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Opinión

26 de Abril de 2015

Marco Antonio de la Parra y la crisis: “El gobierno debiera calmar este dolor y no lo hace”

El siquiatra y dramaturgo analiza la crisis actual como si fuera su paciente y el diagnóstico no es muy consolador. Dice que debajo de tanto chiste estamos acumulando “una angustia infinita”, y que la ciudadanía requiere urgentemente sentirse escuchada en su sensación de abandono: “Chile requiere sicoterapia, más que fármacos”.

Macarena Gallo
Macarena Gallo
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Así como están las cosas, si Chile fuera tu paciente, ¿qué diagnóstico le harías?
-Está muy confuso el pobre. Muy angustiado y lleno de sentimientos encontrados. Con crisis de pánico de vez en cuando. Con sentimientos de desesperanza, mucho miedo y un desamparo muy intenso. Está muy desestabilizado. Pero no estamos hablando de un país descerebrado.

¿De qué país estamos hablamos?
-De un país muy mareado, muy confundido: no sabe qué hacer. El gobierno debiera calmar este dolor y no lo hace. El humor revela la angustia que hay debajo. Mucho chiste pero debajo hay una angustia infinita.

¿Cómo se sana un país así?
-Requiere acciones de contención, cuidados, compañía. Evitar la explosividad y las soluciones autodestructivas. También ayudarlo a reflexionar sobre lo que está sucediendo. Chile requiere sicoterapia más que fármacos, no se trata de enchaquetar al pobre país y meterlo en una clínica.

Pero este país es adicto a los fármacos.
-Está acostumbrado a apagar, en alguna medida, farmacológicamente sus sentimientos, y no escuchar. Pero este es un momento en que la escucha es profundamente necesaria… Las cosas no resueltas es lo que más irrita. A medida que se van resolviendo situaciones, vas sintiendo calma. Se empieza a aclarar el caso Penta y produce una tranquilidad. Pero Soquimich sigue siendo una cosa rara. Ahora, tampoco estamos frente al clima previo a la revolución francesa, ni creo que la gente vaya a salir a las calles en contra de la corrupción. Con el caso Petrobras en Brasil la gente salió a la calle, increíble. Pero son brasileños. Los chilenos somos muchos más introspectivos y callados.

¿Nos hace mal ser muy callados?
-Genera otras enfermedades: impide la catarsis, la hace más difícil.

LA CATARSIS
Una sociedad que no hace catarsis, ¿en qué trauma puede desencadenar?
-La falta de catarsis va creando alteraciones sicosomáticas graves, equivalentes a una descomposición social. Esta destrucción de la credibilidad y la confianza lleva a un derrotero sociopolítico. Este país está picado. El sentimiento de la pica es muy chileno. El país está terriblemente picado con el gobierno, con la familia Bachelet, con todos.

Entonces, ¿cómo hacer que esta crisis haga catarsis y no quede pegada en el trauma?
-La necesidad de un diálogo ciudadano, abierto y sano, es muy importante. Si seguimos con la metáfora del paciente, efectivamente el trauma se cura con la palabra. Hay que tomar medidas lo antes posible. Escuchar a nivel político. Si no hay escucha estamos en serios riesgos. Puede ser una bola de nieve y provocar una desestabilización compleja de lo social. Ahora que se conmemoró un año del incendio de Valparaíso, una mujer le dijo a la presidenta: “Estamos abandonados”. Es una frase muy dura, pero hay que escucharla atentamente y no manteniendo las cosas como si no pasara nada, lo que lamentablemente está haciendo este gobierno: tratar de bajarle el perfil, “vamos a seguir con las reformas, se firma el acuerdo de Unión Civil y deberíamos estar todos muy contentos con eso”. Así no se cura el abandono ni la sensación de falta de respaldo.

Y si no se cura, ¿en qué trastorno podemos derivar?
-Agitar al paciente y hacerlo sentir más rabioso, más angustiado y puede que empiece a buscar otras personas que lo escuchen o digan escucharlo, lo que es muy tentador para salidas populistas. Aquí el criterio del médico frente al paciente es muy importante, y ese criterio no es ocultar la información, sino darla en su sitio. Hace mal a los pacientes meterse a internet para ver los remedios que le dan, porque se sicosean. Aquí vamos a tener que operar, hacer una cirugía mayor y preparar al paciente para escuchar esto. Estamos frente a una crisis bastante severa. El escepticismo es extremo.La pregunta que surge, como en la Conversación en la Catedral de Vargas Llosa, es en qué momento se jodió el país. Porque además de las catástrofes políticas, las catástrofes naturales, los cataclismos, han hecho crujir más aún la evidencia de que no hay un Estado protector y los políticos no saben muy bien qué hacer.

En tuíter, te preguntabas si estos cataclismos naturales podían convertirse en una catarsis comparable a la de nuestra clase política.
-La nueva clase política será producto de esta dolorosa sanación, esta feroz cirugía de la verdad, que debería borrar la mentira y la desconfianza. Es una oportunidad de cambio que deben aprovechar. Una purga, una penitencia, una expiación a través de la censura pública y la verdad. Ser expuestos y quedar en evidencia.

