Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Nacional

5 de Abril de 2015

Historias: El drama de los chilenos encalillados para comer

Puede darse por la buena voluntad de un almacén de barrio o por un sistema de tarjetas de consumo que atrapa hasta a sus mismos vendedores, lo concreto es que el endeudamiento alcanza al 68% de los hogares del país. Pero lejos de la caricatura de encalillarse por un plasma o por unas zapatillas de marca, los estudios revelan que un 30% de los chilenos se endeuda simplemente para llevar algo para comer a sus casas.

Por

El-drama-de-LOS-CHILENOS-ENCALILLADOS-PARA-COMER

ENDEUDADO EN SU MISMA EMPRESA

Es el primer día de trabajo de José Tapia en las oficinas de Presto. Luego de una mala racha, al fin abandonaba la cesantía. Esa mañana fue recibido por sus nuevos compañeros de trabajo y comenzaba a sentirse menos acogotado, pero esa sensación de alivio no duró mucho. Cada llamada de su celular le recordaba que estaba económicamente hundido. Durante ese día -al igual que los últimos meses- su teléfono recibía alrededor de 20 llamadas diarias con amenazas de embargo. “Póngase a la fila, ¡ya le tocará su turno!”, contestaba frustrado, pero nada conseguía frenar la insistencia para cobrarle una deuda por alimentos que partió en 300 mil pesos y se transformó, sumando intereses y mora, en 1 millón 200 mil pesos. Él es uno de esos casi 5 millones de chilenos (27,6%) a los que, según el estudio de la OCDE 2014 Society at a Glance, no le alcanza el dinero para alimentar a su familia.

La ironía es que la deuda que atormentaba a José era justamente con su nuevo empleador: Presto.
José arrastraba una deuda luego de tiempos difíciles. En 2008 era jefe de finanzas de una empresa gráfica y de un momento a otro se quedó sin nada. La sociedad quebró por problemas con los pagos de servicios para una campaña política y, para colmo, cuando fueron a cobrar parte de las platas con el dueño, los asaltaron y recibió un balazo en la mano y en los pies. Sin trabajo por un largo tiempo, hizo malabares con los ahorros y el seguro de cesantía, pero no fue suficiente. “Uno tiene que ocupar todos los medios para subsistir y ahí la tarjeta de crédito es la única opción que hay para esperar una mejor etapa”, dice José. Como muchos chilenos, echó mano a las tarjetas comerciales para alimentar a su familia.

Cuando encontró trabajo en Presto nadie le pidió sus antecedentes financieros. Empezó trabajando por el sueldo mínimo en el área de operaciones de post venta y, al estilo de las oficinas salitreras con su sistema de pulperías, prácticamente le devolvía todo su sueldo a sus empleadores pagando una deuda que era por gastos de alimentos. “Era mortificante, por eso me sentía muy identificado con la gente que me llegaba a reclamar, porque eran las mismas dudas que tenía yo: ¿Por qué se produce tanta deuda?, ¿por qué me subieron tanto las deudas a mí?”. Aún no tiene una respuesta clara. Hoy y luego de tres años en la empresa, logró un préstamo en la banca de 6 millones (en 60 cuotas) para pagar todas sus deudas, la única que no repactó fue la de Presto.
En Chile más de once millones de tarjetas de crédito de casas comerciales se encuentran activas. Según la Encuesta Financiera de Hogares 2011 del Banco Central (EFH), el 44,9% de los hogares se encuentran endeudados con ellas. Los porcentajes no varían mucho según los estratos de la encuesta: el 42,2% de los hogares más pobres y el 43,1% de los más ricos son deudores de estas tarjetas.

La diferencia está en el “para qué”. La última Encuesta de Presupuestos Familiares del INE revela que los hogares del menor ingreso de la muestra gastan el 28,6% de su sueldo en alimentos, mientras que las de mayor ingreso lo hacen solo en el 12,2%, porcentaje superado incluso por su gasto en transportes (19%). Los datos del Fosis corroboran la tendencia y muestran que el 41% de las familias más pobres de Chile debe endeudarse para cubrir necesidades básicas.

“Históricamente el endeudamiento comercial estaba restringido a hogares de altos ingresos o bien a empresas. La tarjeta Presto en 1996 abrió paso a un hecho casi inédito a nivel mundial, que fue la posibilidad de endeudarse para necesidades básicas”, explica Alexander Páez, sociólogo de la Unidad de Estadísticas del Trabajo de la Fundación Sol.

