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Nacional

5 de Mayo de 2015

El último suspiro de un locutor radial

Dalfin Iglesias transmitió en directo el aluvión que arrasó la localidad de El Salado. Solo cuando el agua ingresó a la radio y sintió su vida amenazada huyó del lugar. Antes de abandonar la emisora alertó a sus auditores: ¡Arranquen, mierda!

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“¡Arranquen, mierda¡”, gritó Dalfin Iglesias y apretó cachete a toda velocidad cerro arriba. Fueron las últimas palabras que el locutor pronunció al aire antes que el río Salado se llevara la radio Ollantay, segundos después de que bomberos hiciera sonar por cuarta vez sus sirenas. El llamado de alerta se escuchó en varias comunas y fue la señal de que Chañaral, ubicada río abajo, tenía que prepararse para la embestida de la corriente. El asunto se venía en serio.

El río finalmente terminó por arrasar las oficinas de la radioemisora y con el proyecto de vida del locutor más escuchado en El Salado, un poblado minero ubicado a media hora de Chañaral.

Dalfin llevaba casi 24 horas de transmisión ininterrumpida de su programa “Carreteando la mañana” y se mantuvo al pie del micrófono intentando controlar la ansiedad de sus auditores.

-Traté de transmitirles calma, prudencia, les recordaba que el año 72 había pasado un aluvión, pero que el de ahora no tenía la misma magnitud- recuerda.

La estrategia duró poco. Horas antes de la llegada del alud, en la madrugada, algunos camioneros que transitaban por la ruta C-17 le comentaron al locutor que habían visto “bajar al menos 12 quebradas” en dirección al río. La prudencia dio paso a la preocupación. Dalfin decidió llamar al alcalde y preguntarle si era efectivo lo que decían los camioneros. “Va a quedar la cagá”, le respondió el edil. “Dicho y hecho”, asiente el locutor.
-El río comenzó a desbordarse arriba del puente. Salí a la puerta de la radio, unos cabros me avisan que se venía el río por este lado y comienza a subir el caudal- recuerda.

La primera subida del río comenzó a anegar la radio. Dalfin recuerda que siguió transmitiendo con el agua casi hasta las rodillas y que decidió abandonar la emisora cuando vio que a lo lejos se aproximaban varias olas gigantes. Fue ahí cuando lanzó su famosa frase y decidió huir del lugar. El intempestivo cierre de transmisiones descolocó a los auditores. Muchos pensaron que Dalfin había muerto con las botas puestas.

“El Bichito”
“Yo creo que para hacer radio se nace con la vocación”, cuenta Dalfin invocando sus primeras aproximaciones al mundo de la radiofonía. “El bichito” le llama a ese primer interés que incubó desde que era escolar en el liceo politécnico de Taltal, a mediados de los ochenta, y que partió con la típica radiocasete portátil a pilas. “Me acuerdo que jugábamos con mis tíos y primos. Grabarse y escucharse era como algo mágico”, recuerda.

A sus primeros pasos, Dalfin sumaría animaciones de eventos en el colegio y en distintos festivales de la región. Luego, lleno de curiosidad, acudiría a la radio José Santos Ossa de Taltal a probar suerte.

-Al principio llegué a mirar no más, intruseando, me ofrecía hasta para comprar bebidas- recuerda.
Fueron varios meses intentando ganarse la confianza de los trabajadores, hasta que alguien le propuso lo que esperaba desde que pisó por primera vez la radio: ¿querís controlar? Dalfin no la pensó dos veces y se sentó en la mesa del radiocontrolador. “Tenía las manos mojadas. Saber que habían miles de personas escuchándote y poder pegarte un cagazo, me tenía súper nervioso”.

La mayoría de las tardes la pasaba en la radio. Manuel Galleguillos, el director de la emisora, fue su primer maestro y el que le permitió comenzar su carrera presentando temas de Kiss, Deep Purple, y Led Zepellin. Aunque no le pagaban, la radio le permitía conocer “chiquillas”.

-Al principio igual uno se hace conocido con las minas, las movidas, los discos, pero después uno le va tomando más el asunto social al medio. Son etapas- cuenta.

Después de terminar la enseñanza media, Dalfin salió llamado al servicio militar y se fue a vivir a Antofagasta. A su regreso a El Salado retomó su inquietud juvenil. Junto a otros amigos comenzaron a sacar parlantes en las esquinas principales y a transmitir los “recados loleros”, una especie de correo de las brujas que combinaban con música envasada. Una suerte de programa radial en vivo donde los jóvenes declaraban su amor.

También animaba las famosas veladas en el pueblo, encuentros donde los jóvenes hacían sketch y se presentaban los dobles locales de Sandro, José Vélez, Emilio José y Juan Bau. “El Sandro incluso ganó la competencia nacional de imitadores en el ‘Festival de la una’”, recuerda.

A comienzo de los noventa, Dalfin decidió comprar un transmisor pequeño, de un watt, al fabricante Guillermo Sommer. La cobertura alcanzó unos tres kilómetros a la redonda, suficiente para que escuchara todo el pueblo. A la radio la llamó Ollantay, “hombre minero” en lengua Aymara.

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“En tres tiempos”

A comienzos de los noventa ni siquiera se escuchaban radios en El Salado. La inquietud entonces era trabajar con un formato de emisora comunitaria. El proyecto duró un par de años hasta que el medio, por carecer de permiso, fue rotulado de ilegal. Desde entonces Dalfin comenzó a tramitar la concesión en la subsecretaría de Telecomunicaciones. Tenía que juntar dos millones y medio de pesos. “Volvimos nuevamente a los eventos, los show, los café concert. Teníamos que puro juntar lucas, con aporte de todos. Había que mojarse el potito”, recuerda.

En esa época la radio funcionaba en una pequeña habitación ubicada en el teatro del pueblo. Allí partió “Carreteando la Mañana”, un programa que el locutor define como de “chuchoqueo con las viejas”. ¿Cómo están mis potoquitas?, les preguntaba a las dueñas de casa todos los días.

Cuando la concesión fue tramitada, Dalfin tuvo que trasladarse producto de la remodelación del teatro. “Teníamos que irnos sí o sí”. El problema fue cómo trasladaban la antena. Finalmente llegaron a un acuerdo con el municipio y fue éste el que trasladó el aparato. Le preguntaron donde la quería y Dalfin respondió “arriba del cerro”. Allá la trasladaron. La emisora pasó de radio local a tener una cobertura provincial.

Desde entonces llegan a Chañaral, Diego de Almagro, Inca de Oro, Potrerillos y El Salvador. “Fue como el sueño del pibe”, dice. La radio creció en publicidad, infraestructura y equipamientos. Todo hasta que un alud de agua y barro se la llevara río abajo. Dalfin aquella mañana soltó el micrófono y huyó cuando sintió su vida en peligro. La radio que construyó durante más de dos décadas se la llevó el río. Nadie lo pudo ubicar por varios días y muchos pensaron que estaba muerto. Se equivocaron. “La radio la vuelvo a parar, conecto un enlace arriba, pongo micrófonos y la saco adelante en tres tiempos. Soy un hueso duro de roer”.

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#Aluvión#Norte#radio

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