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Cultura

25 de Agosto de 2015

Matías Bize y su trabajo con Benjamín Vicuña: “era meterse en unas aguas muy profundas y dolorosas”

El director chileno está a pocos días de estrenar ‘La memoria del agua’, que considera la película más madura y desafiante de su carrera. En esta entrevista con The Clinic Online, Bize cuenta qué lo llevó a iniciar este proyecto y ahonda sobre las relaciones de parejas, tópico que recorre toda su filmografía. Además, aborda el escenario actual del cine chileno, que hoy se levanta como una de las cinematografías más prometedoras de Latinoamérica. El film participará de la competencia internacional de la undécima versión del Sanfic y llegará a las salas de todo el país el 27 de agosto.

Por

Matías Bize

Ad portas del estreno de su quinto largometraje, el cineasta chileno Matías Bize habló sobre el proceso creativo que significó ‘La memoria del agua’, relato íntimo sobre la lucha de una pareja por permanecer unida tras la muerte de su hijo. La película protagonizada por la actriz española Elena Anaya y Benjamín Vicuña -quien pidió ser parte del film, luego de vivir una situación similar- fue el resultado de cinco años de trabajo, que incluyeron una residencia para escribir el guion en Berlín, patrocinado por el prestigioso festival alemán.

¿Por qué el tema del amor, o las relaciones de pareja son recurrentes y centrales en tu filmografía?
-Porque es el tema más cercano, el tema que yo conozco. En el fondo es el tema que me ha tocado vivir y creo que para mí una película tiene que tener una génesis súper de verdad, de lo que a mí me interesa hablar. Todas mis películas provienen de algo medio autobiográfico, pero no totalmente. Por ejemplo, yo no soy padre pero esta película se trata de una pareja que se le muere un hijo. Más bien, se trata de una pareja que lucha tras la muerte de un hijo. En ese sentido yo también he luchado por mantener relaciones de pareja. Y también es lo que a mí me gustaría ver en el cine, o sea lo que yo hago también son las películas que me dan ganas de ver en el cine.

En la mayoría de tus películas, el tema del tiempo, también está presente. ¿Cuál es tu rollo con eso?
-En general todas mis películas, anteriores a La memoria del agua, sucedían en un espacio de tiempo como en una noche en una cama, o en una noche en una fiesta, en el caso de La vida de los peces, o Sábado que es una película que pasa en una hora, o Lo bueno de llorar que también pasaba en una noche. Todas tenían que ver con que a mí me importaba delimitar la historia y centrarme en lo más importante. En La cama por ejemplo, la película arranca con ellos ya en el motel, una película más convencional podría haber empezado con ellos pinchando en la fiesta, vamos a tirar y se van al motel, pero pa’ mí lo realmente interesante de esa película es qué les sucede a ellos dos en el motel. Por eso tiene que ver con entrar cuando la película ya empezó y salir antes de la que la película realmente termine, porque ese momento siento que es lo más interesante. Y en el caso de La memoria del agua, si bien es distinto porque la película transcurre en el período más o menos de un año, siento que también pasa eso. Entramos cuando la película ya empezó y nos vamos también un poco antes de que termine, porque que el espectador es mucho más inteligente de lo que muchas veces se piensa, cachai, y completa la historia.

Y ¿cómo nace esta historia, por qué eliges el tema de la pérdida de un hijo? Has dicho que pudo haber sido cualquier pérdida traumática, ¿por qué esa en particular?
-Porque nos pareció con Julio Rojas, que es el guionista con el que siempre trabajo, que era quizás como la prueba de amor más grande. Y la idea era centrarse en una pareja en que el amor no está en duda, en que se aman, en que no hay terceros, e intentar un tema también más adulto como es la pérdida de un hijo. Siento que eso para mí en esta película era un desafío, era meterse en un tema mucho más difícil. Creo que la idea nace de ponernos en el caso de qué nos pasaría a nosotros con nuestra pareja con una situación así, tomando en cuenta sobretodo la lucha por mantener la relación de ellos post esta bomba atómica, cachai.

