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Opinión

18 de Agosto de 2015

Columna: Señoras y señores, ha muerto una voz de mando

Los periodistas querían verlo de rodillas y contándoles con lujo de detalles las sesiones de tortura... Pero esa voz de mando no claudicó.

Bruno Vidal
Bruno Vidal
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SEÑORAS-Y-SEÑORES

Murió el Mamo. Murió un hombre de carne y hueso; esto último no deberíamos olvidarlo, no murió una persona distinta a cualquiera de nosotros, murió una persona con cabeza con tronco y extremidades y esto es una premisa que ninguna ética puede soslayar. Murió un militar, murió un general de la República, de la república de Chile y murió de varias enfermedades de esas que padecen los comunes y los mortales. Murió Juan Guillermo Manuel Contreras Sepúlveda. Murió en una noche tempestuosa en la Región Metropolitana, lluviosa en el Gran Santiago, agonizó, expiró en el Hospital Militar en la pieza 801, no sabemos si fue asistido por un sacerdote en la hora postrera, ¿recibió la extremaunción? Es lo más probable, fue un hombre de fe católica.

La muerte de Manuel Contreras, una muerte como todas las muertes, suscitó un cierto escándalo mediático y provocó la histeria y el jolgorio de algunos: bailaron cueca, gritaron, metieron bulla, destaparon botellas de champaña, pretendieron ultimar a una persona muerta, a un cadáver, quisieron degradarlo en vida y pretenderán degradarlo post mortem.

Murió Manuel Contreras un oficial de alta graduación, primer jefe de la DINA, autoridad indiscutible en materia de Estado de Sitio y de Toques de Queda. La justicia lo condenó a cinco siglos, a centenares de años, sus adversarios más enconados pedían que no muriera y se pudriera y no se pudrirá. Manuel Contreras fue cremado en las dependencias del Cementerio Católico a altas horas de la madrugada, sus cenizas están guardadas en un ánfora en franco reposo, Manuel Contreras descansa en paz: lo vimos en la televisión un par de veces, revisamos esas entrevistas, lo hemos observado invicto, tenaz, consecuente, erguido, arrogante, implacable. Los periodistas de la pasarela cultural progresista querían verlo hincado de rodillas y contándoles con lujo de detalles las sesiones de tortura y el aniquilamiento sistemático de opositores al Régimen Militar. El hombre de carne y hueso, esa voz de mando no claudicó, no se dejó seducir, reconoció la lucha sin cuartel contra el terrorismo irresponsable. Murió Manuel Contreras un hombre que conoció los hilos finos y las infamias de la Guerra Fría, que sabía al dedillo de totalitarismos y transgresiones graves a la integridad síquica y material de las personas. Murió Manuel Contreras un hombre de armas acuartelado todo el santo día en primer grado.

Lo presenciamos en el traslado del Penal Cordillera a Punta Peuco, ya aquejado por la vejez, solicitando ayuda a un gendarme en el traslado de sus pertenencias personales. Qué caviló Manuel Contreras en esos años de prisión, qué meditó en esos silencios… Es fácil motejarlo, tacharlo, escupirlo en su imagen y en su semejanza y es muy poco político y muy poco poético buscarle el lado bueno. Pero Manuel Contreras es uno de los hombres que encabezó la contrarrevolución más exitosa y brillante contra el comunismo y la sublevación del proletariado en Chile y en el orbe; desde ese punto de vista –ahora muy ontológico– cómo no tomárselo en serio y muy en serio.

Manuel Contreras, nuestro “verdugo”, nuestro “victimario” de mayor excelencia y recalcitrante, ese “esbirro” se fue a la postrimería con la conciencia tranquila, con la idea de haber contribuido a la grandeza de Chile, no se fue en la penitencia o en el remordimiento o en la vileza actual de los pactos de silencio; hasta se permitió el divorcio conyugal en las vísperas, seguramente se sintió incomprendido por su mujer y por su entorno. Manuel nos ha hecho pensar y no a la manera de Heidegger o de San Agustín o de altos dignatarios de la Academia que aprovechan los frutos del trabajo sucio. Más simple, nos ha dicho en un lenguaje no alambicado ni mesiánico ni esotérico ni histérico ni rebuscado: “Usted y yo estamos en el reino de este mundo”.

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