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Mundo

21 de Julio de 2015

Don Dino, el cura pedófilo más hardcore de Roma

Nuevamente un escándalo de pedofilia supera la imaginación de ateos y creyentes. El sacerdote en cuestión jugaba un rol clave en una red que prostituía a menores en la estación de trenes de Roma, pero además se creía fotógrafo triple X y escribía libros porno con un tierno seudónimo. Esta es la historia de Don Dino, que lo hacía todo por beneficencia.

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iglesia católica a1
Hace un mes, en los diarios y noticiarios de Italia salió por enésima vez una historia de pedofilia relacionada con un cura. Esta vez el curita es Don Placido Greco, alias Don Dino. La división de Carabinieri de Termini –zona de la estación de trenes de Roma– lo detuvo junto a otras diez personas, entre ellas un párroco de 68 años relacionado con el Vaticano cuyo nombre no es público y del que hablaré más adelante. Los pormenores de esta historia me los contó en una entrevista más o menos formal el mayor de Carabinieri Emanuele C., quien pidió reserva sobre su apellido porque la investigación no ha terminado y podría perjudicarla desde un punto de vista mediático… o por lo menos eso me dijo él.

Don Dino, antes de ser arrestado, se ocupaba de la iglesia de Fiumicino, en las cercanías de Roma, pero viajaba mucho a la capital en el tren que lo dejaba en Termini en unos 20 minutos, y allí se dedicaba a gestionar una red de pornografía infantil integrada (por ahora) por diez personas más. Concretamente, Don Dino era el encargado de contactar jóvenes sin trabajo ni dinero, casi todos entre los 9 y los 18 años, de origen gitano, prófugos y migrantes, presentándose como fotógrafo hard y agente cinematográfico porno. Cuando lo pillaron, le encontraron más de dos mil fotos de menores en pelotas en su computador. En los interrogatorios, Don Dino declara que eran los jóvenes quienes se ponían en contacto con él para que les hiciera los books de fotos. Asegura ser famoso como fotógrafo hard y que nunca fue más allá de la ayuda humana que un miembro del clero podría concederle a alguien en dificultad.

La evidencia que lo condena sería que en muchas de las fotos él mismo aparece teniendo relaciones sexuales con los menores, que vendrían siendo más de cien. El mayor Emanuele me cuenta cosas insólitas, como que el abogado de Don Dino, Sergio Ruperto, les presentó el día posterior a la detención un recurso de liberación porque el cura pedófilo estaría muy preocupado por su madre, que es muy anciana. También, con cara incrédula, me cuenta que el abogado Ruperto afirmó que el padre Placido no iba a Termini a buscar niñitos sino que a hacer beneficencia, y sobre las fotos declara que no tenía idea que fueran menores de edad.

Además parece ser que Don Dino posee una Biblia modificada por él mismo en versión hard y que, según cuentan los jóvenes abusados, les leía después de haber tenido relaciones con ellos. Como Don Dino sigue negando cualquier relación con hechos de este tipo, la jueza Cristiana Macchiusi estimó que podría reiterar su comportamiento criminal, por lo cual se quedará en la cárcel de Regina Coeli. Y este es un hecho importante porque al menos nos dejan procesar a los culpables de estos crímenes, que hasta hace poquísimos años personajes detestables como Juan Pablo II o el inútil Ratzinger cubrían sin tregua.
La mayor preocupación de la policía, además de la posibilidad de que cómplices del cura lleguen a contaminar pruebas pagando o amenazando a los menores implicados –casi todos extremadamente pobres–, es el estado psicopático de Don Dino. Me cuenta Emanuele C. que este cura, además de todas las cagadas que se mandó, escribía libros pornográficos gay bajo el seudónimo de Gabriele Doni. Gabriele, como el santo protector de los niños.

COMO EL DIOS SATURNO
Para prostituir a los menores en Termini, Don Dino reclutaba clientes por Internet y organizaba los encuentros sexuales en los baños de la estación, y de los trenes en mantención, así como en hoteles y departamentos cercanos. Todo a pleno día, siempre, para no levantar sospechas. Mientras tanto, los miembros de la red criminal –cuyas edades fluctúan entre los 35 y los 70 años– se paseaban por Termini buscando muchachos interesados. Y esto es muy curioso. Yo tengo un amigo que tuvo problemas de drogas y a los 16 años, durante sus peores momentos, también iba a Termini a pedir limosna. Cuando le comenté que iba a escribir este artículo, me contó que un día se le acercó un señor anciano y, como quien te pidiera un cigarro, le ofreció 50 euros para ir con él a los baños de la estación. Sandro, mi amigo, no fue al baño con el viejo, pero esa no sería su única experiencia con esta red criminal. Paseando en otra ocasión con su novia, de la misma edad, un señor los aborda y les propone que follen en una habitación de motel por ahí cerca, mientras graba con hidden cámara, a cambio de 100 euros. Por su inconsciente no dejó de cruzarse la posibilidad de aceptar. Así de sistemática era la “ayuda humana” que prestaban el cura de Fiumicino y sus cómplices.

Pero hay más. El mayor de Carabinieri, fuera de la dinámica de la entrevista, me contó algo sobre el misterioso párroco de 68 años que colaboraba con Don Dino y cuyo nombre no conocemos. Este señor aparece en las fotos, pero no está bajo juicio porque otro misterioso señor, por los mismos días en que salía la noticia, fue a la comisaría de Termini y advirtió que tuvieran cuidado con las investigaciones sobre este párroco, porque tendría un rol directamente en Ciudad del Vaticano. El mayor cree que alguien estaría intentando cubrir este caso… mientras que el Papa Francisco condena la pedofilia.

Durante el Día de la Familia (Family Day) celebrado en Roma el último 20 de junio, ante más de 200 mil personas, un cura español hizo una intervención absurda que transcribo para que entiendan la confusión mental que tiene el cura católico medio; porque el problema no es la pedofilia en sí, sino la ética misma que el rol de cura tiene en la sociedad cristiana: “El femicidio y la violencia de género no tienen relación con la dualidad hombre-mujer, sino con la naturaleza del amor que el hombre tiene hacia su mujer. La antropología cristiana enseña que el amor de una mujer hacia el hombre es ser su esposa. Es el mismo amor hacia a Dios; el Amar en sí, porque Dios es amor. Si la mujer lo abandona, el dolor que el hombre siente es tal que la primera cosa que se le ocurre es matarla, porque es ateo y no sabe o no conoce la historia de Dios, la historia del Amor. ¿Cómo puedo hacer que mi esposa sienta el dolor, el vacío que yo siento? Mato a los niños también para que ella sienta el dolor que siento yo”. Esto lo dijo textualmente el fundador del Camino Neocatecumenal de España, don Kiko Argüello. Es el tipo de discurso –o de demencia– de quienes se comen a los que deberían ser sus propios hijos, como el Dios Saturno se comía a los suyos.

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