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15 de Octubre de 2015

El testimonio inédito que acusa a Cheyre de tortura

Lorenzo del Carmen Aguilera Rojas es uno de los nuevos testimonios que acumula la investigación en contra del ex Comandante en Jefe del Ejército Juan Emilio Cheyre, por su eventual responsabilidad en los hechos ocurridos en el Regimiento Arica de La Serena. Lo vio tres veces -una de ellas escuchándole leer su condena en un Consejo de Guerra- y, en otra oportunidad, identificó su voz en medio de una sesión de tortura, en la que metieron su cabeza a un estanque con agua y excremento de caballo y le aplicaron corriente en los genitales. A 42 años de estos hechos, inmovilizado por la amputación de una pierna, el exdirigente sindical acusa al ex uniformado.

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Mirando televisión y escuchando como juegan sus bisnietos pasa la mayor parte del día el ex preso político Lorenzo del Carmen Aguilera Rojas, en una de las tres ampliaciones del patio de su casa en el 1051 del pasaje Antofagasta, en la localidad de Tierras Blancas, al nororiente de Coquimbo.

Su hogar se encuentra, paradójicamente, a pocas cuadras del término de la avenida Regimiento Arica, lugar donde fue torturado pocos días después del golpe militar del 11 de septiembre de 1973. En una población donde se mezclan los portones de planchas de zinc y casas con pequeños antejardines, Aguilera sortea los escalones de cemento y las terminaciones de ventanas de corredera con un “burrito” para poder desplazarse.

Con poca movilidad desde hace más de un año, cuando le tuvieron que amputar la pierna izquierda por culpa de una diabetes mal cuidada, el ex dirigente sindical que conducía camiones mineros hasta septiembre del 73, ya no puede juntarse en el café de la esquina de Balmaceda con Prat, en pleno centro de La Serena, donde un grupo de ex presos políticos se reúnen periódicamente a conversar sobre sus vidas y el destino de una causa por la que todos han debido declarar en el último año: el proceso por el que se investiga la participación del ex Comandante en Jefe del Ejército, Juan Emilio Cheyre, en torturas y vulneración a los Derechos Humanos durante los primeros días de la dictadura.

El 6 de octubre de 1973, diez días antes que llegara el general Sergio Arellano Stark a La Serena comandando la “Caravana de la Muerte”, Aguilera fue torturado en el Regimiento Arica. Le metieron la cabeza varias veces a un estanque con agua y excremento de caballo y luego lo llevaron a una sala donde le aplicaron corriente en los testículos. Vendado y con las manos amarradas, le preguntaron una y otra vez por las armas escondidas de un supuesto cordón industrial de las minas al nororiente de la ciudad. La voz del militar que ordenaba la tortura y le preguntaba por las armas le resultaba familiar. Era la tercera vez que escuchaba a Juan Emilio Cheyre, en ese entonces ayudante del Comandante del Regimiento Arica, Ariosto Lapostol Orrego.

La primera vez había sido el 11 de septiembre. Aguilera estaba en la Corte de Apelaciones de Coquimbo con el abogado Roberto Guzmán Santa Cruz para un comparendo, agendado a las 11 de la mañana, cuando los pilló el Golpe Militar. Como el gobernador Augusto Castex no tenía más información que la sublevación de la marina en Valparaíso, decidieron ir a averiguar a la Intendencia. Tras una breve reunión con el entonces Intendente Rosendo Rojas, quien les recomendó retirarse hacia las minas, Aguilera y Guzmán bajaron al primer piso cuando vieron llegar al general Ariosto Lapostol y un piquete de carabineros. Venía acompañado de Cheyre.

“Entraron y nos dijeron que nos pusiéramos manos arriba. Y dijo aquí nadie se mueve. Subió y dejó un piquete de Carabineros. Si se mueven, procedan nomás le dijo a la guardia. A los 10 minutos bajó y dijo que todo funcionario de carrera se quedaba, y los que no, se podían ir. Entonces nosotros salimos. Esa fue la primera vez que lo vi y escuché hablar”, recuerda Aguilera, hoy de 80 años.

“Lolo” es uno de los siete declarantes en el proceso que lleva adelante la ministra Patricia González sobre el caso Caravana-La Serena. Hoy cuenta desde su casa las circunstancias en que vio, escuchó y sufrió al ex Comandante en Jefe del Ejército los primeros días tras el golpe militar. Su historia forma parte de los testimonios inéditos que contiene un informe de la PDI de mayo pasado, que concluyó que el oficial “tenía injerencia y mando sobre los detenidos, lo cual se sustenta en que varios testigos lo conocían con anterioridad al día 11 de septiembre del año 1973, producto de las diferentes reuniones de trabajo gubernamentales que se sostenían en conjunto con el comandante Ariosto Lapostol Orrego”.

LA CÁRCEL PÚBLICA
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Lectura de foto: Lorenzo Aguilera, el quinto de derecha a izquierda, durante su detención en la cárcel pública de La Serena.

