría, pero nunca quiso establecerse, andaba con sus maletas listas para regresar a Chile. El 81 logró su objetivo, de vuelta en su país fue profesor en el colegio Latinoamericano. Desde ahí desapareció una mañana de fines de marzo. Estuvo detenido en un retén de carabineros junto a Manuel Parada y a Santiago Nattino. Al día siguiente, lo introdujeron en el maletero de un vehículo y lo trasladaron a un terreno baldío en la comuna de Quilicura, frente al aeropuerto. Horas más tarde, en ese mismo lugar, fueron hallados los tres cuerpos, degollados, a 200 metros de distancia uno del otro.

Owana Madera
Owana Madera
Por

GUERRERO CEBALLOS MANUEL LEONIDAS
A los 20 años me tocó trabajar en la sede de coordinación exterior que la JJCC estableció en Hungría. Como llegué muy chica a ese país, no me costó nada aprender el idioma, así es que trabajaba haciendo traducciones. Fue entonces cuando conocí a Manuel y me enamoré al tiro.

En la oficina todos se daban cuenta porque yo fui muy catete. Lo invitaba al cine, lo sacaba a bailar, insistí mucho y él me rechazaba todo el tiempo. Tuve que hacer un doble esfuerzo. Primero, superar el trauma que le había causado su reciente separación y después el tema de la diferencia de edad, que no era poca. Creo que finalmente lo conquisté por cansancio.

Después de una fiesta le pedí si me podía quedar a dormir en su casa porque yo vivía muy lejos. Tuve que prometerle que me iba a portar bien para que accediera. Me acuerdo que estuvimos conversando muchas horas sentados en el sillón cama que me pasó. No me aguanté y le di un beso. Se complicó entero y se fue a dormir. Fue un rechazo tremendo, pero yo no iba a claudicar por eso. Estaba realmente enamorada.

La primera muestra de que algo había avanzado en mi conquista fue durante un encuentro que se organizó en Checoslovaquia. Nos reunimos en Praga con varios compañeros del partido. Como éramos muy pocas las mujeres, habían hartos muchachos rondándonos siempre. Recuerdo que una noche me quedé hasta muy tarde con un grupo, conversando, riéndonos. A la mañana siguiente, Manuel apareció muy serio a pedirme que conversáramos. Salimos a la calle, estaba nevando y él me retaba, muy cuadrado con el asunto de los horarios y la disciplina. Era un real ataque de celos y me encantó. Al fin tuve un primer indicio de que también había algo de interés de su parte.

Cuando volvimos a Hungría, la relación empezó a tomar forma muy de a poco. Él hizo un viaje por Latinoamérica y a su regreso me entregó unos poemas que me había escrito. Ese gesto me permitió respirar en paz, por fin había cedido.

Manuel vivía casi con las maletas hechas para regresar a Chile. Nunca aprendió el idioma, leía El Mercurio todos los días, le mandaban la revista Hoy, la Análisis, siempre tuvo en mente la idea de volver.

En noviembre del 81 hizo un intento de regresar. Yo no viajé con él porque era casi imposible que lo dejaran entrar. Sin embargo, no hubo problemas, Manuel se instaló en Chile y a los pocos meses, me vine yo.
Mi vida en Santiago giraba en torno a él, su familia y sus amigos, porque yo no conocía a nadie aquí. En la casa cocinaba él y lo hacía muy bien. Yo siempre le decía que era un mal pobre porque preparaba unos platos súper complicados que había aprendido en los países donde estuvo exiliado.

En diciembre del 82 salió una orden de expulsión en su contra. No soportaba la idea de volver al exilio, así es que nos fuimos a la playa todo el verano a esperar que se calmaran las aguas.

En febrero apareció la anulación del decreto de expulsión. Regresamos a Santiago y Manuel entró a hacer clases al Colegio Latinoamericano de Integración. El 29 de marzo de 1985 a las 08.15 horas, fue detenido cuando llegaba a su trabajo. Tenía 36 años y no alcanzó a saber que íbamos a ser padres. Ni siquiera yo sabía que estaba embarazada cuando lo asesinaron. No teníamos planeado tener hijos.

El asesinato de Manuel me dejó en estado de shock, no recuerdo esos días. Tenía 25 años y no quería seguir viviendo. 15 días más tarde, la noticia de que la Manuela, nuestra hija, venía en camino fue un tremendo regalo que me devolvió las ganas de vivir.

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