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Nacional

28 de Julio de 2015

El hijo de Estela, la dramática historia de la anciana que vive con un feto momificado en su vientre

La historia de una anciana de 108 años de edad que carga hace más de 60 años un feto momificado en su vientre dio la vuelta al mundo. Estela Meléndez, de un día para otro, se transformó en un misterio para la ciencia: no tenía síntomas ni infecciones y había logrado vivir décadas con un feto en su cuerpo. Pero lejos de ser un milagro, su vida es la historia de una mujer que sobrevivió al dolor, la pobreza y las negligencias médicas. Un relato que le habla al país y le muestra su peor rostro.

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La noche del 15 de junio fue más fría de lo habitual en La Boca. Una espesa niebla cubría las calles de tierra del pueblo costero de la sexta región. El termómetro apenas marcaba dos grados y Estela Meléndez, entumecida, se retorcía de dolor en su cama. Un fuerte malestar en su abdomen no la dejaba dormir. “Fue una pesadilla”, recuerda.

Estela estaba acostumbrada a esos repentinos dolores, pero aquella vez las puntadas en su vientre eran insoportables. Le dolían también sus piernas, caderas, y se le hacía cada vez más difícil soportar sus dolencias. “Es por esta cosa que tengo adentro”, dice casi murmurando.

La anciana, como tantas otras veces, le rezó a la Virgen del Carmen para que el dolor se fuera. En su desesperación, tras un movimiento brusco, se cayó de la cama golpeándose contra el piso. No pudo volver a levantarse. Desde que murió su marido, en diciembre pasado, que vive sola en su casa ubicada en la desembocadura del río Rapel.

El dolor la mantuvo inmóvil durante horas. Tampoco podía gritar para que sus vecinos, su sobrino Luis y su esposa Juana, la escucharan. Intentó levantarse, pero cada intento terminó con la anciana en el mismo lugar. Sin opción, y en total oscuridad, esperó en el suelo hasta que amaneciera.

Luis encontró al otro día a Estela ovillada en el piso. “Lo primero que pensé fue que el “bulto” de su guatita la había matado”, recuerda su sobrino. Pero la anciana estaba viva. “Era como un trapito en el piso”, agrega. Luis la tomó como pudo y la llevó al consultorio de Navidad para que la revisaran, pero como tantas otras veces, terminaron por derivarla al Hospital Claudio Vicuña de San Antonio. Allí le hicieron los exámenes de rigor, incluyendo una radiografía de caderas. Ante la presencia de un cuerpo extraño, decidieron realizarle un escáner para ver con más claridad. El examen arrojó que dentro del vientre de la mujer yacía alojado el cadáver de un feto momificado, de más de 2 kilos y al menos 7 meses de gestación.

La doctora, impresionada, llamó a los estudiantes en práctica para que observaran uno de los casos más insólitos que habían visto en décadas. Estela tenía un embarazo abdominal, uno de los más extraños dentro de los denominados embarazos ectópicos (fuera del útero). Según datos del Ministerio de Salud, casos como el de la anciana no superarían los 300 registrados en el mundo.

El rumor avanzó rápido y varios curiosos se acercaron a la mujer. No pasó mucho rato antes que los medios de comunicación de la zona se enteraran.

-Es increíble… ¿Sabía que estaba embarazada?- le preguntó la doctora a Luis.

El sobrino se limitó a levantar los hombros. Todavía estaba asombrado por lo que vio en la radiografía. “Yo sabía hace años. Pero era primera vez que lo veía. Fue impactante. Como una bolita, doblado, pero formado. Podía verle la cabecita y la columna. Era como un saco de huesos”.

Estela guardó silencio cabizbaja. En su vientre cargaba aquello que Luis llamaba “el bultito” y que para ella era el hijo que nunca pudo tener. El hijo que mantuvo en su cuerpo durante más de 60 años.

VIDA DURA
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La familia Meléndez tiene todo su linaje en La Boca de Rapel, una pequeña localidad de la región de O’Higgins, ubicada entre la desembocadura del río Rapel y la costa. Según el último censo, en el pueblo hay solo 500 habitantes. Más de 60, son Meléndez.

Luis y Estela son parte del núcleo fundador. Él dice ser su sobrino, pero legalmente son hermanos. Fue adoptado desde niño por el padre de Estela, luego que uno de los hermanos de ella, no quisiera reconocerlo como hijo. Se transformó en el regalón de la familia y el menor de 13 hermanos, fruto de tres matrimonios del patriarca. Aún quedan 8 vivos y aunque viven en un pueblo con una sola calle principal, no tienen mucha relación entre sí.

Las divisiones familiares entre los Meléndez es un cuento viejo en el pueblo. Solo algunos se atreven a cruzar palabras sobre Estela, la hermana mayor. “Ella tenía más de 18 años cuando el resto éramos niños, quizás por eso se crió sola en el campo. Era muy chúcara, muy pará de la espada (…) Toda la vida se ha quejado de dolores”, cuenta tímidamente uno de sus hermanos.

