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LA CARNE

7 de Junio de 2015

Diario de un puto: Cines porno

En el cine porno lo más porno es lo que sucede entre las butacas y el baño. El Capri, el Mayo y el Nilo son los que frecuento. Cuando era niño con mi familia pasábamos por la Plaza de Armas y yo alucinaba con entrar a alguno. Leía los títulos de las películas y me […]

Josecarlx Henriquez Silva
Josecarlx Henriquez Silva
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En el cine porno lo más porno es lo que sucede entre las butacas y el baño. El Capri, el Mayo y el Nilo son los que frecuento. Cuando era niño con mi familia pasábamos por la Plaza de Armas y yo alucinaba con entrar a alguno. Leía los títulos de las películas y me calentaba. Pero el día que entré a uno por primera vez, la película solo me sirvió para iluminar un poco lo que sucedía entre las butacas. Y desde que empecé a masturbarme viendo la triple x de turno, se volvió muy rentable visitarlos.

El mejor momento para ir es en la tarde, cuando muchos salen del trabajo y la cartelera para mayores es una excusa perfecta para sobajearse a oscuras. A veces me encuentro con colegas, y varias veces he salido con clientes del cine.

Hace unas tardes me metí a la función de las 17 hrs. La película estaba fome y la sala era un horno. No se veía mucha actividad entre las filas, pero sí varias cabezas atentas al porno heterosexual en pantalla grande. A unos metros, dos tipos se masturbaban mutuamente, sin mirarse, con la vista fija en los actores. Luego fui a mear al baño –los paseos al baño a veces devienen en “orgías expresas”– y un caballero se quedó a mi lado mirándome. Vi que se acariciaba el bulto y comencé a prenderme. No alcancé a terminar de mear y ya lo tenía parado, sin siquiera mirar al tipo de vuelta. Esas situaciones siempre me han excitado con facilidad: no saber cómo era su cara ni su voz. Me lo guardé y me subí el cierre. El cinturón me lo dejé abierto. No me lavé las manos y solo le dije “vamos”.

Cuando se sentó a mi lado comenzó a masturbarme. Le dije al oído cuánto cobraba por eso. La plata me la pasó de inmediato; andaba preparado. Me lo chupó un rato y comenzaron a acercarse otros. Nos rodearon tres en un momento y se masturbaban mientras mi cliente improvisado me la chupaba cada vez con más ansiedad. De pronto paró y me metió más dinero al bolsillo. Quiso que los tres se acercaran aún más y yo comenzara a chupárselo. No iba a titubear a esas alturas.

Es inevitable sentirse un actor porno dentro de toda esa pornografía que contiene el cine por ambos lados de la pantalla. Por un lado, es como un centro de entretención laboral más en la ciudad: hombres casados, divorciados, viudos; putitos como yo, travestis y locas antiguas. Pero también es un buen lugar para cumplir mi propia fantasía del sexo sin rostro ni nombres, ni siquiera con la certidumbre de si el tipo es de mi gusto o no. Cansarse es innecesario con estas posibilidades.

Mi cliente improvisado se quedó chupándoselo a los tres visitantes. Yo ya había acabado en su boca y hasta ahí llegaba el trato. Desde la salida vi hacia su puesto y eran una silueta gigante y deforme moviéndose. Oí gemidos y palmadas. Afuera estaban cerrando los locales de la galería. Conté el dinero y decidí finalizar mi jornada de ese día, muy satisfecho. Que paguen por ver cómo uno ve porno ha vuelto a ser mi rutina preferida. Quizás debiera invitar a mis clientes. La entrada no es cara y en algunos tienen funciones con horario continuo. No me molestaría que alguien me pague por acompañarlo un día entero a mirar esas películas. También puedo actuar si quiere.

*Prostituto, escritor y activista de CUDS.

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