Actualmente, José es el presidente del sindicato de trabajadores de Presto. De sus dirigentes, dos tercios está endeudado con la tarjeta. Explica que la empresa antes pagaba a sus vendedores el sueldo mínimo más comisiones de cuatro mil pesos por tarjeta vendida, pero que después de diciembre cambiaron las condiciones y, para conseguir la comisión completa, ahora hay que lograr que el cliente use la tarjeta dentro de un mes. “Acá es solamente producción, son tantas las metas que tienen los ejecutivos, tantas las exigencias, que se podría decir que, entre comillas, se les presiona para engañar a la gente, porque no les dan la información que corresponde”, sostiene Tapia.

Luego de negociaciones, José al fin pudo nivelar su sueldo de dirigente sindical a lo que podría ganar con las comisiones, cerca de 600 mil pesos líquidos. Según la Encuesta Nacional de Trabajo y Salud (ENETS) 2010 del Ministerio de Salud y Trabajo, existe un 40% de los trabajadores no calificados que no les alcanza el ingreso para pagar gastos básicos como alimentación y vestuario, de los cuales, entre quienes tienen tarjeta de crédito, el 55% la ocupaba para esos gastos. “Lo básico debería estar contemplado en las liquidaciones de sueldo. Eso de endeudarse por comida no debería ser”, afirma José.

FORZADA A TENER TARJETA

Luisa (29), eludió las tarjetas como pudo. Luego de vivir dos años y medio en un campamento, dice haber aprendido a vivir con una luca al día, por lo que no quería tener algo que la tentara a endeudarse.

A pesar de haber adquirido una vivienda social en Valdivia y de que su pareja tuviera el sueldo mínimo, seguía sin querer acceder a un crédito. Cuando iba a las ferreterías a comprar implementos para mejorar su casa, le decían en la caja: “¡Pero compre con tarjeta, si tiene descuento!”. No les hacía caso. Se quedaba afuera, esperando a que otra gente con tarjeta pasara y, una vez ahí, les pedía si le podían comprar lo que ella necesitaba y luego les pagaba al contado. Muchos accedían para acumular puntos.

Todo cambió una vez que nació su hijo. Se preparó económicamente durante meses para tenerlo, pero no tenía cómo predecir que sufriría de alergia alimentaria. En busca de medicamentos para su hijo, se encontró con que las farmacias también ofrecían descuentos por tarjeta.

Fue entonces que cedió. Ya no podía seguir dependiendo de las tarjetas prestadas, por lo que consiguió una Cencosud, una Falabella y una Tricot. “En cierto modo el sistema te obliga a tener la tarjeta sí o sí, –dice Luisa–, si no, pagái más caro”.

Pero una cosa son los descuentos de las tarjetas y otra el impacto de sus tasas de interés en familias de bajos recursos. Alexander Páez, de la Fundación Sol, asegura que las tarjetas generan un crédito estratificado. “Según la EFH, para el 50% de los hogares más pobres, el 45% de los ingresos mensuales se va en el pago de la deuda, en contraste con el 25% que se va en los hogares del 20% más rico de la población. Es decir, el endeudamiento de los más pobres para cubrir necesidades básicas es más caro y ocupa mayor parte de su presupuesto que para los hogares de más altos ingresos, que se endeudan por bienes más caros y de aumento de patrimonio, como autos y casas. Además, muchas veces tienen la opción de pagar en cuotas sin interés”.

En el caso de Luisa, además de pedir fiado en un local por alrededor de 30 mil pesos, debe consumir lo que le falta de mercadería en el mes en supermercados. Ante cualquier eventualidad, como un gasto importante en los medicamentos de su hijo o en algún producto básico de su casa que falle, tiene que ocupar la tarjeta para los alimentos. Luego de un año con el crédito, y a pesar de intentar endeudarse en forma responsable a no más de tres meses y por montos inferiores a los 30 mil pesos, ya ha visto cómo su deuda inicial de 15 mil se cuadriplicó. “Nunca nadie te explica cómo funcionan los cargos de la tarjeta, uno va con la plata justita para pagar la cuota y, como no alcanza, después hay que andar sacando de otros lados”, dice Luisa, quien, de no ser por el “alivio enorme” que significaron las 120 lucas que recibió del Bono Marzo, habría tenido que sobre endeudarse por meses.

LO RURAL: EL PRÉSTAMO Y EL FIADO

“Cerrado por vacaciones desde el 11 al 19 de enero”.

Era una merecida semana de descanso para los dueños del almacén “Paola”, luego de doce años sin cerrar un solo día. A pesar de estar lejos de ser el único proveedor de alimentos de la Villa Alhué, el anuncio fue puesto con semanas de anticipación, casi a modo de alerta.

