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Opinión

6 de Octubre de 2015

Columna: Generaciones perdidas y ganadas

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Leonardo Moreno
Leonardo Moreno
Por

Jóvenes A1

La grave crisis española que tomo fuerza el 2009, puso en jaque a toda la sociedad, particularmente a aquellos que hoy engrosan la “generación perdida”, aquella masa crítica y enorme de jóvenes a las que el país logró, por fin, dar una buena educación, pero que frente al shock del naufragio económico, debió enfrentar “el paro” permanente con empleos precarios y sub remunerados para su nivel educativo, con migración en busca de oportunidades o con establecer formas de supervivencia urbana que el mundo moderno asociaba a países pobres: comedores comunitarios, ollas familiares, hacinamiento por convivencia con la familia extendida, ocupación ilegal de viviendas y otras.

A nivel político los jóvenes elevaron la voz exigiendo participar en la reconstrucción no solo de una economía en el suelo, sino que de una sociedad nueva, y lideraron emblemáticas movilizaciones en el contexto de “los indignados” y el 15-M en 2011. En Chile, vientos de cambio soplaban también, al menos ánimo había entre los estudiantes.

Los jóvenes pedían que Chile cambiara para lograr lo que España: una generación que por fin accediera a educación de calidad, pero que ésta además, pudiese integrarse en una sociedad más equitativa; más que un horizonte utópico difuso, respondía a una razonable aspiración humana. ¿Y qué tenemos?

La juventud española no logra aun “la meta de insertarse exitosamente en la sociedad adulta”, por decirlo de algún modo, desde la chata perspectiva del “éxito”, el capitalismo inescrupuloso le puso una valla infranqueable, una burbuja que explotó y operó como un agujero negro tragándose todo. De acuerdo a la OCDE, España tiene la mayor tasa de jóvenes trabajando de forma involuntaria en empleos a tiempo parcial (22%), permanecen largos años atrapados en contratos precarios y sus salarios han tenido una caída real de 35% desde 2008. Además la tasa de desempleo juvenil alcanzó el 52,4% el año pasado y hay un 20% de “ni-nis”.

Si en España la generación perdida es la que estuvo a metros de la “meta”, en Chile, la constituyen los jóvenes que “literalmente” ni siquiera pueden comenzar la carrera. No solo hemos sido incapaces, hasta ahora, de ofrecer una educación de calidad, sino que arrastramos deficiencias y desigualdades desde la etapa preescolar. La sociedad chilena no permite a los jóvenes los espacios para sentirse reconocidos, para vivir desde su juventud aportando al país y no tener que conformarse con esperar una adultez donde son masa activa de trabajo poco calificada, mal remunerada y siempre con tasas desempleo, como grupo etario, que doblan las tasas nacionales.

No hemos abordado bien el potencial protagonismo de los jóvenes y adultos jóvenes. No tenemos políticas robustas que se encaminen a otorgar oportunidades reales a la mayoría de quienes egresan de la educación secundaria. Son los sectores socioeconómicos medios y bajos los que tienen malos resultados en la PSU, los que acceden a los CFT o IP de mala calidad, sin acreditación o que fracasan en las universidades privadas, también cuestionadas en su calidad, y parten su vida laboral precaria, con deudas a cuestas.

Los jóvenes parten la relación con el mundo de la educación y después con el del trabajo, con fracaso, con sensación de no pertenencia, con desinterés, donde la inserción laboral termina siendo una experiencia dolorosa, como lo constatamos en nuestro estudio “Voces de la Pobreza” (2010). Hasta ahora nuestros programas de capacitación laboral, intentan abordar la empleabilidad juvenil, pero de manera impertinente, con horas de capacitación insuficientes, que no cambian en profundidad la exclusión laboral de los jóvenes.

En la sencilla aspiración de sentirse reconocidos, se juegan cuestiones vitales. Hoy más de un 30% de las mujeres en los cuatro primeros deciles de ingreso, ha sido madre siendo adolescentes (Casen 2013). Asimismo, el 35% de los jóvenes que ni estudian ni trabajan, proviene del primer quintil de ingresos.

Como sociedad, no ofrecemos espacio al reconocimiento, no dejamos que los jóvenes ocupen un lugar, que su fuerza y sus ideales incidan en las decisiones. Esperamos de ellos que de vez en cuando participen de un voluntariado de bien común, que sean exitosos individualmente y ojalá a nivel político, no metan demasiado ruido.

Pese a que la mayoría de los 4.760 profesionales que ha participado en el Programa Servicio País de la Fundación Superación de la Pobreza, ha postulado al programa por motivaciones sociales, hay casi un 30% que lo ha hecho por otras razones: obtener un trabajo, ganar experiencia laboral, mejorar el currículum, emanciparse del hogar de origen, vivir nuevas experiencias o conocer lugares. Sin embargo, lo que tienen en común todos los profesionales que han hecho Servicio País, es que la experiencia ha influido en sus vidas de manera decisiva, han decidido quedarse a vivir en regiones y comunas distintas a las de origen, han vivido una experiencia de transformación, han valorado otros aspectos de la vida.

Pero, ¿cómo escalar a políticas públicas más robustas en participación, a partir de esta experiencia que desde hace 20 años es apoyada por el Estado, y donde se sintetiza un compromiso político y social con una fuerte conexión con las comunidades rurales y en pobreza, y con las enormes desigualdades territoriales? ¿Cómo facilitar en forma sistemática y a escala nacional, experiencias laborales y sociales para nuestros jóvenes que les hagan comenzar su vida profesional vinculada al desarrollo de todos? Hasta aquí, Servicio País, ha entregado varias generaciones ganadas y no perdidas.

Leonardo Moreno
Director Ejecutivo de la Fundación Superación Pobreza

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