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Opinión

7 de Mayo de 2015

Editorial: Más tontera que maldad

Peñailillo insiste en que no se trata de dineros para campaña, porque entonces la presidenta no había decidido ser candidata. Y aquí dice la verdad, porque hasta comienzos de 2013, todos sabíamos que lo sería, menos ella. Debió llamarle, entonces, de otro modo: proyecto político, grupo de poder, custodios de una herencia, posible campaña, como prefiriera, en vez de atraparse con esta cadena de excusas inverosímiles.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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Rodrigo Peñailillo y el  General director de Carabineros, Gustavo González Jure, Lanzan plan de Verano Seguro 2015

Lo que aquí está sucediendo se parece más a la tontera que a la maldad. El ministro Peñailillo ha cavado su tumba con paladas de malas explicaciones. Intentando permanecer impoluto, terminó embarrado. Todo por no querer decir de una buena vez la verdad: que el financiamiento de la política es un terreno podrido, en el que a falta de mejores opciones se constituyeron sociedades, como la de Martelli y vaya uno a saber cuántas más, para pagarla. Alguna vez hubo grupos revolucionarios que robaron bancos para sustentar su causa. Hay que recordar, además, que el año 2010 la Concertación perdió el gobierno, y con ello su trabajo un vasto universo de militantes sin experiencia en el mundo privado. Al personal del gobierno de Piñera los esperaban en las grandes empresas con los brazos abiertos. El ex Canciller se convirtió en presidente de Penta, Hinzpeter en gerente de Quiñenco, y así sucesivamente, cuando no los contrató el mismísimo Sebastián. Dicen que basta ir a una oficina elegante para que aparezca algún reciente servidor público. Muchos concertacionistas, me dijo uno de ellos, “tuvimos que salir a inventárnosla”. Todo indica que Martelli fue la caja pagadora de parte del bacheletismo. ¿Qué le ofrecería él a empresas como Soquimich a cambio de sus aportes? ¿Una mano comprensiva en el bando de los enemigos? La historia de los estudios no se la cree nadie, ni ellos, por supuesto. Peñailillo insiste en que no se trata de dineros para campaña, porque entonces la presidenta no había decidido ser candidata. Y aquí dice la verdad, porque hasta comienzos de 2013, todos sabíamos que lo sería, menos ella. Debió llamarle, entonces, de otro modo: proyecto político, grupo de poder, custodios de una herencia, posible campaña, como prefiriera, en vez de atraparse con esta cadena de excusas inverosímiles. Él que crea que hablamos de gente que se ha enriquecido, se equivoca. Los que hicieron negocios grandes fueron otros. A estos los movía, además de la sobrevivencia, la convicción política. Quizás incluso se sentían tan buenos que no podían aceptar haber hecho algo malo. Peñailillo ya no tiene cara para cambiar su versión y no le queda más que aferrarse a sus informes -“Crisis Económica Internacional: consecuencias y medidas en la Unión Europea”, “Flexibilidad Laboral en la Unión Europea” y “Las Políticas ante la Crisis en el Reino Unido”-, y esperar que pase la tormenta en su barquito de papel. “La ficción salva, la realidad mata”, escribe Javier Cercas en su novela El Impostor, y eso debe haber pensado el ministro Peñailillo, pero en la política, como en la literatura, la ficción cuando no da vida, mata. Contar la realidad lo hubiera salvado. Cuesta imaginar que Michelle Bachelet pueda seguir avanzando con él como jefe de gabinete. Su plan de transparencia sería borrado con el codo. ¿Cómo salir a conquistar con él la credibilidad? Es demasiado grande su flanco abierto. A “la jefa”, como le llama su premier, no le ayuda en nada su permanencia. Para ella el tiempo apremia; Rodrigo Peñailillo, en cambio, tiene una larga carrera por delante.

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