Secciones

Más en The Clinic

The Clinic Newsletters
cerrar
Cerrar publicidad
Cerrar publicidad

Opinión

14 de Octubre de 2015

Columna: ¿De crisis política a crisis institucional?

Pocos han sido los parlamentarios o dirigentes de partidos políticos que han hablado a favor de la República, pidiendo seriedad y sentido común –ninguno de los cuales, por cierto, forma parte de la élite política tradicional santiaguina, de apellido “aristocrático” y “buena familia”– lo que da cuenta del estado general de nuestra clase política y nos alerta acerca de lo que podemos esperar en lo sucesivo de ella.

Jaime Bassa, Christian Viera y Juan Carlos Ferrada
Jaime Bassa, Christian Viera y Juan Carlos Ferrada
Por

udi congreso
Desde hace unos meses venimos escuchando con demasiada frecuencia que estamos frente a una gran crisis política, pero cuya profundidad, afortunadamente, no alcanzaría para aquella temida crisis institucional. La diferencia parecería estar en que la primera es acotada y contingente, sin poner en peligro las bases de la institucionalidad, ni la estabilidad de la República. Sin embargo, cada vez hay más elementos que llevan a pensar a que avanzamos peligrosamente hacia esta última, sobre todo cuando los actores políticos relevantes no están a la altura de los desafíos políticos que demandan los ciudadanos o la institucionalidad republicana, haciendo oídos sordos a los reclamos o exigencias que plantean las personas comunes y corrientes, que no forman parte de una diezmada élite política tradicional.

Una buena muestra de esto son los actuales procesos de nombramiento de Contralor General de la República y de Fiscal Nacional del Ministerio Público. Nadie podría sostener seriamente que los actores políticos relevantes en este ámbito han estado a la altura de lo que exige la ciudadanía. Aún más, la sensación ambiente es que estos procesos han estado llenos de equívocos y pequeñeces , que poco tienen que ver con el fortalecimiento de las instituciones. Más parecieran confundirse con los intereses personales o partidarios de algún ministro o parlamentario cuya legitimación han rebajado peligrosamente.

Pocos han sido los parlamentarios o dirigentes de partidos políticos que han hablado a favor de la República, pidiendo seriedad y sentido común –ninguno de los cuales, por cierto, forma parte de la élite política tradicional santiaguina, de apellido “aristocrático” y “buena familia”– lo que da cuenta del estado general de nuestra clase política y nos alerta acerca de lo que podemos esperar en lo sucesivo de ella.

Los serios cuestionamientos que han sufrido alguno de los nombres que se han postulado a estos relevantes cargos del Estado, unido a la percepción ciudadana de que los respaldados por la clase política dirigente responden más a sus vínculos personales y políticos, antes que a las condiciones morales y profesionales exigidas para desempeñarlos, denotan una crisis de gran calado, cuyo impacto nuestros dirigentes políticos parecen no percibir… o, quizá, no les importa en demasía. Esto guarda enorme similitud, sin duda, al momento previo al cambio de ciclo generado en la década de 1920 en nuestro país, en que la república “parlamentaria” y oligárquica llegaba estrepitosamente a su fin, fruto de sus vicios y corrupciones, ante la actitud indolente y frívola de los dirigentes políticos de la época, algunos de apellidos que curiosamente se repiten hoy día.

En este contexto, parece muy difícil confiar que estos mismos parlamentarios podrán abordar, con la grandeza que se requiere, el complejo y relevante proceso de cambio constitucional, radicando en este mismo Congreso Nacional la llave del diseño de reforma que demanda la ciudadanía. Nunca es tarde para enmendar rumbos y asumir con decisión el rol institucional y republicano que exige este desafío, pero ello requiere de seriedad y responsabilidad, atributos que hasta el momento han estado alejados del quehacer parlamentario y ministerial y que, por las recientes declaraciones que aparecen en los medios, no parecen echarse de menos por el edificio de Avenida Pedro Montt.

Es en estos momentos, entonces, en que los ciudadanos demandamos de nuestros dirigentes políticos un mayor sentido republicano, haciendo efectiva la preocupación genuina por nuestra democracia y nuestro Estado de Derecho, tantas veces cacareada.

*Abogados y docentes de Universidad de Valparaíso.

Notas relacionadas