El embarazo de Estela siempre fue un secreto a voces. A pesar de que su estómago aún luce levemente abultado, en comparación a su delgado cuerpo y muy baja estatura, todos han preferido fingir que aquello que esconde entre sus ropas no existe. Incluida la misma Estela que, tras décadas de soportar su condición, ha optado por llamar a lo que tiene en su abdomen como “esa cosa”.

Los recuerdos que tiene Estela de su vida, antes de que se casara a los 17 años, son vagos. Aunque hay algo que recuerda con nitidez y trasciende su vida en La Boca: la pobreza. “Siempre he sido pobre”, recalca. Estela rememora, como un viejo caleidoscopio donde aparecen y se esfuman imágenes, cómo fueron sus años de infancia.

Cuenta que llegó hasta segundo básico y que recorría descalza los seis kilómetros que separan La Boca con la escuelita rural donde estudió en Navidad. “No alcancé a aprender a leer, porque no había qué comer y tuve que dejar el colegio para trabajar en el campo. Aquí aprendí a criar gallinas y plantar verduras”.

Las tierras donde se crió, quedan justo frente a la desembocadura del lago Rapel, que hoy se llama Avenida de Pescadores. Su casa, al igual que todas a principios de siglo, era de adobe y techo de paja. Los hombres se dedicaban a la pesca artesanal de lenguado y róbalo, y las mujeres a la pequeña agricultura o a tejer redes. Era otro Chile. El país en aquel entonces tenía un índice de analfabetismo que bordeaba el 60% y dos tercios de la población vivía en estado de pobreza.

En La Boca había apenas 20 casas. La economía de subsistencia era tan rudimentaria que la mayoría de la gente se alimentaba a través del trueque y tenía que movilizarse varios kilómetros para intercambiar productos. “Como las leyes de pueblo antiguo”, recuerda Teresa Meléndez, hermana de Estela.

A medida que Estela fue creciendo, se fue aislando de sus vecinos y a los 17 años se casó con un pescador. “No sé porque lo hice, yo creo que fue porque él tomaba mucho y yo estaba aburrida”, dice medio en serio, medio en broma. Apenas se veían. “Si no estaba en el mar, estaba en la cantina”, recuerda. Hoy asegura no saber cuándo quedó embarazada. Cree que fue antes de cumplir los 30 años. Una edad también incierta en el caso de Estela pues, asegura, su padre la inscribió cuando ella tenía 17 años. El dato, corroborado por la familia, implicaría que Estela en vez de los 92 años que figura en su cédula de identidad, estaría a punto de cumplir 109 años en agosto próximo.

-Yo era cabra cuando me empecé a sentir mal. Sentía punzadas en mi guatita muy fuertes, me daban adormecimientos, calambres. No podía dormir. Me aguanté mucho tiempo, porque me parecía raro que estuviera enferma si ni me resfriaba. Fui varias veces al consultorio y no sabían qué era- asegura.

Pese a los dolores abdominales, nunca los doctores sospecharon que Estela estaba embarazada. Luego de varios exámenes, los especialistas concluyeron que tenía cáncer. Fue el comienzo de su caída en desgracia.

Sobreviviendo
Sin acceso a la ficha médica, es imposible determinar cuánto tiempo pasó entre el embarazo de Estela y su errado diagnóstico de cáncer. Ella recuerda que fueron varios años de intenso dolor. Si bien nunca habló de embarazo ante su familia, asegura que “sentía algo adentro que se movía”. “Me sentía súper mal. No podía caminar, no podía hacer pipí, sentía un peso en la guatita y contracciones tan fuertes, como que fuera a botar algo por abajo”.

Estela cuenta que los mismos dolores que describe se los transmitió a las “señoritas del consultorio”. Pese a todo la obligaron a operarse de urgencia en el hospital Claudio Vicuña. El mismo recinto donde décadas después, hace poco más de un mes para ser exactos, los doctores quedaron boquiabiertos cuando se enteraron lo que Estela ocultaba en su vientre. “Ella sobrevivió a este feto y su cuerpo se hizo inmune a la infección”, dijo a los medios el subdirector del Hospital, Carlos Vega. “Pensé que me iba a morir. Me dijeron que iba a mejorar, pero terminó siendo el inicio de mi tortura”, denuncia la anciana.

Después de la operación, cuenta Estela, la llevaron a la sala de recuperación. Allí estuvo cinco días sin que nadie le diera medicamentos para el dolor. “Con suerte me dieron de comer. Fueron muy crueles. Que a los pobres nos traten mal, es algo que nos toca y no podemos hacer otra cosa”, se lamenta.

Cuando la dieron de alta, Estela recuerda que le pusieron una faja para cuidar los puntos. Ahí volvió a sentir la misma protuberancia de siempre. Los dolores volvieron con mayor intensidad y comenzó a dormir boca abajo para poder soportarlos. “Sentía una piedra que me rompía por dentro”.