¿Cómo fue trabajar con Benjamín Vicuña en la película? Él vivió una situación similar con su hija.
-Primero fue muy bonito cómo él llega a la película. Él es el que se acerca a mí. Me llamó por teléfono porque se enteró de que yo estaba trabajando en este proyecto. En ese momento yo llevaba un buen tiempo con el guión y me dijo si podía participar de cualquier manera. Me gustaría colaborar ya sea leyendo el guión, dándote mis opiniones, y si es que estai’ en la búsqueda de actores, me dijo, me gustaría hacer un casting también. Fue súper humilde. Y a mí me pareció un acto de valentía, porque era meterse en unas aguas muy profundas y dolorosas, y lo pensé bien y no tuve dudas que tenía que ser él. Benjamín es un actor con el que yo tenía muchas ganas de trabajar en algún momento y me pareció que era el proyecto perfecto. Siento que es un regalo para mí, en el fondo, que Benjamín se haya entregado haciendo la película, y también siento que es un regalo para él. Es el mejor trabajo de su carrera y creo que lo que hizo es realmente increíble porque tanto Benjamín como Elena, se echan la película al hombro. Mis películas son muy de actores, pero sobre todo esta. Hay mucho de guión pero sobre todo de la delicadeza de la actuación. La idea era enfrentar este tema de una manera elegante, profunda y delicada, evitando la emoción fácil, era muy fácil caer en el cliché, en el lugar común.

¿Y cómo fue trabajar con Elena Anaya?
-Fue bacán, porque Elena es increíble. Una tremenda actriz, es un placer trabajar con ella. Yo la venía siguiendo hace mucho tiempo, con lo que hizo con Julio Médem (Habitación en Roma), después con Almodóvar en La piel que habito (por la que ganó un Goya). Fue un placer porque es una actriz muy trabajadora y a mí me encanta trabajar también. Soy mucho de ensayar, de hecho, tuve la suerte de viajar a Madrid un año o un año y medio antes de filmar, a ensayar con ella, leyendo el guión, conversando. Después ella vino a Chile, conoció a Benjamín y grabamos los ensayos, incluso iba el director de fotografía, para ir probando cosas. Después, dos o tres semanas antes del rodaje, volvió a Chile y seguimos ensayando. Aprendí mucho, hizo que todos creciéramos, definitivamente era un desafío tenerla a ella en la película, era un desafío estar a la altura.

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En ‘La memoria del agua’ dejaste a Blanca Lewin como protagonista de tus películas, después de estar en ‘Sábado’, ‘En la cama’ y ‘La vida de los peces’.
-Fue buenísimo, porque es muy interesante conocer nueva gente y aprender de otro. Yo con la Blanca he aprendido mucho, es una actriz con la que me encantaría seguir trabajando, creo que los dos crecimos juntos haciendo películas. Pero me gusta también mantener el equipo, aquí se repiten varios actores, entre ellos está la Antonia Zegers, harta gente con la que he trabajado. Además el personaje de Elena era una mujer extranjera. Fue escrito para una actriz internacional, y en ese sentido tenerla en el elenco fue increíble. De hecho, ella fue la primera a la que contacté y el guión fue el que nos abrió las puertas. Ella lo leyó y me respondió un mail de cinco páginas súper emocionada, diciéndome algo así como ‘voy a hacer esta película sí o sí’. Y eso tiene que ver con el trabajo de guión que hicimos con el Julio Rojas, estuvimos tres años trabajando en él y eso te da cierta tranquilidad. Lo mismo me pasó con Benjamín. Le dije que me encantaría que estuviera en la película pero que primero leyera el guión, y después de verlo, me dijo que todo lo que está escrito era de verdad, que no había que cambiar una palabra.

¿Cómo fue ese proceso de escritura? ¿Sueles tomarte tantos años?
-Fue un poco más largo que otras veces, pero eso fue muy bueno y creo que se nota en la película. Lo hicimos de todas las maneras posibles. Empezamos con Julio, después yo me fui a una residencia en el Festival de Cine de Berlín por cinco meses, en una experiencia muy interesante. Estai tú, solo, trabajando en el guión. Te dan una plata, te arrendai’ un departamento, te comprai’ tu comida y los ves muy poco. De hecho, tampoco les interesa leer el guión o saber en qué vas, confían en eso. Tuve una asesora de guión que es la Coral Cruz, que es una española increíble con la que siempre he trabajado mis guiones. Una vez al mes viajaba a Barcelona y ella me iba corrigiendo, en el fondo fue una editora de guión. Otra cosa, y bien importante, es que cuando el Festival de Berlín dice ‘estas cinco películas me interesan’, se te abren muchas puertas. Aparecen co-producciones rápidamente, etcétera. Siento que en todo ese tiempo el guión maduró mucho. Cuando decidimos que íbamos a hacer la historia de una pareja que lucha tras la muerte de su hijo, entendimos que era un tema muy difícil y que teníamos que estar muy concentrados para hacerlo de buena manera. Nos parecía que era ir un paso más allá de la anterior película, La Vida de los Peces, que también era una historia profunda, pero esta es más adulta, yo creo que esa era la dificultad.

Dijiste que esta era tu mejor película, ¿en qué sentido?

-Yo creo que en todo sentido. El resultado final me parece que es más madura, más emocionante, cada elemento de ella: el guión, la actuación, la música, la fotografía… estoy súper orgulloso.

