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2 de Julio de 2015

Esos fenómenos llamados futbolistas

Umberto Eco dice que ama el fútbol y odia a los futbolistas. Una exageración del intelectual italiano, sin duda, porque nadie puede odiar a los futbolistas, ni siquiera cuando son malos o incluso muy malos. Ni siquiera cuando se trata de un crack que choca ebrio con su automóvil mientras participa en un importante torneo […]

Agustín Squella
Agustín Squella
Por

Barcelona EFE

Umberto Eco dice que ama el fútbol y odia a los futbolistas. Una exageración del intelectual italiano, sin duda, porque nadie puede odiar a los futbolistas, ni siquiera cuando son malos o incluso muy malos. Ni siquiera cuando se trata de un crack que choca ebrio con su automóvil mientras participa en un importante torneo y recibe la inmediata absolución de su entrenador –Sigmund Sampaoli– en nombre de las carencias afectivas que el infractor tuvo en su niñez. A un ex delantero de Santiago Wanderers le decían Caldillo, pero la verdad es que no daba ni para consomé. Sin embargo, nadie lo odió jamás en el puerto. Lo que hacíamos era avivarlo, darle ánimo, y de pronto el Caldillo nos regalaba uno de sus escasos goles.

Pero muchas veces los futbolistas se compran todos los boletos para predisponernos en su contra. Debutan a los 17, hacen una buena temporada, y ya quieren partir a Europa o a los países árabes para forrarse en dinero y subir a Facebook la fotografía de los bólidos que han adquirido. Como en casi todo, hoy lo que predomina en la carrera de los futbolistas es la impaciencia. Lo mismo ocurre en la universidad, donde ya no hay ayudantes sino “profesores ayudantes” y antes de los 40 tienes que haber conseguido la jerarquía de Profesor Titular. Un colega de 45 me dijo el otro día que estaba dolido porque todavía no lo nombraban Profesor Honorario. ¿Sabía usted que hoy es frecuente que un joven esté cursando un Magíster antes de terminar su carrera de pregrado? Les hacen un pack.

Otra costumbre de los futbolistas, también difícil de tolerar, tiene que ver con los espesos y coloridos tatuajes que lucen en sus cuerpos y con los rebuscadísimos cortes de pelo –no vamos a decir peinados– que exigen a sus estilistas. A algunos parece faltarles piel donde incorporar un nuevo tatuaje, y eso que solo les vemos el cuello y las extremidades. Cuando se sacan la camiseta luego de un gol o para intercambiarla con la de un rival, queda al descubierto la multitud de otros tatuajes que llevan en hombros, pecho y espalda. Menos mal que no se quitan los pantalones, porque es seguro que los grabados siguen de la cintura para abajo. Y de los cortes de pelo, mejor ni hablar. Algunos futbolistas destacan solo por eso. Parece que por sus cabezas hubiera pasado no una tijera sino una máquina de cortar pasto, pues en ellas hay huellas y senderos parecidos a los que se marcan en el césped del campo de juego. Las grandes y tupidas melenas de antaño ya casi no se ven.

Ciertas declaraciones a la prensa de los futbolistas son de antología y están ya muy repetidas, tanto como las de quienes relatan los partidos por radio o TV y alborotan como desaforados incluso cuando se trata de algo tan fome como un saque de valla. Hay declaraciones de futbolistas tan comunes como “tenemos que seguir trabajando” (lo cual quiere decir que perdieron el partido) o “gracias a Dios que se nos están dando las cosas” (que quiere decir que ganaron y que Jesús se cuenta entre los socios de su club).

Pero Eco no tiene razón. No se puede odiar a los futbolistas. Se puede criticarlos, como a cualquiera que ejerce un oficio socialmente relevante y desmesuradamente bien remunerado, pero nunca odiarlos. Ellos son los actores principales, los astros de un juego indispensable incluso para los intelectuales. En el principio es siempre el fútbol. Corremos detrás de una pelota antes de aprender a decir el nombre de nuestros padres y, andando el tiempo, descubrimos lo mucho que el fútbol tiene de la vida: fouls, penales, posiciones de adelanto, tiros de esquina, barreras, chanfles, túneles, zancadillas, empates, borde interno, codazos, tarjetas amarillas, expulsiones…

¿Y qué tiene la vida del fútbol? Otras tantas cosas, salvo una: alargue.

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