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Cultura

3 de Junio de 2015

Un trauma llamado Mario: Hijo de Mandolino se desahoga en dramático libro

Armando Navarrete, el hombre detrás de Mandolino, conoció la fama y la ruina bajo una misma sombra: la de Mario Kreutzberger. Su derrumbe económico significó para su familia una cadena de desgracias y ellos, con o sin razón, culpan a Don Francisco. Sebastián (33), hijo del comediante, publica un libro con el que pretenden saldar cuentas y que además recupera el pasado de su padre en la banda Los Flamingos, cuyo éxito lo llevó a tratarse con Neruda, el Che Guevara y Cantinflas, entre otros.

Daniel Hopenhayn
Daniel Hopenhayn
Por

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“Mario debe pagar por lo que hizo con nosotros… Cuéntale al mundo lo que nos ha hecho este desgraciado”. Estas habrían sido las últimas palabras de Lidia Carvallo, la mujer de Armando Navarrete, Mandolino. Le hablaba a su hijo Sebastián, en el hospital de Miami donde perdió la vida producto de una enfermedad autoinmune que, en la percepción de la familia, pudo ser gatillada por el calvario que se desató sobre ellos cuando Mario los dejó en la calle.

Siete años después, Sebastián publica A la sombra de un gigante (Árbol Editorial), libro plagado de acusaciones al animador pero que, más que una investigación documentada, es el dramático testimonio de una familia en busca de su redención. “Lo que queremos como familia es que Mario sepa que el miedo no nos ganó”, asegura Navarrete a The Clinic.

Para ganarle esta batalla al miedo, el autor sostuvo una serie de conversaciones con su padre donde repasaron su vida completa. Cuando terminó el manuscrito, lo mandó a Honduras, donde Mandolino por fin había encontrado un trabajo estable en TV. “Mi hermana le leía los capítulos, y me dijo que la reacción de mi viejo fue que él lloraba. Pero no de pena, sino de orgullo”, cuenta Sebastián. “Las tragedias que son una parte integral de cada ser humano no lograron derrumbarme”, escribió el comediante en su nota introductoria firmada en enero de 2014. Dos meses después, murió de un infarto en Tegucigalpa. Y aunque lo central era mostrar “el lado siniestro de Mario”, A la sombra de un gigante también rescató el pasado menos conocido de Armando Navarrete, un hombre tan cándido como trágico.

ANTES DE MARIO

Hijo de primos lejanos, “Armandito” nació en Concepción el año 1934. Su padre fue alcalde de Quillón y su madre, embarazada de él, se acariciaba el vientre pidiendo al Señor que su primogénito “fuera tan grande como Carlos Gardel”.

Y salió cantante, pero no por encanto. Demasiado sensible, el miedo fue su sombra. Marcó su infancia un señor llamado Adolf Hitler que quería someter el mundo. Su padre lo aleccionaba: “Hijo mío, no debes tener nunca miedo por este tipo de hombres. Debes encontrar la fuerza para luchar en contra de esos que sienten la necesidad del poder absoluto”. Consejo que, si atendemos a la analogía con Mario que el autor deja entrever, Armando no sabría aplicar.

Mientras tanto, en su colegio de monjas le hablaban de Lucifer y él lloraba en las noches imaginando que moría su madre. Su hermetismo preocupaba a la familia, pero él, presa fácil de la soledad y de “una fobia descontrolada a hacer el ridículo”, prefería callar sus angustias.
Incapaz de comunicarse, la música fue su escape. Empezó a tomar la guitarra en los festivales del colegio, consiguiendo la burla de sus compañeros. Pero no se rindió. A escondidas de su padre, fue a probar suerte al programa de Raúl Matas en Radio Minería, donde le aconsejaron que “hiciera cualquier cosa menos cantar”. En cuestiones del amor, “solo había conocido de traiciones y amores no correspondidos”.

Hasta que una noche, en el Santiago de los años 50, caminaba frente al cerro Santa Lucía junto a su grupo Los Flamingos cuando un joven animador de trasnoche llamado Enrique Maluenda –hoy padrino de Sebastián– los llamó desde un local y los invitó a cantar. Fue el golpe de suerte. Al poco tiempo ya actuaban en diversos eventos, entre ellos la presentación de las Odas Elementales de Neruda “a pedido explícito del poeta”, afirma el libro. “Creo que tienen un gran futuro por delante”, les habría augurado el vate.

Y no se equivocaba. Los Flamingos grabaron un disco y el single “Personalidad”, después de sonar en el programa “Discomanía” de Raúl Matas, fue un hit nacional. En Sudamérica pegó “Marcianita”, y un día Los Flamingos emprendieron vuelo. La gira por Sudamérica, que podía durar un par de años, llegó hasta México y duró cuatro. Y si en un hotel de Córdoba un tal Doctor Guevara les habló sobre sus inquietudes sociales, en Puerto Rico actuaron para Elizabeth Taylor y en la revolucionada Cuba de 1959, fumando habanos en la terraza de algún bar, fueron saludados por un locuaz Fidel Castro.

Ya en México, Armando disfruta de su éxito y, por qué no, de las “mujeres liberales”, pero vuelven a acosarlo las preguntas existenciales y se sumerge en una crítica lectura de La República de Platón. Es entonces que traba una amistad decisiva con Mario Moreno, Cantinflas. “Lo tuyo es el humor por sobre el canto”, supo decirle el maestro, y fue aún más allá: “Mirando tu físico medio gordito, yo usaría los pantalones más grandes que puedas encontrar. Así las piernas se te verán más cortas y esto causaría mucha risa. Pero en vez de un cordel corto como el mío, tú te pones uno largo”. En un abrir y cerrar de ojos, Cantinflas había vestido a Mandolino.

