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Opinión

6 de Agosto de 2015

Editorial: La Quinceañera

Sus gustos cambian, mientras ella jura que han sido siempre los mismos. Usa indistintamente zapatos de taco alto y botas de combate. Si está triste es una niña, y si furiosa, una jefa de batallón. No se reconoce en la infancia ni en la adultez, o sea, habita apenas un instante que en su cabeza es toda la vida.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL

La Clara cumplió 15 años. Ahora lo discute todo. Como es de la raza de las exageradas, sus certezas son extremas. No es que la palta no le guste, sino que le da asco. La más mínima mancha verde en una tostada, producto de un roce casual, convierte ese pan en una “cerdez”. Puede cambiar de opinión, pero jamás empantanarse en la duda. Lo suyo es la radicalidad. Supongo que se debe a que a esa edad, no se es de un lado ni del otro, y para afirmarse hay que llegar al borde, como los borrachos cuando se tambalean. Sus gustos cambian, mientras ella jura que han sido siempre los mismos. Usa indistintamente zapatos de taco alto y botas de combate. Si está triste es una niña, y si furiosa, una jefa de batallón. No se reconoce en la infancia ni en la adultez, o sea, habita apenas un instante que en su cabeza es toda la vida. Sus problemas y los de sus amigas son siempre esenciales, así se trate de la asistencia a una fiesta o la compra de una blusa. Si lo que desea no acontece, lo que ha ocurrido es una tragedia. Tiempo atrás, para matar al padre, decidió que leer era lo más aburrido del mundo, cuando no una estupidez. Antes de abrir la primera página, ya sabía que la novela era pésima. Con frecuencia reclamaba que al avanzar olvidaba lo que venía antes, de modo que volvía atrás una y otra vez, hasta que la lectura se le hacía insoportable. Lentamente ha entendido que si sigue adelante, es muy probable que sus olvidos cuajen en un sentido. Ya hay libros que al comenzar eran unas bazofias y al terminar, obras maestras. Recién leyó el Diario de Ana Frank, y está furiosa con el nazismo. Adora u odia, lo que no acepta es la indiferencia. Su afición más duradera ha sido la fotografía, y son dos los géneros que cultiva: el paisaje y el autorretrato. Pocas veces son los transeúntes quienes atraen su atención. Con las primas de su edad, pueden pasar horas fotografiándose. Buscan su mejor lado, mueven el curso de sus cabelleras de un hombro al otro, y ejercitan sonrisas perfectas que a mí me indignan, porque no se dan cuenta de lo feas que son comparadas con las suyas naturales. Si actúa conscientemente es brusca, pero si lo hace despreocupada, fluye como una gata durmiendo en un sofá. Casi no ve televisión, pero moriría sin teléfono. Ahí está permanentemente conectada con sus compañeras de generación, comentándolo todo y generando opiniones comunes, porque si frente a los adultos busca la diferenciación, con sus pares se funde en un diagnóstico compartido. Prefiere tomar posición que ahondar en los detalles del asunto. Se avergüenza de sus padres, hace alianzas con la abuela y sabe perfectamente lo que quiere del futuro, solo que este no va más allá de un viernes si lo discutimos un lunes. He llegado a pensar que tiene la edad de la discusión política actual. A ella le sienta de maravillas, al país no tanto.

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