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EL AUGE DEL CINE CHILENO

En el 2003, estrenaste Sábado. En ese momento las películas que se estrenaban eran Sexo con Amor, Los Debutantes, Sub Terra, Paraíso B. Da la sensación que esos eran los últimos años de un cine chileno con una cultura propia, algunas ligadas al humor picaresco y popular, y Sábado llegó a romper un poco con eso. ¿Tú sientes que fue así?
Me han comentado mucho estudiantes de cine que para ellos fue como un quiebre. Siento yo que a partir de eso aparecieron películas más personales y más de autor. Vino La Sagrada Familia (2006, Sebastián Lelio), Play (2005, Andrea Scherson) y varias más con otro toque. Además, Sábado es una de las primeras, no sé si la primera, que se hizo en cine digital rompiendo todas las reglas de un rodaje convencional. La hicimos con una cámara Mini DV (video casero), en un plano secuencia, el rodaje duró una hora y no tuvimos presupuesto. Pero, a pesar de eso, cumplió el circuito convencional de una película: llegó a los cines, estuvo en festivales, se estrenó comercialmente afuera, entonces en ese sentido, siendo casi un experimento, terminó marcando una diferencia que fue interesante.

¿Sientes que esa tendencia que se marcó tiene que ver con la llegada de los primeros cineastas provenientes de las escuelas de cine?
-Claro, justo es el momento en que empiezan a salir los primeros directores. En ese momento sólo estaba la Escuela de Cine de Chile y el Arcis y empiezan a salir, en un fenómeno nuevo. En ese fenómeno, yo creo que fue importante la aparición de la Escuela de Cine de Chile. Ahí estuvieron el Sebastián Lelio (La Sagrada Familia, Gloria), el Sebastián Silva (La Nana, Gatos Viejos), hay muchos directores de fotografía que salieron de ahí, fue importante.

¿Cómo recuerdas tus días en la escuela?
-A mí me encantó porque era muy práctica. El primer día de clases te pasaban una cámara y tenías que hacer un corto, editándolo en la cámara. Y uno llega cachando nada, tienes como doce años cuando recién entras, jajaja. Pero ese proceso era muy interesante porque empezábamos a ver esos cortometrajes, con una visión crítica de qué hicimos bien o mal, y después, entregábamos cortos cada dos semanas, bajo el mismo proceso reflexivo. Era muy interesante porque le perdías el miedo a filmar, estabas todo el tiempo haciéndolo. Lo interesante es que la reflexión era posterior, sobre ‘qué es lo que hicimos’. De hecho el lema de la escuela es como avance irreflexivo y retroceso metódico, como que vas para delante sin cachar y después viene la reflexión. Para mí fue un proceso increíble y en realidad, hoy día, todavía me siento como un estudiante de cine. Siento que cada película intento que sea como una ópera prima; películas arriesgadas, distintas, a veces imperfectas, pero que también siempre tienen una búsqueda interesante. Creo que si llegara a una situación en que me sintiera cómodo no me sería interesante hacerlo.

¿Ves el momento que vive el cine chileno como histórico? Uno que ve las películas y también revisa anteriormente a los 2000 se da cuenta que antes estábamos muy pegados en un estilo de hacer cine, hoy cambió, se habla de temas más íntimos, ahora también se está incursionando en una etapa más política, el caso de Pablo Larraín u otros.
-Siento que afuera ya se dieron cuenta de lo que está pasando en Chile desde hace un buen tiempo. A mí me tocó mucho ir a festivales de cine en los que Chile era el país invitado. Eso habla de que afuera dijeron: guau, hay varias películas que están buenas. Y en ese sentido creo que Chile tiene una relación entre películas y calidad de películas muy buena. O sea, si se hacen entre 15 y 20 películas al año, generalmente hay unas cinco que están muy buenas cachai, y eso es increíble. Y lo que a mí más me parece interesante es que siento que en Chile cada director o cada autor tiene su propio sello. No es como el cine chileno que habla de tal tema, eso muchas veces pasa con algunos países cuando los estigmatizan, no son ellos mismos, sino que otros los que dicen: ya, las películas iraníes tienen que ser de niñitos corriendo a pata pelá’, o las películas de Brasil tienen que ser de favelas con drogas, etc. Eso finalmente es limitar el universo de películas. Sería interesante que no fuera un boom y que se acabe. Que fuera algo que se mantenga en el tiempo y que no sean dos o tres películas de cada director, si no que sean carreras. Creo que lo interesante de un director es una carrera, una coherencia, y que tras cada película vaya mejorando. Hoy, siento que en Chile hay una conciencia de lo importante que es tener cinematografía, me parece que desde el Estado ya se dieron cuenta que hay que tener películas no sólo para que nos veamos hacia dentro si no para que nos conozcan afuera.

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