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Opinión

17 de Junio de 2015

Columna: Vaginas del primer mundo

¿Cuál es la ética de la vagina de diseño? Entiendo los rejuvenecimientos varios, teñirse las canas o taparse las arrugas, pero el genital cerrado y pelado es a lo menos perturbador, básicamente porque no es darle un toque juvenil, sino infantil. ¿A qué fantasía estamos respondiendo?

Constanza Michelson
Constanza Michelson
Por
lolita


Supimos quién era Leticia Sabater, una estrella de la TV española, por su anuncio de que volvería a ser virgen. No es la primera. Hace algún tiempo otra chica subastó su virginidad por Internet dos veces. Será cosa de minas excéntricas, porque la verdad es que no hay peor revolcón que el del desvirgamiento.

Pero la reconstrucción del himen existe. Y existe por razones culturales donde casarse virgen es una cuestión de vida o muerte. Me refiero a esas religiones que odian a las mujeres, y que a diferencia de Occidente, declaran su misoginia abiertamente. Porque por estas latitudes la estrategia de marketing de encorsetamiento de las féminas es bastante más efectiva: nos hace odiarnos a nosotras mismas.

De ahí que voluntariamente busquemos meternos cuchillo para intervenirnos la carne. La Sabater nos da risa, entendemos su acto como un exceso, pero es solo la primera en ir un poco más allá de lo que ya se está instalando como el deber de una vagina del Primer Mundo.

Me refiero por supuesto a la depilación brasilera, pero también a algo que se nombra –y se ve– con mayor frecuencia, el “rejuvenecimiento vaginal”. Práctica que al parecer ya ni siquiera está orientada a vaginas viejas, pues en España incluso menores de edad –no sin crear polémicas– ya quieren tener su vagina esculpida por la ciencia.

¿Cómo es esta vagina de diseño? Pues como la de una niña de diez años, o como la del porno, que hoy coinciden. Por eso la operación ofrece un corte en los labios menores, para que la cosita quede bien cerradita, y una liposucción de pubis. Bajo estos imperativos, no es posible llevar el felpudo ochentero, hay que mostrar el genital de muñequita. Porque ahora se muestra. Tetas y culos hemos visto siempre, pero no tanto la parte baja femenina. Hoy sí. En videos musicales, fotografías de moda, o haciendo piruetas como Lola Melnick en sus últimas fotos, donde lucía sus bondades inferiores impresionantemente cerradas. En fin, hoy se trivializó ese lugar, siempre y cuando se trate de una vagina infantilizada.

La estética, lejos de ser inofensiva, es una práctica cargada de ideología. A veces para cumplir con aspiraciones, como la demanda clasista de la rubiedad y el pelo liso o el sexismo en el plástico que nos ponemos en las tetas. Ser más elegante o más rica son modos de domesticación voluntaria. Pero también la estética es una manera de mostrar al mundo nuestro mensaje: los conservadores, los revolucionarios, los artistas, los zen o los empresarios, llevan en la percha su forma de decir si son resistencia o defienden un estilo de vida.

Me di esta vuelta para llegar a la pregunta: ¿cuál es la ética de la vagina de diseño? Entiendo los rejuvenecimientos varios, teñirse las canas o taparse las arrugas, pero el genital cerrado y pelado es a lo menos perturbador, básicamente porque no es darle un toque juvenil, sino infantil. ¿A qué fantasía estamos respondiendo?

Quizás a la de jugar al mito de Lolita (la de Nabokov), esa niña perversa que puso a su padrastro entre dos: su mujer aburrida, castradora y demandante, y su hijastra seductora, de deseo activo. La niña resulta mucho más interesante que la mujer adulta hinchapelotas. Lolita juega a femme fatale porque esa es la fatalidad para lo masculino: la fantasía de la mujer que marea de sexo, que no pide nada y por tanto lo arrastra a la corrupción. Eva.

Pero es solo una fantasía. Algunas femme fatale terminan intoxicadas en barbitúricos, mientras Lolita termina embarazada en la adolescencia. Porque en realidad esas fantasías sólo son formas, como decía Freud, de cubrir a la mujer: con la imagen de la niña, de la puta, de la madre. Y así nosotras mismas comenzamos a modelarnos en un prototipo diseñado a la medida de nuestra segregación: tetas infladas de madre, genital de niña pequeña. ¿Qué tal?

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