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Opinión

15 de Julio de 2015

Columna: El juego de Peñailillo

Los detalles de la declaración de Jorrat son tan minuciosos que parecería absurdo decir que los levantó para sumar espectacularidad a un escenario que, desde el principio, parecía lo suficientemente escabroso y decepcionante como para tener que sumar más ingredientes. Si bien los tribunales tienen la última palabra, lo declarado y filtrado en los medios […]

Erika Silva
Erika Silva
Por

Abrazo Peñailillo Bachelet A1

Los detalles de la declaración de Jorrat son tan minuciosos que parecería absurdo decir que los levantó para sumar espectacularidad a un escenario que, desde el principio, parecía lo suficientemente escabroso y decepcionante como para tener que sumar más ingredientes. Si bien los tribunales tienen la última palabra, lo declarado y filtrado en los medios de comunicación exacerba la tan tristemente naturalizada duda ciudadana. Si las declaraciones de Jorrat son verdaderas, ponen al ex ministro Peñailillo en una posición irreconociblemente incómoda para el oficialismo, y doblemente dura para la Presidenta, pues habría evidencias de que la confianza -esa que le es tan esquiva- y que depositó no solo en su exministro, sino en su asesor por años, sufriría una fisura insuperable en caso de ser ciertas.

Para tratar de hacer cuadrar lo que describe Jorrat, resulta necesario contar con evidencias que permitan suponer que lo que se describe cuadra con el perfil del exministro. Lo dije y lo repito: yo no trabajé nunca directamente con él, por lo tanto no puedo operar como fuente directa que pueda afirmar las características que se le atribuyen. Sin perjuicio de lo anterior, quienes trabajaron con él lo describen como un hombre consciente de su poder y de su influencia, siempre dando señales de estar blindado por la Presidenta en sus acciones y decisiones. El consejero por excelencia, el más virtuoso en los análisis de la contingencia, el más hábil para poder llegar a las soluciones esperadas. Sin lugar a dudas, de eso dio pruebas, aquellas que le entregaban ese halo de poder que se fortalece y se valida ante la ciudadanía al ser el hijo predilecto de Cabrero, ese que fue capaz de surgir gracias a una trayectoria asociada a ese esfuerzo tan valorado por los quintiles más sencillos.

Peñailillo fue ungido por la cumbre política, tocado por la mano de Bitar, quien creyó que el tablero de la política debía ser refrescado por nuevas generaciones que dieran credibilidad a una Concertación que en el tiempo fue perdiendo esa credibilidad ciega, tan propia y esperanzada de la post dictadura. Bitar no actuó solo por confianza en las nuevas generaciones, sino también por lo práctico: comprendió que el poder de una coalición solo se puede proyectar en la medida que nuevos actores leales a él pueden llevar ese fresco aire que parece renovado, que parece distinto y que a partir de aquello recupera esa adhesión que se ha ido debilitando.

Peñailillo fue elegido sin tener que pasar por la máquina partidista que suele pisotear al que empieza a deslumbrar tan temprano, al que hace tambalear las reglas del juego en donde sabemos, la tradición y las redes de las cúpulas, solo dan tiraje a los propios. Fue una apuesta política por fragmentar la ecuación típica, esa que sabemos cómo funciona y donde se elevan los mismos de siempre.

Recuerdo cómo fue ovacionado el exministro en el acto del Día de la Mujer en frente de La Moneda. Era de los nuestros, el partner de la Presidenta, parecía decir la audiencia que aplaudía con frenesí. Era él y no otro quien daba garantías a la ciudadanía de que los vicios de los partidos políticos eran menos cercanos al Estado, pues su figura era garante de que el bien público iba a estar por sobre la ferocidad desatada de quienes ocupan el poder desde las tan mal evaluadas máquinas políticas partidarias. Eso explica una campaña presidencial en donde la Presidenta se paraba en el escenario, alcanzando legitimidad ante la ciudadanía que evaluaba con tan malas notas a los partidos políticos.

El despliegue escénico funcionó, la gente creyó, la gente adhirió, la gente votó y la Presidenta volvió a ocupar el Palacio de Gobierno. Peñailillo jugó a ganador, sabía que la llegada de la Presidenta lo pondría en una situación privilegiada y consagró su energía a tal objetivo. Bueno, su energía y algo más al parecer. Esto de ser y no ser PPD al mismo tiempo, esa lejanía con el mundo político tradicional y cercanía a la única líder que en Chile podía asegurar la llegada al poder, lo situaban en el lugar y momento correcto para su puesta en escena y no dejó pasar la oportunidad.

Por todo lo anterior el escenario es doloroso. Acá no cabe espacio para la satisfacción absurda de decir que yo lo sospechaba o que había evidencias de que el exministro no era capaz de calibrar ni sus acciones ni el efecto de ellas. Si Jorrat dice la verdad el golpe es certero a la Presidenta y a la confianza que depositó durante tantos años en él. Es probable, sin embargo, que esta no haya sido la primera vez ¿Cuántas otras situaciones pasaron delante de nuestras narices y se echó toneladas de tierra bajo la alfombra?

Lo más fácil es sentarse a mirar a quién se está quemando en la plaza pública y tirarle leña para que arda con más fuerza. Peñailillo no es santo de mi devoción pero no es ni el primero ni el último que se engolosinará con el néctar dulce del poder. Estoy segura, además, que sus pecadillos son de poca monta comparados con otros que de seguro se fraguaron cuando la información no estaba a un clic de distancia.

No compro eso de que sea el peor de todos y que sea señalado como el culpable de las plagas que azotan a la Nueva Mayoría. De hecho, varios actores que veían con suspicacia su meteórico ascenso, han encontrado la oportunidad para darle duro, sin detenerse a mirar su propia tienda, como si el piso, las paredes y las alfombras estuvieran tan limpias.

No olvido las palabras de Auth: lo peor está por venir. Es probable que más desecho saldrá a flote y tiene que ser así, no hay vuelta atrás. Resulta esperanzador que la distancia que se presume entre la casta gobernante y el militante de base o el ciudadano de a pie se acorte. Pero se debe tener en cuenta, como dice Einstein, que la locura es tratar de obtener un resultado distinto realizando las mismas acciones.

¿Serán las cúpulas de los partidos quienes nos podrán dar garantías de un ejercicio del poder sano, probo y transparente? Juro que trato de imaginar cómo podrá ser aquello y no me cuadra. No me imagino en la próxima elección a los próceres de la Nueva Mayoría o de la Alianza asegurándole a la ciudadanía que “ahora sí que sí” pueden ser legitimados como dignos depositarios de la confianza pública. Yo creo que los partidos estarán obligados a redefinirse, a reconfigurarse, a mejorar su democracia interna, la transparencia en sus procesos, pues de lo contrario, nadie les creerá.

Tenemos que esperar lo que digan los tribunales. Ojalá no fuera verdad lo que señala Jorrat. Ojalá no hubiese tanto barro en el parabrisas.

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