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Opinión

29 de Septiembre de 2015

Columna: La difícil primavera de Mauro Libertella

La prosa de “Mi libro enterrado” es cristalina. Cuando su padre elogia la claridad de su prosa, Mauro desconfía: “Me preguntaba cómo alguien que predicó durante décadas la pureza de la forma hermética, iba a recortar como mérito central de un texto su carácter transparente”. ¿Sabía Héctor Libertella que las condiciones sociales de recepción –por así llamarlas– habían cambiado? Seguramente sabía que los experimentos alegóricos de su “laboratorio de ficciones”, y los de otros compañeros de generación y estilo, eran rechazados en favor de lo inteligible. “Mi libro enterrado” es un gran libro sobre la muerte del padre no sólo por lo que el hijo consigue, sino también porque el fantasma, que en esta cada vez más abundante tradición literaria suele retratarse como cruel, severo y profesoral, es generoso y no exige venganzas o reparaciones.

Tal Pinto
Tal Pinto
Por

mauro libertella

Hace un par de años, el nombre Mauro se dio a conocer por un libro breve e intenso en el que relataba, con casi ninguna estridencia, casi, podría decirse, en voz baja, los últimos días de su padre en la tierra. Si digo Mauro es porque el apellido ya era familiar: Mauro es hijo de Héctor Libertella, escritor argentino que, a contrapelo del Boom, labró uno de los cuerpos narrativos más singulares de su generación. Reeditado por Lolita, “Mi libro enterrado” es tanto un libro –una raíz–como una descarga controlada; el lugar que Mauro eligió para hacer el duelo pero también para espantar la vasta sombra que proyectaba su padre: “A los 23 él tuvo su primera novela y yo tuve su muerte”. O como lo dijera él mismo en una entrevista: “Necesitaba sacarme de encima una cierta presión del apellido: cómo ponerme a escribir cuando en mi familia ya escribieron, ya agotaron esa posibilidad. Tenía ganas de escribir, pero tenía miedo a la comparación”.

La prosa de “Mi libro enterrado” es cristalina. Cuando su padre elogia la claridad de su prosa, Mauro desconfía: “Me preguntaba cómo alguien que predicó durante décadas la pureza de la forma hermética, iba a recortar como mérito central de un texto su carácter transparente”. ¿Sabía Héctor Libertella que las condiciones sociales de recepción –por así llamarlas– habían cambiado? Seguramente sabía que los experimentos alegóricos de su “laboratorio de ficciones”, y los de otros compañeros de generación y estilo, eran rechazados en favor de lo inteligible. “Mi libro enterrado” es un gran libro sobre la muerte del padre no sólo por lo que el hijo consigue, sino también porque el fantasma, que en esta cada vez más abundante tradición literaria suele retratarse como cruel, severo y profesoral, es generoso y no exige venganzas o reparaciones.

Si “Mi libro enterrado” es una pequeña proeza doméstica y terapéutica, “El invierno con mi generación”, su sucesora, no pasa de un anecdotario adolescente que, en el mejor de los casos, se lee como un diario, como una retahíla de sucesos más o menos comunes: unos bajo la sección de espectáculos, otros agrupados en la sección de cultura, otros, los menos, en la policial, y así. El libro carece, al igual que el periódico, de cualquier tensión.

¿Acaso el autor está resolviendo su futuro como escritor? ¿No es eso lo que ya había resuelto en su primera novela?

Habiendo leído el libro un par de veces, no consigo entender por qué Libertella escribió una segunda novela de formación. Si bien es patente que con ella intentó modular la intensidad emocional del primer libro, y para ello se sirvió de sus experiencias escolares y universitarias –es decir, regresó a ese territorio para algunos edénico que es la vida sin grandes responsabilidades, esa época en que todo acontece en medio del más encantador y angustiante desorden–, no era esa la novela que debía haber escrito quien había conseguido enterrar a su padre en el lapso que toma leer 72 páginas.

Uno de los riesgos de la autoficción es que el personaje o yo camuflado sea incapaz de decidir qué materiales de su vida son útiles para escribir novelas y cuáles no. Cuando se elige mal, la arquitectura de la casa carece de la solidez para alojar vida y ficción, y los procedimientos, antes justamente celebrados, ahora se muestran endebles. Y nosotros sabemos mejor que nadie que cuando las cosas se construyen con poco esfuerzo, al menor temblor se vienen abajo.

El invierno con mi generación
Literatura Random House, 2015, 122 páginas

Mi libro enterrado
Lolita Editores, 2015, 72 páginas

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