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Opinión

9 de Septiembre de 2015

Columna: Los 90 han vuelto

En vez de boicotear absolutamente todo, la solución es siempre la unificación de fuerzas. Pero de eso somos incapaces. La articulación de gente para llevar un proyecto común, sea una publicación con un mínimo de continuidad –como este pasquín, sin brújula a veces– o un movimiento ciudadano que se proponga como alternativa, es demasiado difícil […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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alejandro-zambra

En vez de boicotear absolutamente todo, la solución es siempre la unificación de fuerzas. Pero de eso somos incapaces. La articulación de gente para llevar un proyecto común, sea una publicación con un mínimo de continuidad –como este pasquín, sin brújula a veces– o un movimiento ciudadano que se proponga como alternativa, es demasiado difícil cuando la política toca fondo catastróficamente.

No hay que culpar solo a la dictadura de habernos hecho desconfiar unos de otros. Nos cuesta ir a reuniones por el arribismo y la grosería que sabemos inevitablemente vamos a encontrar, por eso nadie va ni a las reuniones de los Paz Froimovich. Personalmente, no soporto a ciertos líderes con voz de barítono, a la gente que no se escucha entre sí, ni a todos esos frescos que conozco de épocas barriales y universitarias. El “cómo voy yo” o “cómo vamos nosotros una vez que esta cosa se desplome”, lo conozco desde tiempos de la dictadura. Al mirar al cielo se aprecia como las aves que no comen carne viva empiezan a volar en círculos sobre lo que tarde o temprano será una presa. O un botín.

Los partidos, el nepotismo, los lazos sicilianamente férreos forjados en el exilio, todo eso hizo que muchos de la generación de los años 90 perdieran el estómago para reuniones con patoteros de las juventudes políticas, renunciaran al activismo que sí habían ejercido durante los 80 en los liceos y se dedicaran a escribir puertas adentro (mejor será) sobre intimidades. Me refiero a los mejores: Gustavo Barrera, Alejandro Zambra, Vero Jiménez, Andrés Anwandter. En el lado contrario, otros completamente despistados –la derecha literaria– se refugiaron como escapismo en la forma, el Siglo de Oro, la métrica y otra sarta de reglas bastante fáciles de aprender. Algunos comentaristas domingueros impunes, ciertos galardones nacionales durante la época de Piñera y la cursilería de Warnken fomentaron a estos currutacos que hablaban de lo sagrado y de la métrica.
La reunión por la AC de hace unas semanas duró aproximadamente ocho horas en el Café Literario de Providencia. Creo que jamás y por ningún motivo habría asistido a eso: todos esos winners (que suena como güiñas) de la JJCC, JS, PRO y RD, a quienes se les nota el colmillo a un kilómetro y su inminente transformación en políticos tradicionales, es algo para lo que no habría tenido guata. Y ese tonito de galán que usan, esas voces de barítonos, esa galantería que tienen con las minas me da un tremendo mono y vergüenza ajena. Además esa gente quiere que los demás trabajen gratis para ellos, para luego volver a llevarse una decepción feroz. No, gracias. Dirán que es una herencia de la dictadura no saber unir fuerzas, pero ir a escuchar a seudo líderes canchereando como en la U, o a todos esos niños bien de RD que no conocen ni un furgón de pacos por dentro y que viven en casas enormes, ni cagando. ¡Y encima ocho horas! Prefiero hacer trekking y tomar aire.
Los 90 han vuelto: las democracias frágiles, las cosas en la medida de lo posible, los novelistas cuya fantasía sexual es conquistar el mercado, y hasta a cierta gente joven la he visto haciéndose bolsa y escuchando la música de la decepción del capitalismo salvaje: Alice, Nirvana, las increíbles Breeders. Soundgarden se vuelve a reunir. Con el derrumbe catastrófico de las militancias, renacen algunas viejas respuestas: cerrar la puerta.

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