Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

1 de Septiembre de 2015

Carta abierta a Mario Waissbluth

El conocido ingeniero no está entendiendo quién realmente viene saboteando el servicio público del transporte. ¿Será sabotaje exigir condiciones de seguridad mínimas como la presencia de guardias con entrenamiento focalizado al control de agentes agresivos en espacios públicos, para así evitar más violencia física a los conductores y las conductoras de los vagones del Metro?

Pablo Carcamo
Pablo Carcamo
Por

metro4

El día domingo El Mercurio publicó una entrevista a Rodrigo Azócar, gerente general de Metro S.A. En ella, acusaba a las y los trabajadores de “chantajear” y “boicotear” intencionalmente las operaciones del principal medio de transporte de Santiago. Horas después, Mario Waissbluth escribió en su facebook personal, consciente de su tribuna pública, que la “actitud de algunos sindicatos de metro es inaceptable” ya que pretendían “usar la incomodidad de 2 millones de pasajeros para lograr conquistas laborales por fuera del contrato colectivo ya firmado, por muy legítimas que sean”. Incluso las catalogó de chantaje gangsteril. Unas horas después, amplió: señaló que “estamos peligrosamente acercándonos al momento en que todas las reivindicaciones de sindicatos, trabajadores del Metro, Transantiago, camioneros, profesores, contratistas, alumnos, o molestias por olores, se basan en la toma y en la paralización de servicios básicos para la población, como carreteras, metro, aeropuertos, universidades, o fuentes críticas de ingreso fiscal”. Termina con un dramático “Trolléenme todo lo que quieran. Lo que es yo, ya tengo una grave preocupación por lo que está pasando en Chile y reivindico aquí mi derecho a expresarla.”

El conocido ingeniero no está entendiendo quién realmente viene saboteando el servicio público del transporte. ¿Será sabotaje exigir condiciones de seguridad mínimas como la presencia de guardias con entrenamiento focalizado al control de agentes agresivos en espacios públicos, para así evitar más violencia física a los conductores y las conductoras de los vagones del Metro? ¿Sabrá algo el ingeniero Waissbluth sobre las agresiones que sufren constantemente los trabajadores de la saturada línea subterránea? ¿Sabrá cómo se ha externalizado y reducido el servicio de mantención de los trenes, poniendo en peligro a los usuarios?

Comparar un sindicato con un ciudadano que corta la línea de transmisión eléctrica para que no pase por su patio es no entender la distancia enorme que existe entre reivindicar la mantención de un privilegio y luchar por garantizar un servicio público. Diametral es la diferencia entre trabajadores que exigen mejores condiciones cuando su labor diaria genera la existencia del transporte público y un residente cuya propiedad inmobiliaria está situada por un interconectado y lo corta a beneficio personal. Para que entienda Mario: en una ganamos todos y en otra no. Es patético observar cuánto ha permeado esa ideología del “costo-beneficio” y el egoísmo de los intereses personales en la discusión pública.

Debiera saber el señor Waissbluth que los conductores de Metro han venido trabajando nueve horas seguidas porque los sucesivos recortes presupuestarios a la empresa estatal han dejado como saldo servicios sin cubrir y déficit de conductores. Los trabajadores del Metro están haciendo uso de su derecho de trabajar lo contractualmente estipulado. En fácil: se han abstenido de trabajar horas extra.

Sólo en una cosa tiene razón Waissbluth: en Metro sí se está jugando con fuego. Pero los que juegan con el principal medio de transporte de Santiago, que antes fuera orgullo de sus habitantes, son los gerentes y las autoridades estatales. En Metro se juega al azar con el cálculo de los contratos y los estándares de funcionamiento. Ya no se ofrece un servicio: el transporte público es un producto y más que pasajeros se transporta clientes. Los sucesivos gerentes de la empresa estatal han venido reduciendo costos de implementación y usando las condiciones laborales como algo negociables. No es aceptable que el señor Azócar disponga de la voluntad de los trabajadores a operar horas extra para sostener un servicio que debiese ser capaz de satisfacer la demanda pública ante cualquier contingencia.

Seguramente, el fundador de Educación 2020 tampoco se enteró de que algunas cajeras de las estaciones (servicio externalizado) eran obligadas a trabajar con pañales. ¿Habrá pensado lo humillante e indigno que debe ser estar en una edad lúcida y tener que defecar u orinar mientras atiende a otra persona? Lo que falta no es, como dice Mario Waissbluth, una “autoridad” que ponga orden y termine con las protestas, sino poner orden a la desfachatez de quienes bajo la excusa de “dar trabajo” rentabilizan hasta la indignidad.

Mis disculpas al señor Waissbluth por usarlo de saco de arena, pero si hay algo de lo que no podemos seguir padeciendo es de la apatía que nos gobierna. Dice que dos millones viajan incómodos. También es incómodo que la Inspección del Trabajo no proteja a los trabajadores y sea simplemente un mediador no muy convencido. A muchos, como a Waissbluth, les puede incomodar la realidad porque la leen desde su parcela personal: les choca que haya quienes tienen que recurrir a una herramienta tan legítima y antigua como la huelga. Lamentablemente, no sabe que es una realidad extendida en Chile. No todos tienen la herramienta del lobby. Es incómodo figurar como un trabajador precarizado que carga no sólo con la contra de sus jefes cuando se moviliza, sino que también con la de este tipo de opiniones basadas en el prejuicio.

Para el resto de los que nos trasladamos diariamente en alguna de las cinco líneas del Metro de Santiago, es incómodo pero esperanzador saber que, al contrario de lo que piensa Mario Waissbluth, cuando los trabajadores de Metro levantan la voz están cuidando no sólo su propia dignidad, sino que nuestra seguridad como usuarios de un servicio público.

*Por Pablo Cárcamo, sociólogo.

Notas relacionadas