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Cultura

14 de Abril de 2015

Columna: Ganaron los malos Galeano

“Se fue uno de los nuestros”, dice una compañera de trabajo y ahí están las letras de tibio azul del diario El País confirmando la noticia Eduardo Galeano muere a los 74 años con los pulmones podridos por un cáncer en Montevideo. Nunca vi sus ojos celestes frente a frente, pero hace 8 años lo […]

Rodrigo Quiroz Castro
Rodrigo Quiroz Castro
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“Se fue uno de los nuestros”, dice una compañera de trabajo y ahí están las letras de tibio azul del diario El País confirmando la noticia

Eduardo Galeano muere a los 74 años con los pulmones podridos por un cáncer en Montevideo. Nunca vi sus ojos celestes frente a frente, pero hace 8 años lo entrevisté para La Nación Domingo y me pareció un tipo generoso, un arqueólogo de palabras y saberes que desempolvaba con sencillez y cuidado el valor de los antepasados, el respeto por la naturaleza, la convicción en la justicia social.

Como referente de la intelectualidad de izquierda, esa que en su mayoría fue arrastrada por las necesidades del mercado (quién no?, oee), no le pillé inconsistencias. Seguía teniendo esperanzas en un mundo con más leche para todos y recordaba de nuestro país el proceso de Allende y una discusión de una pareja de amantes en calle San Diego.

Como amaba el fútbol, intercambiamos recuerdos por correo: ¿Pelé o Maradona?, El Maracanazo, un perdido equipo checheno que defendía en la cancha su derecho a la libertad. Galeano siempre se ponía al lado de los perdedores de la historia, esperando en silencio y con el corazón desnudo la hora que el chico se vengara de tanta injusticia cometida por el grande.

Lo mejor fue que después de la entrevista, que circunscribió a la conversación en torno a su último libro de esa época, “Bocas del tiempo”, le volví a escribir pidiéndole reproducir semanalmente fragmentos de su libro: me respondió que sí, que lo hiciera citando el nombre del libro y la editorial.

El viejo Galeano sabía que “sus balbuceos” podrían interesar y acompañar a alguien por estos lados.

Publiqué la columna poco más de un año hasta que el material se agotó. En algún cajón tengo el sobre de papel donde venía el libro que compartió con sus lectores de La Nación. Esta noche lo buscaré y tocaré la marca que dejó su pulso sobre el papel café. “Se fue uno de los nuestros” dice la voz de una compañera de trabajo. No respondo, en silencio tecleo, recuerdo y agradezco la compañía de sus palabras.

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