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Opinión

10 de Septiembre de 2015

Editorial: La pesadilla

En el mundo de los empresarios, los economistas y los periodistas del rubro, unánimemente repiten que nos espera un futuro infernal. Se supone que todos los índices van a la baja –inversiones, cobre, consumo, etc. –, salvo la inflación y el desempleo, que hace tiempo ya debiera haberse disparado. Evelyn Matthei advirtió que el 2014 […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-611

En el mundo de los empresarios, los economistas y los periodistas del rubro, unánimemente repiten que nos espera un futuro infernal. Se supone que todos los índices van a la baja –inversiones, cobre, consumo, etc. –, salvo la inflación y el desempleo, que hace tiempo ya debiera haberse disparado. Evelyn Matthei advirtió que el 2014 terminaría con más de 100 mil nuevos cesantes. Escuché decir a Andrés Benítez por la radio que las cosas no podían estar peor, “aunque siempre pueden estar peor”, creo que agregó. Lo que tiene a los nuevos sabios angustiados, es el bajo crecimiento económico. Aunque este mes fue medio punto más alto de lo que esperaban, no hay espacio para sonrisas, porque lo que se viene es terrible. Es tan terrible, que ya comenzaron a padecerlo. Pueden estar en una fiesta opípara y animada, pero el tema es la tragedia que estamos viviendo. Francamente, yo no tendría cómo discutir sus pronósticos. Es un hecho que saben muchas cosas que desconozco. Pero todavía las calles no son más tristes ni precarias que ayer. En lo que a mis trayectos compete, los que abarcan todo el centro de Santiago, no he visto aumentar los mendigos. Los restoranes no se ven más vacíos. No se encuentran fácilmente casos de quebrados vendiendo sus autos para sobrevivir. No sé de gente que se esté mudando de casa por necesidad. Frente a mi ventana, una grúa construye un hotel. Me consta que Lan perdió US$400.000.000, pero sus aviones siguen volando igual que ayer y dudo que sus dueños hayan cambiado el modo de vida. Si uno se manifiesta relajado ante sus desesperaciones, rápidamente les surge el sentido social, y sueltan una frase elaborada durante siglos de experiencia: “lo triste es que siempre quienes sufren con esto son los más pobres”. Entonces dan ganas de preguntarles “¿¡por qué!?”, si se supone que los empresarios ganan más –según dicen ellos mismos– porque arriesgan más. ¿O es que a la hora de reducir gastos echan gente antes de renunciar a sus utilidades, bajar sus propios sueldos o acortar la brecha salarial al interior de la propia empresa? Es cierto, también hay casos en los que no es así, donde un pequeño emprendimiento se ve asfixiado. ¿Qué está pasando con ellos ahora? ¿También están muertos de susto? Los que protestaron el otro día fueron los dueños de camiones, no los camioneros. “Todas estas son reflexiones demagógicas de lectores de novelas”, dirán. Pero la política no cabe en una billetera. Ni siquiera hemos conseguido discutir de educación, porque lo que corresponde a un chileno moderno es referirse a su financiamiento. ¿Cómo se calcula cuánto cuesta lo que no se sabe? Es de suponer que el proceso constitucional reponga cierta elucubración cultural, diversifique los diálogos, resitúe el valor del ciudadano en esta plaza pública hoy tomada por el griterío de los corredores de bolsa. Hasta el Congreso parece un mercado, donde según hemos visto las empresas compran sus escaños, y los vendidos dan boleta. “Esto de la nueva Constitución –ya me advirtió un asesor comunicacional– empeorará todavía más las cosas, porque algunos discutirán el derecho de propiedad”. Hay días en que las moscas, con su zumbido, no dejan conciliar el sueño, y obligan a contar ovejas, informes o plata, una y otra vez, a la espera de la pesadilla.

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