LA PIÑATA DÁVALOS
¿Qué te parece todo lo que ha pasado con el hijo de Bachelet?
-Ahí hay una crisis familiar gravísima, muy de Shakespeare o de Bergman. Una imagen muy perturbadora y que desmorona todo el discurso moral anticapitalista que ha habido, lo que significa que el principal discurso tranquilizador que podría tener Bachelet, queda sucio, manchado y marcado. El caso Dávalos fue un golpe violentísimo a muchas zonas de su imagen.

Sobre el bullying que se le ha hecho a Dávalos, has dicho que es una expiación de nuestros propios pecados.
-Sí. Hay chivos expiatorios. De alguna manera Dávalos se ha transformado en una especie de piñata para ser golpeada y expiar todo lo que nos sucede como sociedad. El otro día escuchaba que el matrimonio Dávalos-Compagnon debería irse a vivir a Australia, porque aquí no tienen sitio. Se convirtieron en figuritas para ponerle alfileres.

Por otro lado, hay un cinismo de condenar lo que muchos hacen pero a pequeña escala.
-A eso me refería. Yo decía en tuíter: que levante la mano quien no ha firmado una boleta trucha. Acá lo que surge como sorpresa son los montos abrumadores. Entonces los demás, aunque hayan incurrido en pequeña escala, sienten que por lo menos lo han hecho con susto, de a poco, sin esos negocios monstruosos.

En estos días, han aparecido comentarios machistas en redes sociales respecto al nulo empoderamiento de la “madre” Bachelet. Algunos piden el regreso de un padre, con mano firme, que se haga cargo del asunto.
-Una madre que actúa y que realmente se mete con lo que le está pasando a sus hijos, maneja perfectamente una casa. Pero si una madre actúa como si no pasara nada, los hijos comienzan a sentirse muy raros: tenemos síntomas, molestias, pero no nos dicen qué está sucediendo y que hay una cosa rara en casa.

¿Te parece necesaria una figura del padre?
-Hay una demanda, una nostalgia, por una figura de autoridad y con más peso. No creo que vaya por ahí, pero uno echa de menos al estadista, una figura que Bachelet no ha querido asumir. Debería cambiar de estrategia. Creo que hay una mala actitud general del gobierno y de la oposición… Hay figuras, como Velasco, que al primer golpe aplicó el silencio. Y es una pena, porque se han callado una cantidad de personas que podían hablar. Y vuelve a darse un fenómeno bastante raro, parecido al que se dio en la Transición, cuando no podía hablarse en contra del régimen democrático porque era como apelar a la dictadura. Había un consenso forzado y esto ha paralizado a cierto sector de la Nueva Mayoría de poder ser duramente críticos con lo que está pasando. De ahí esta nostalgia de la figura del padre que, más que machista, es infantil. Entonces, aparece Ricardo Lagos candidateándose, Piñera haciendo seminarios, Insulza de vuelta, figuras potentes. Pero lo que aquí se requiere sincerarlo todo, una sinceridad extrema.

Eso es pedirle peras al olmo…
-Eso que acabas de decir es el gran problema. Si consideramos que el político es mentiroso per se –sentimiento que se ha extendido de manera tremenda– ese es el gran incendio, el verdadero aluvión, un aluvión de desconfianza brutal. Y eso sí que es grave. Es como si se viniera abajo el sistema inmunitario de un paciente, no tiene defensas y se enferma de cualquier cosa. Y se transforma en un paciente siquiátrico totalmente descompensado. Si no tenemos confianza en el siquiatra que nos está tratando, estamos malísimo. Mientras persista la imagen de que tenemos una masa de políticos truhanes y delincuentes, y eso se instale en el imaginario colectivo, tendremos una paranoia social.

¿Cómo se manifiesta esa paranoia?
-La paranoia social, de la clase media y baja, es que el mundo político es un atado de ladrones. Y por otro lado tenemos el pánico de la clase alta, de que el pueblo se le venga encima. O que nos gobiernen las masas. Los más afortunados se sienten amenazados, porque están viviendo con recursos que no eran soñados para Chile de 40 años atrás, cuando era un país pobre pero honrado, como decía Condorito. Esto ha despertado en los más desposeídos la sensación de que la riqueza ha sido conseguida de mala manera. Y ahí viene la agresión que se da con la delincuencia al que tiene. Es la teoría de los choros. El choro dice para qué voy a trabajar. Y este personaje también se repite lamentablemente cuando aparece el caso Penta y Soquimich a nivel de clase alta. Uno, al final, dice aquí estamos llenos de choros.

Dijiste que el caso Penta daba para una obra de teatro, la que entiendo estarías escribiendo.
-Sí. Partí llamándola “En algún lugar del desierto de Atacama”. Se trata de una fuga, a través del paso Camarones a Argentina, de dos jóvenes ejecutivos involucrados en varios casos que eran la fachada para hacer fechorías. La cosa es que fui a Atacama y, estando allá, se desata la otra catástrofe. Eso ha cambiado toda la obra. Es una comedia que ha tomado tintes oscuros a medida que avanza la noticia.

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