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Cultura

18 de Junio de 2015

Adelanto de la primera novela de Alejandra Matus: LA SEÑORA

Conocida por sus investigaciones periodísticas –entre ellas El libro negro de la justicia chilena– Alejandra Matus hace su debut literario con La Señora, novela cuya protagonista llega al poder como ministra del primer gobierno encabezado por una mujer. Ejercerá ese cargo rodeada de fantasmas: un esposo muerto por la dictadura, un hijo que le reclama haber renunciado a sus viejos principios, una justicia “en la medida de lo posible” y el prejuicio de que las mujeres son apenas marionetas en el show del poder. Aquí un adelanto de la novela que llegará a las librerías el 23 de junio.

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Por

la señora

Helena Carrera unta la yema de los dedos en crema Avon Anew y la esparce pacientemente “en forma ascendente y circular”, tal como recomiendan las instrucciones. Acerca el rostro al espejo para estudiar esas porciones de piel que parecen haberse desprendido de los huesos. Está convencida de que han comenzado a colgar. Las atrapa entre los dedos, las estira hacia las orejas. Desde que cumplió 50 años, hace ya un tiempo, cada mañana descubre un nuevo síntoma de vejez: una mancha, una arruga fresca, una bolsa. A pesar de que el espejo está empañado y el baño, húmedo, sabe perfectamente que la piel del rostro no se ha vuelto más firme en los dos meses que lleva usando la crema. A este ritmo, nada mejorará en un año, ni en dos. Sabe —una parte de ella cree saber; la otra no se ha resignado del todo— que nunca volverá a ser aquella muchachita caderona y de pechos erectos, que en los 70 volvía locos a los compañeros del partido. Lo único razonable y eficiente sería la cirugía. Si se dejara llevar, no solo se estiraría la cara. También apretaría pechos y glúteos. Y ya en el quirófano, seguramente autorizaría al médico a practicar una discreta liposucción, y por qué no, a cortar y estirar la piel sobrante en el abdomen. Cremas y masajes no se acercan siquiera a los resultados que desea, pero no se atreve a desafiar a su mejor amiga, una persuasiva predicadora de los métodos no invasivos. Menos ahora que fue electa Presidenta del país. Resignada, dedica inútilmente quince minutos por la mañana y quince por la noche a las cremas: Anew en la cara y reafirmante Clinique en el cuerpo. Tal como ella le recomendó.
Hoy, sin embargo, quisiera haber aceptado la sugerencia de Bárbara Levine. Hace un mes, apenas se enteró de los resultados de la elección, la invitó a darse unos “discretos retoques” al otro lado de la frontera.

—Si no lo decimos, nadie lo sabrá— le propuso.

Helena sonrió. Todo el mundo sabe cuál es el motivo de tus viajes, querida. Nadie puede lucir ese cuerpo de adolescente a los 60 sin ayuda de corte y succión. Pero, por primera vez, se sintió realmente tentada. Y qué tanto, a quién le importa. Solo se contuvo al imaginar los titulares en los diarios: Futuras ministras en viaje cosmético antes del cambio de mando.

La ceremonia comenzará dentro de dos horas. Imagina a Bárbara en la ceremonia de juramento, caminando erguida, curvilínea, cruzando el océano azul-marengo de congresistas —los compañeros y los otros—, halagada por sus miradas lascivas, hasta que está demasiado cerca y ellos reconocen algún dato —una leve desviación en la comisura de los labios, el espesor del maquillaje, el cuello arrugado— que los saca del embrujo y entonces se voltean buscando un cómplice para burlarse, pero a ella no le importa porque otros un poco más adelante la desean por un instante.

Yo no tengo esa personalidad, decide, mientras enciende el secador de pelo. El ruido del aparato retumba en las paredes del departamento. Nadie protesta. Carlos ya me habría puteado ¿Qué hago con este pelo? Esas mechas crespas e indómitas no han cambiado mucho en 30 años, pero se han vuelto opacas, quebradizas. La zona que se extiende desde los hombros a los pechos se ha convertido en una explanada de piel y surcos. Los pezones apuntan hacia el suelo, arrastrándose en un lento y obstinado descenso. ¿Cuándo se detendrán?