Estela nunca más volvió a ser la misma. Hoy cojea producto de la deformación en su cadera y llegó a pesar 30 kilos. A tanto llegaron sus dolencias que pensó varias veces en quitarse la vida. Al igual que otras veces, asegura, fue la Virgen del Carmen quien terminó por disuadirla. Dice que se le apareció con una cinta celeste y un ramo de flores. “La Virgen sabía que era malo lo que yo quería y me dijo que estaba en el mundo para sobrevivir”.

DOLENCIA
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Después que la noticia sobre Estela salió publicada en los medios, incluida la BBC de Londres, la historia de la anciana con un feto momificado en su vientre dio la vuelta al mundo. El caso, tomado casi como un artículo del Semanario de lo Insólito, fue consignado como inédita historia de una mujer prácticamente inmune a las infecciones de su cuerpo. Fueron las primeras declaraciones de las autoridades regionales quienes reforzaron la hipótesis y destacaron su peculiariedad. El Dr. Dagoberto Duarte, director del Servicio de Salud Valparaíso-San Antonio, aseguró el mismo día a distintos medios, que Estela estaba sana. “El único síntoma que tiene relación con su lesión en el codo (…). Ella ha vivido con este feto más de 50 años sin problemas y por lo tanto, no tiene sentido intentar sacarlo porque el riesgo es muy alto”.

La familia, sin embargo, no comparte la manera como se ha tratado el caso. “Me da rabia cuando aseguran que mi tía eligió vivir así. Ella no decidió cargar con esto, tuvo que hacerlo no más. Acá las opciones para educarse y trabajar, no son muchas. Imagínese la salud. Acá en La Boca nos atendemos en el consultorio básico de Navidad a más de 6 km de distancia. No tenemos opciones, eso es para los ricos”, explica Luis.

The Clinic intentó comunicarse con el director del Servicio de Salud de la Región de Valparaíso pero, a través de la oficina de comunicaciones de la entidad, declinaron hablar al respecto pues, aseguraron, ya se habían referido al tema.

Han sido días agitados para la familia Meléndez. Hace un mes que la historia de Estela se filtró a la prensa y el teléfono no ha parado de sonar. A pesar de que no entiende mucho sobre diarios, Luis sabe que solo se trata de entrevistas. En realidad, tampoco le importa. Solo le preocupa que se cuente la verdad. Porque la vida de Estela Meléndez no solo ha estado marcada por sus incesantes dolores físicos, sino también por el drama sicológico de tener un hijo muerto en su vientre. Su condición la transformó en una persona introvertida y dependiente de otros para sobrevivir. “Ahora me cuida el Luis, porque yo no puedo hacer nada sola. Ni siquiera me puedo parar de la silla. A mí esta enfermedad me lo quitó todo”, reflexiona.

Para Carolina González, obstetra y parte de la directiva nacional del Colegio de Matronas, el caso de Estela es asombroso no por ser un embarazo ectópico, si no por tener casi 8 meses de gestación. Por lo mismo, le extraña que no se haya hecho un diagnóstico de embarazo apropiado en el consultorio de Navidad, la primera vez que fue a controlarse hace más de 50 años atrás.

– Hay signos clínicos que uno puede observar de un embarazo y las encargadas de eso son las matronas. En ese tiempo debieron habérselo detectado. Actualmente no puede hacerse mucho, porque es un cúmulo de tejido que produce complicaciones al igual que un tumor- asegura Carolina.

Para nuestro sistema de salud, un feto muerto en el cuerpo, es similar a un tumor no cancerígeno o una hernia, independiente del daño moral que puedan provocar en las mujeres. El mismo Colegio de Matronas ha intentado poner el tema sobre la mesa y discutir sobre la importancia de los daños psicológicos en dolencias crónicas. En el caso de Estela, no solo se violaron sus derechos como paciente, sino también como mujer.

-Lamentablemente, en el sistema de salud hay un rol poco protagónico del daño psicológico que produce un feto muerto o una hernia dolorosa. Si esa mujer cae en depresión e intenta suicidarse por su condición, mientras no esté en riesgo vital, no estará en la lista de prioridad y por lo tanto, nadie la va a operar- explica González.

Hoy la posibilidad de una operación para Estela está fuera de discusión. Su avanzada edad y distintos problemas de salud, podrían complicar una intervención. Ella tampoco quiere operarse. “Jamás me volvería a operar, con una vez fue suficiente y quiero estar tranquila”, dice.

Actualmente, y como lo ha hecho siempre, sigue yendo a sus controles al consultorio de Navidad. Toma cinco pastillas diarias para mejorar su calidad de vida y una pastilla para dormir en las noches. “No le hacen nada los remedios, le dan omeprazol, paracetamol, domperidona, puras cosas simples y nada fuerte para el dolor”, cuenta Luis.

Aunque hay días más difíciles que otros, Estela dice que está tranquila. Su repentina fama en algo ha ayudado a mitigar sus dolores. Cuenta que los veraneantes pasan a conversar con ella y que ya no quiere saber más de doctores. Todos los días se da ánimo para alimentar a sus gallinas y ayudar con su escuálida pensión de 85 mil pesos a su sobrino que la ayuda en sus quehaceres. Ya no quiere más guerra. “Déjenme morir en paz”, pide.

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