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LA CARNE

13 de Julio de 2015

Columna: El peo vaginal y el inconsciente

Si hay una manifestación del cuerpo que sigue siendo tabú aún en nuestros días de transparencia total, son los peos vaginales. Me pregunto qué tendrá de particular dicho gas que no cobra el estatuto de otros fluidos y desechos corporales que logran entrar a la discusión, aunque sea por la vía del humor. Es cierto […]

Constanza Michelson
Constanza Michelson
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21 razones sexo

Si hay una manifestación del cuerpo que sigue siendo tabú aún en nuestros días de transparencia total, son los peos vaginales. Me pregunto qué tendrá de particular dicho gas que no cobra el estatuto de otros fluidos y desechos corporales que logran entrar a la discusión, aunque sea por la vía del humor.

Es cierto que en general nuestra vida cultural no quiere saber mucho de los restos sólidos, líquidos y gaseosos que prueban de la materialidad del cuerpo –quizás porque representan algo del gran peo de la descomposición final de nuestra muerte–, pero la mayoría de tales desechos han logrado incorporarse al mainstream de alguna forma. El silbido vaginal no. Ese no pasa a la esfera pública porque tampoco se habla de él en privado; sigue cubierto por el pudor. Curioso, porque ni siquiera tiene la fetidez de sus competidores intestinales. ¿Qué tendrá de especial?

Vivimos días marcados por esa tiranía de la transparencia en que se supone que mostrarlo todo es sinónimo de verdad, como si uno supiera todo de sí. Ya casi no existen esas figuras de antes tipo Enrique Maluenda o un Huevo Martínez, apretujados en una neutralidad obligada, a quienes lo subjetivo –su tendencia política, su incomodidad sexual– se les salía como un peo que no debía. Hoy las figuras públicas se han humanizado y destapan su intimidad. Los conductores de TV revelan su frecuencia sexual, las reinas de belleza nos hablan de su tránsito lento y hasta la presidenta nos habla más como Michelle que como mandataria y nos trata de lesos. En fin, son días de horizontalidad.

En los ochenta se padecía de represión, de la externa pero también de la autoimpuesta. Los malestares principalmente tenían que ver con el temor al ridículo, parecer raro; había que incluirse en ese invento llamado normalidad. Hoy, por el contario, la gente sufre si se siente común y corriente, la norma es la crítica, saber estar en contra de algo. Mientras la derecha, la Iglesia y otras instituciones represivas están viviendo una debacle porque se les caen los peos solos y los dejan en evidencia, al sujeto nuevo, libertario, no le asusta el peo porque anda con soltura, no se tiene que andar aguantando cosas por moral o por culpa. Puede gritar, puede follar, puede desobedecer.

Pero cuando ya nos creemos transparentes a nosotros mismos, regresa el murmullo del peo vaginal para sonrojarnos y mostranos una fractura: aún hay cuestiones que nos dan mucho pudor y rompen las identidades en las que descansamos.

Me atrevería a afirmar que uno de los mayores horrores con los que se encuentra la gente que acude a un psicoanálisis es con el “histerismo” tras el hipsterismo bondadoso de la identidad del libertario a la moda. Con histeria me refiero a esos deseos inconscientes que contradicen nuestras identificaciones conscientes y nos avergüenzan. Como los celos en quien se representa a sí misma como feminista, el resentimiento con los humanos del doglover, el deseo de ser único y especial de quien lucha por lo comunitario, el afán de reconocimiento del altruista, el esnobismo del vegano. Caricaturas aparte, lo que quiero decir es que muchas veces la identidad libertaria actual cae en la moral de negar lo inconsciente: la existencia de las contradicciones propias de la infraestructura humana. Negación que conlleva el riesgo de los fundamentalismos morales.

El chillido vaginal es una metáfora del inconsciente. Ninguno de los dos se puede controlar, y ambos tienen la función perturbadora de mostrarnos la fractura de nuestros orgullosos discursos. Si el gas vaginal interrumpe esa moral sexual del follón libre de tapujos, lo inconsciente viene a perturbar la superioridad moral de ese comentarista furioso que es el sujeto actual.

Y una última coincidencia entre el inconsciente y la manifestación vaginal: ambos son femeninos. De ahí que no caben en las definiciones del buen sujeto. Seamos conservadores o progresistas, siempre importa acallar aquello que no calza con nuestro narcisismo escrito en norma macho.

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