***
Repara en el olor, mezcla de cigarro y ron, mientras se aplica la máscara de pestañas. Emana de los vasos pegajosos que están en la mesa de centro, en el living.

Las Melenas se reunieron anoche, como cada mes. En el pasado, el encuentro no tenía significado político. Las amigas y militantes del Partido de los Trabajadores —solteras endémicas, más por fuerza que por auténtica convicción— comenzaron a juntarse en el exilio simplemente para contarse sus cosas —léase principal, aunque no exclusivamente, sobre “hombres”— y para echar las cartas del Tarot. En su poco más de dos décadas de existencia, el grupo ha sufrido deserciones y reemplazos. Sin embargo, las tres que llegaron anoche constituyen quizás el núcleo más estable: Jacqueline, Bárbara y Gabriela; la Chica, la Pituca y la Monja, como se apodan entre ellas. O la Bruja, la Barbie y la Mujer Metralleta, como les dicen los compañeros. La única ausente fue la Presidenta —presidenta de Las Melenas y del país, la Rucia para sus amigas y la Gorda, en el partido—, pero nadie esperaba que viniera en la víspera del cambio de mando. Helena, el quinto elemento, es la viuda de Carlos Sotomayor y a ella nadie se atreve a ponerle apodos.

Repasa mentalmente su departamento. Desde la entrada, donde cuelgan algunos sombreros mexicanos —expresión inequívoca de sus ideas políticas para el visitante ilustrado en la iconografía del exilio y en “la interna” del PT— hasta la mesita de café, donde quedaron los vasos y dos ceniceros repletos de colillas manchadas con rouge. Sonríe. Recuerda su diálogo con Jacqueline, la más joven, aunque a estas alturas es difícil hacer tales distinciones.

—Oye, Chica, vamos a tener que contratar a otra bruja para el gobierno. Tú eres demasiado mala. Cómo se te pasó algo tan grande —le dijo Helena sin reparar en el bochorno que sus palabras le provocaron a la periodista que nunca escribió un artículo, pues estaba aún en la universidad cuando los militares tomaron el poder. La amiga se defendió, turbada, pero rebelde.

—Es cierto. No predije el triunfo de la Presidenta, pero como su asesora, tan mala no soy. ¿O se te olvida quién puso su nombre en las encuestas?

—No se me olvida. Solo parece que tú quisieras recordárselo todos los días.

Helena revive la irritación que le provocó la réplica de su amiga y aprieta sus labios delgados, pero en este instante no está mirándose y no se percata de que esa expresión acentúa las arrugas de su rostro.

Bárbara, la Pituca, interrumpió el silencio justo antes de que la amargura se apoderara de la fiesta. Vestía anoche una tenida sport, un buzo rosado metálico, que sus amigas aceptan sin reparos, pero que en el partido provoca murmuraciones, acusaciones de haberse vendido al capitalismo, sospechas sobre su real compromiso con la causa, compañero.

—No hemos brindado por la Rucia. ¡Viva la Presidenta! ¡Salud! —gritó. Las demás la siguieron y volvieron a las risotadas.

En unos días, Helena Carrera asumirá como la nueva ministra de Asuntos Sociales, el cargo que acaba de dejar la Presidenta. Jacqueline Toledo será su asistente personal. Bárbara Levine, la nueva ministra de Economía, cómo no, preparación tiene de sobra, aunque a los compañeros de partido les cuesta contemplar la idea de que su cuerpo modificado artificialmente tenga cerebro. Todas han sido juramentadas ante la Presidenta electa de mantener en secreto sus nombramientos hasta hoy, cuando se harán públicos, tras la ceremonia del cambio de mando. Es un asunto que obsesiona a la nueva mandataria, quien desde su candidatura ha dado lucha frontal a las filtraciones de información de la que normalmente se alimentan los periodistas políticos. Las Melenas se sienten llamadas a dar el ejemplo y hasta ahora han logrado confundir a los reporteros.


LA SEÑORA
Alejandra Matus
Ediciones B, 2015, 244 páginas
Precio referencial: $14.000

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