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Opinión

11 de Agosto de 2015

Gastón Soublette, maestro de generaciones: Margot “se fue en un buen momento, no estoy triste de que se haya ido”

Conoció a una “deslumbrante” Margot Loyola cuando ella tenía 38 años y él 30. Ayudándola a registrar las tonadas que ella recopilaba en terreno, aprendió a conocerla. Aquí recuerda las tonadas de Colliguay y cuenta una anécdota que retrata de cuerpo entero a los amantes del folclor de verdad.

Consuelo Ferrer
Consuelo Ferrer
Por

Margot Loyola 6 A1
¿Quién era Margot Loyola cuando usted la conoció?
Margot estaba en el pináculo de su carrera. Era atrayente, deslumbrante y con una feminidad esplendorosa. Una gran cantora y además era bonita, lo que le abrió las puertas de todo. Su éxito fue clamoroso. Nos conocimos trabajando para el Instituto de Investigaciones Musicales de la U. de Chile, donde estudiábamos el folclor. Margot y Violeta estaban recogiendo de boca del pueblo lo que quedaba de nuestro folclor poético musical. Elaboraban el gran archivo de nuestra memoria. La diferencia es que ella no se metió como la Violeta en el canto a lo poeta, que era exclusivo de los hombres. Pero la especialidad de Margot era la tonada. Investigó la tonada y la cueca desde el Norte Chico hasta el Biobío.

¿El mundo femenino del folclor?
Sí, porque el tema de la tonada es básicamente el amor y eso lo tenía muy patente, tenía mucha capacidad de amar. Investigó el repertorio que estaba oculto en Colliguay, lo primero que yo le transcribí. Allá se refugió una parte del ejército español después de la batalla de Maipú. Hicieron familia ahí, pero se fueron volviendo a España y dejaron todas las canciones de herencia española en la memoria de ese pueblo. Las más bellas tonadas de Margot las obtuvo allá arriba.

Y su trabajo con ella, ¿en qué consistía?
Es el mismo trabajo que hice con Violeta. Cantaban y lo que yo iba oyendo lo escribía con pauta. Transcribí a papel unas 50 o 60 canciones de ella. Eso quedó en el archivo del Instituto de Investigaciones Musicales de la U. de Chile. No sé qué ha sido de ese archivo, lo dejaron morir o alguien se lo llevó. Yo he intentado ir a verlo pero no hay manera de acceder a él, nadie sabe dónde está.

A usted siempre le ha interesado la sabiduría popular oral, ¿Margot también indagaba en eso?
Al recopilar canciones, tanto Margot como Violeta escribían los refranes que escuchaban. El pueblo todavía los tenía en su memoria, ellas me citaban refranes y contaban cuentos que habían oído de esta gente. Pero su campo era la música y la poesía que les entregaban. Se ha ido mitificando el folclor también, se ha creado algo que es como chilean art, pero ellas estaban en lo auténtico, lo que el pueblo les entregaba.

¿Qué se pierde con la muerte de Margot?
Yo creo que no se pierde nada, porque ella se fue a una edad donde es digno irse, ¿no? Por llegar a los cien años la salud se resiente mucho. Yo tengo una tía que murió a los cien y se apagó como una vela, nunca estuvo enferma, pero con la inmovilidad que tenía no valía la pena. Yo creo que se fue en un buen momento, no estoy triste de que se haya ido. Era lo que correspondía y detrás de sí deja un legado valiosísimo para el país. Para terminar quisiera contarte una anécdota.

Cuente.
Entre las tonadas que ella me entregó había una particularmente notable. La letra se la voy a recitar, decía:

Yo tenía una nave mida
De mi lao se me fue
Todos los días la siento
La siento y la lloraré.

Qué llanto tan insisible
Qué martirio tan penoso
Todo el mundo está regao
De agua que ‘erraman mis ojos.

De agua que ‘erraman mis ojos
Yo estoy haciendo un mar
Donde ahogo mis penas
Porque no te puedo hablar.

Esas eran las estrofas y la melodía era muy arcaica. Yo le pregunté a Margot: “¿De dónde sacaste esta tonada tan especial?” y me dijo: “La tomé en una cantora de las afueras de Linares, que era tan pobre que no me quería recibir en su casa porque le daba vergüenza. Cuando la iba a ver, nos sentábamos en un tronco de árbol caído que estaba seco. Ahí me cantaba, yo iba anotando la letra, haciendo las posturas de guitarra y me aprendía la melodía”. Eso es tener memoria de elefante.

Un día se dio cuenta de que ella tenía una hija de 15 años gravemente enferma. Todavía no quería dejarla entrar a su casa, pero insistió. Vio a la niña estaba muy enflaquecida y con fiebre. Le diagnosticaron tuberculosis.

Otra vez que fue a verla, la señora salió, volvieron a sentarse en el árbol seco y ella le dio más tonadas, pero le dijo: “Mi hija se fue, estaba tan enfermita la pobre que se fue”, y lloraba. Entonces le entregó esta tonada y Margot le dijo: “¿Y esa de dónde la sacó? ¿Se la enseñó su abuela? ¿O su tía?”. “Esa la hice yo por mi hija que murió”, le contestó. La Margot quedó impresionada.

Pasó un tiempo y volvió a ir. La mujer salió de su casa y se sentaron en el árbol, y me dice Margot: “Fíjate que el árbol muerto había reverdecido, tenía ramas verdes, aun botado en el suelo. Siempre cuando nos sentábamos el árbol estaba muerto, pero ahora que ella me había revelado esta canción, el árbol se reverdeció”.

Eso me lo contó Margot al lado del féretro de Fidel Sepúlveda, en el velorio del gran maestro del folclor chileno. Yo me emocioné y le dije: “Esto es lo que siempre él hubiera querido oír, porque ésa es una magia producida por el amor: que el árbol muerto haya reverdecido al conocer tú esa tonada que compuso”. Ella me dijo: “Bueno, Fidel en este momento lo está escuchando, y se va de este mundo oyendo esto tan maravilloso del folclor chileno”.

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