DESPUÉS DE MARIO

De regreso en Chile, Armando entra a la TV, aunque el medio le parece la cuna de la hipocresía. Y como escribe hoy su hijo, “lo incomodaba saber que a lo mejor venció la timidez, pero no así el miedo. Y esto le jugaría en contra toda su vida”. En las oficinas de Canal 13, ve por primera vez a Mario, un joven que quiere hacer un programa pero al que nadie le ve condiciones. La historia es conocida: primero como Emetéreo y después como Mandolino, Armando forma con Mario una dupla televisiva invencible, que incluso llega a realizar incontables shows a tablero vuelto en escenarios nocturnos de todo Chile. Por cierto, se vuelven amigos incondicionales. O al menos eso cree Armando, que convierte a Mario en padrino de uno de sus hijos.

Son los años 70 y el país se polariza, y aunque Mandolino sólo piensa en hacer reír, los caminos se cruzan. En un tren al sur coincide con el presidente Allende, que lo invita a compartir un almuerzo en el vagón de primera. Allí pudo conocer a un hombre convencido, pero en el fondo muy solo. De pronto su mirada se perdía en el paisaje. “Hasta los hombres que escriben la historia están plagados por el miedo”, sacaba en limpio Navarrete.

Una historia delirante es la que, según el libro, habría ocurrido el 11 de septiembre de 1973. Mandolino fue recogido en su casa por los militares y, sin entender nada, trasladado a la Academia de Guerra. Allí lo esperaba Mario, quien le explicó que los militares habían requerido su cámara para grabar un operativo, pero que además “deberían hacerle una pequeña presentación a las tropas. De mala gana, Armando tuvo que vestirse y salir a entretener”, actuando para las tropas el mismo día del Golpe. Sebastián admite que no tiene pruebas para este ni otros de los relatos de su padre, cuestión que se vuelve más polémica cuando empiezan las acusaciones más duras.

Una vez que Sábados Gigantes se traslada a Miami, Mario se pone cada vez más frío y cambiante, y Mandolino empieza a notar que en el equipo le están haciendo la cama. “A mi papá lo persiguieron. Yo me acuerdo en EE.UU. cuando no venían a buscarlo para grabar. Mi papá tenía que vestirse y salir corriendo en micro”, recuerda Sebastián. En el libro afirma que Mario solía humillarlo frente al equipo, y tan postegado lo tenía, que a veces sólo se dignaba a ensayar la rutina con él mientras hacía sus necesidades. Pero Armando, por miedo o lealtad, lo perdonaba siempre.

Finalmente, Mandolino recibe una oferta de Telemundo y como a Mario no parece importarle, acepta. Dejen de verse. Sin embargo, la casualidad los enfrenta en una feria de la industria y Mario le hace una seña para que se encuentren en el baño. Ahí le advierte: “Eres un traidor. Voy a hacer todo lo posible para que no trabajes nunca más en ningún canal”.

Tiempo después Mandolino es despedido de Telemundo y la familia vuelve a Chile, donde no encuentra trabajo porque, presumen, Mario lo vetó. Vuelven arruinados a EE.UU., donde no les va mejor. Un día, literalmente, la familia Navarrete empieza a dormir en la calle. todos adentro de un auto. Algunos empiezan a somatizar la crisis con episodios nerviosos que los llevan al hospital. ¿Y Mario? No se inmuta. “Que trabaje de nochero ese huevón”, habría dicho cuando alguien fue a intermediar por ellos. Como las desgracias se suceden, llegan a sospechar que Mario recurrió a la magia negra. En efecto, Lidia hacía ritos donde se revelaba que la familia había sido maldecida, y Armando sabía que Mario tenía un grupo de Babalaos Mayores en Takanganga que hacía “trabajos de protección”.

A estas alturas, el lector se pregunta: ¿todo ha sido culpa de Mario? No queda claro en el libro por qué el animador habría querido vetar a Mandolino tanto en Chile como en EE.UU. Para su hijo, aquel incidente del baño es lo que salva a su relato de ser pura especulación, puesto que la amenaza de Mario se cumplió en los hechos. “Me dicen ‘tú no tienes pruebas de que eso ocurrió’. Pero él tampoco tiene pruebas de que no ocurrió. Va a tener que quedar así”, concluye. Y ofrece otro argumento: “Esto es una realidad popular, todo el mundo sabe. Yo volví a Chile el 2008 y en la calle, cuando saben que soy hijo de Mandolino, todos me dicen ‘oye, si todos sabemos que el guatón lo cagó’”. Por lo mismo, considera que su testimonio es también una suerte de manifiesto social: “Lo que trato de demostrar es que las mismas maquinaciones del poder político y empresarial, existen dentro de la TV. Trato de que la vida de mi viejo refleje una realidad social y sea un ejemplo para que ciertos abusos no vuelvan a ocurrir”.

Tampoco es claro por qué, pese a todo, Mandolino no rechaza en 2008 que Mario asista al funeral de su mujer, e incluso se presenta junto a él para los 50 años de Sábados Gigantes. Sebastián responde: “Él fue porque quería hablar con Mario. Y eso pudo cambiar esta historia, porque si aclaraban las cosas, en una de esas mi papá me decía ‘¿sabís qué?, no escribai nada’. Pero Mario nunca le dio ese espacio”.

Con este libro, entonces, Sebastián siente que por fin se ha cerrado el ciclo. “Nosotros estábamos paralizados por el miedo. Vivir sometidos a una figura inalcanzable fue traumático. A mí me marcó para siempre y en parte, construyó mi manera de ver el mundo. Ahora siento una paz enorme. Quiero empezar a disfrutar de mi vida”, concluye esperanzado.

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