Para los dueños significaba una semana sin vender. Para otros, de no ver el cartel a tiempo, podría significar una semana sin comer. Ernesto Acevedo es uno de esos 20 habitantes que pide fiado en el local. “Fue una semana lo que cerraron, pero para mí fue como un mes”.

Ernesto Acevedo nació rucio. “Negro como sartén”, pero rucio. Ocupaba una boina cuando chico hasta que, cabeceando una pelota en el colegio Parroquial, su cabello quedó al descubierto. Tenía 8 años entonces pero hasta hoy, con 78 y con el pelo negro de tanto rasurarse para que cambiara de color, el pueblo lo conoce como “Pelito de liebre”.

Vive al lado del puente que da la bienvenida a la Villa Alhué, una de las zonas rurales de la Región Metropolitana, a 133 kilómetros de Santiago. En ella, hombres de chupalla se sientan largas horas fuera de su casa a simplemente mirar la calle, grutas de la virgen de Lourdes se ven en los jardines y los murales del pueblo aún lucen mensajes de “¡No a la cárcel en Alhué!”, como recordatorio de la lucha que dieron sus habitantes en 2011.

El trabajo como jornalero de Pelito de liebre en la municipalidad le da el sueldo mínimo que, por descuentos en previsión y salud, queda en 180 mil pesos. Su pensión asistencial, de 85 mil, se va completa en la comida de sus “bestias”. El costo de las 100 colisas de paja para sus caballos son 250 mil pesos y las paga en cinco cuotas de 50 mil. Los 100 litros de agua diarios que consumen hacen que la cuenta del agua le salga 20 mil pesos, más otros 20 mil de luz por regar a bombeo. “Me sale pesado, pero a veces es bueno porque si hay un apuro de enfermedad y no tengo plata, puedo vender un animal y salir del apuro”, dice Ernesto, quien una vez tuvo que vender todas las vacas que tenía luego de estar 18 días tomando, según él porque lo envenenaron. “Eso de haber tenido y quedar de brazos cruzados no es na’ bonito”, dice.

De acuerdo a la EFH 2011 del Banco Central, el 12,7% de los hogares chilenos entre el primer y el quinto decil declaran tener “otras deudas” (fiados y préstamos informales). Pelito de liebre, quien no cuenta con tarjetas en casas comerciales, es uno de ellos. Todos los alimentos para él y su hija los pide sin interés vía fiado, el crédito más antiguo de Chile.

La encargada del local, Juana Sánchez, lleva las cuentas de fiado en un cuaderno Rhein con papelitos rojos que ordenan a los deudores alfabéticamente. Los montos pueden llegar a tres millones para las pensiones de Alhué o a 200 mil para personas particulares. Pelito de Liebre es el segundo de mayor edad de la lista.

Pero el fiado tiene sus riesgos: en 2012 una empresa de asesoría minera quebró y se fue de la zona con una deuda de más de dos millones. Otra vez, un joven hizo “perro muerto” con 300 mil pesos. Desde ahí que Juana ya no suma gente nueva al cuaderno y el mensaje que tiene en la caja registradora es claro: “Con qué cara pide fiado, si cuando tiene plata compra en otro lado”.
La gente lleva los productos llamados económicos. Arroz Salomón de 750, aceite Coliseo de mil. Lo único que no compra económico son los fideos porque, según cuenta Juana, la gente los encuentra malos y prefiere Luchetti o Carozzi.

Ernesto, como otros habitantes de zonas rurales, acompaña sus compras con las papas que siembra, los huevos de sus gallinas o alguna gallina misma. A fin de mes paga sus deudas en el almacén que pueden llegar hasta 160 mil pesos, más unos 20 mil que a escondidas le fían a su hija en papas fritas, sufflés o postres Chandelle. Él nunca le ha dicho nada.

Un estudio de la Fundación para la Superación de la Pobreza sobre endeudamiento de familias vulnerables en zonas tan rurales de la RM revela que este se da principalmente por vías informales, como el fiado o préstamo familiar, a pesar del 66% de personas que accede a tarjetas de consumo en ellas. “Estamos en niveles donde el ingreso no alcanza para cubrir lo básico y las familias están forzadas a acceder al endeudamiento como herramienta de subsistir. No se ve como una inversión, como puede ser un crédito educacional, sino que se ve netamente como un problema”, explica Margarita Fuentes, encargada regional de Propuestas País de la fundación.

Invirtiendo justamente en la educación de su hija, Ernesto tuvo que apretarse el cinturón con alrededor de 100 mil pesos para los útiles de colegio. Asegura que tendrá que encalillarse más, pero que el alimento siempre será su prioridad. “Mire estos pantalones, estos se parchan. Las tripas no se parchan na”.

Notas relacionadas