Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

10 de Junio de 2015

Diario de un puto: Gerontofilia

* Cuando vi la película Gerontofilia de Bruce LaBruce no paré de pensar en mis clientes “maduros”. Desde que me prostituyo he tenido una clientela muy variada en edades, sin embargo ese target sobre 60 años ha sido hasta ahora el de mayor frecuencia. En un principio tenía temor de no poder funcionar con clientes […]

Josecarlx Henriquez Silva
Josecarlx Henriquez Silva
Por

puto
*
Cuando vi la película Gerontofilia de Bruce LaBruce no paré de pensar en mis clientes “maduros”. Desde que me prostituyo he tenido una clientela muy variada en edades, sin embargo ese target sobre 60 años ha sido hasta ahora el de mayor frecuencia. En un principio tenía temor de no poder funcionar con clientes que superaran la edad de mis abuelos. Ha pasado el tiempo y me doy cuenta de que el ejercicio constante de arrendarme a caballeros canosos me ha entrenado un gusto que para muchos es una parafilia.

Para ellos ser mi papá no es la fantasía. Con mis clientes de la tercera edad lo que tengo son muchos abuelos calientes, y ellos a su nieto consentido. No me cuesta sentirme demasiado joven y pequeño cuando me echo sobre su torso blando y me abrazan. Mi abuelo más caliente tiene más de 70 años y disfruta del viagra como yo de su pichula. La tiene larga y gruesa. Sus bolas cuelgan en una bolsa blanca. Hemos follado por más de 20 minutos en cada cita. Le gusta que me recueste boca abajo y que casi no haga más que gemir, sobre todo gemir. Quizás fue deportista o sus ganas de penetrar siempre han sido así de intensas, pero su cuerpo sorprende. La primera vez me fue a buscar a la salida del Metro. Cuando lo vi cruzar la calle quise tomarle una foto, pero la curvatura de su espalda y el temblor de su mano afirmada a un bastón no tenían nada que ver con su desempeño en la cama. La segunda vez tomé viagra. Quise comprobar toda esa energía que le sentía, pero parece que el enérgico es él. Yo solo me sentí muy caliente, me ardían los labios, pero era como un gatito somnoliento, entregado a sus grandes manos arrugadas durante 15 minutos sin pausas.

Sus dedos gruesos y el pelaje gris de su pecho me siguen pareciendo muy calentones. Cuando me lo metía me decía a la oreja: “Quéjese, mijito, que se ve tan bonito cuando se queja”. Todos los minutos con él eran pura queja porno. Me agarraba siempre fuerte, y en algún momento creí que el condón se iba a romper. Pero dejó de llamarme antes de romper el primero.

Recuerdo que hasta el último instante me miraba con cierta sospecha, como no creyendo mucho que me calentaba. Ya en la primera cita le costó dejarme chupar su cuello, decía que la flacidez de su piel no le parecía sensual. A mí me parecía lo más sensual verlo sin su traje de lino y con el bastón. Es verdad que su piel es flácida en todo su cuerpo, pero esa misma energía que mostraba al follar lo ha mantenido con cuerpo de deportista jubilado. En él la vejez era demasiado sexy. Me gustaba mucho que viera su adicción al viagra y al sexo como un mismo impulso.
No creo que yo sea gerontofílico. Tampoco creo en las parafilias. Pienso que el gusto se adquiere y muchas veces nuestros gustos no son “mayoritarios”. Mis abuelos pueden llegar a ser muy sexies, y que yo pueda sentirlo no me parece descabellado. Más me preocupa cuando tenemos tanto filtro a la hora de prender la carne.

*Prostituto, escritor y activista de CUDS.

Notas relacionadas