Los tres primeros días tras el Golpe de Estado, Lorenzo Aguilera se salvó varias veces. Desde el 11 de septiembre estaba “condenado a muerte”. Era la orden que pesaba sobre él por su rol de dirigente sindical y porque era uno de los que trabajaba de cerca con el abogado Roberto Guzmán, asesor de los sindicatos de la Compañía Minera Santa Fe y militante del MIR que luego sería ejecutado en el Regimiento Arica (hoy Regimiento de Infantería Nº 21 “Coquimbo”) junto a otros 15 detenidos el 16 de octubre de ese año.

Antes de que los llevaran a la cárcel pública y luego al regimiento, ambos habían sorteado los controles de los militares y de la policía uniformada que estaba desplegada en la zona. Dos días después del golpe, el 13 de septiembre, y a solo 20 minutos de salir en dirección a los pirquenes mineros, las patrullas militares allanaron el campamento en Tunilla, donde tenía su oficina Aguilera, y le dijeron a la gente que a quienes les prestaran ayuda, los iban a matar. Un minero subió a alertarlos. Decidieron con Guzmán “cortar el cerro” hasta Los Choros, donde el abogado decía tener un contacto para poder trasladarse en bote hasta Coquimbo y luego volver a Santiago. Llevaban 500 escudos, un tarro con harina tostada y una cuchara. Pero el plan fracasó. Los militares ya estaban en ese pueblo y en el camino de vuelta, mientras subían un cerro, Guzmán se desgarró la pierna derecha y no pudo continuar. Aguilera decidió seguir solo y buscar una camioneta para ir en su ayuda. No pudo volver.

De noche, al llegar a su casa en Incahuasi, un pequeño pueblo al nororiente de La Serena, los militares ya la habían allanado. Derribaron la puerta y registraron todo. También mataron a uno de sus perros. Junto a su mujer embarazada, Elsa Caro, decidieron esperar esa noche y al día siguiente se entregó en el retén de la localidad, ante el sargento Robledo, a quien conocía hace años ya que jugaban fútbol constantemente en el barrio.

Tras esperar 20 minutos en una habitación donde dormían los efectivos policiales, dejar a su mujer libre y firmar una declaración donde aseguraba haberse entregado voluntariamente, lo trasladaron a la cárcel pública. Eran las 10 de la mañana del 14 de septiembre. Lo peor estaba por venir.

“Me sacaron de ahí, me pusieron esposas, me vendaron la vista, me ataron los pies y me subieron a un furgón. Me llevaron a El Tofo, a un retén más grande. Ahí, cuando llegamos, me sacaron la venda, las esposas y me pusieron en la caballería de manos abiertas, me vendaron la vista otra vez y me pegaron con golpes de puños y patadas. Me pedían que les dijera dónde estaba Roberto Guzmán, pero yo no sabía. Me llevaron a Los Choros a buscar a Roberto. Donde habíamos quedado no estaba, porque se había corrido a unos hornos que hacían carbón según me dijo después. A la gente de Los Choros la ponían boca abajo y les preguntaban si acaso había llegado otra persona desconocida. Me mostraron y les preguntaban si me conocían, pero nadie dijo nada. Como ya no lo encontraron, me subieron a la camioneta otra vez y me llevaron a El Tofo”, dice Lorenzo.

Ese mismo día, Lorenzo llegó a la cárcel de La Serena. Cuando bajó del furgón, le ataron las manos extendidas y le pegaron con una metralleta por la espalda. Ese golpe le provocó una inflamación que después terminó en un quiste que se reventó y le provocó una hemorragia interna. Terminó en el hospital. Luego volvió a la cárcel, donde se reencontró con Guzmán.

EL CONSEJO DE GUERRA

Semanas después del golpe, el 4 de octubre de 1973, fue la segunda vez que Lorenzo Aguilera vio a Cheyre. Fue en un Consejo de Guerra donde estaba él, el abogado Guzmán y otros prisioneros. Según cuenta Aguilera, el uniformado se paseaba por el lugar con papeles que él supone, servirían como elementos para sustentar la pena que se les venía encima. En esa oportunidad, los defendió el abogado José María Cerda, quien les había asegurado que saldrían de inmediato porque no habían hecho nada. Aguilera no era militante de ningún partido, sólo era dirigente sindical simpatizante de la Unidad Popular.

“Roberto preguntó si él podía defenderse, pero le dijeron que no. Después sacaron al abogado Cerda y Cheyre nos leyó la condena. A mí me dieron tres años de cárcel y a Guzmán cinco años y un día. Después nos bajaron a la cárcel de nuevo”, recuerda en el living de su casa.

En la mañana siguiente lo sacaron a él y a Guzmán de una de las celdas colectivas y los pusieron en otra más pequeña, alejada de los otros calabozos que estaban destinadas, según le dijeron, para los “rematados”.

Al día siguiente, llegó a la celda Manuel Marcarián Jamett y otro detenido llamado Raúl Véliz, tras ser “juzgados” por la Fiscalía Militar. A Marcarián lo habían condenado a 25 años y un día y a Véliz a 60 días. Lorenzo recuerda que por esos días lo sacaron nuevamente de la cárcel pública y lo trasladaron al regimiento, donde fue torturado. En esa oportunidad escuchó la voz de Cheyre por tercera vez. Según recuerda, era quien daba las órdenes.

El 16 de octubre de ese año, cuando había regresado a la cárcel, Aguilera escuchó los helicópteros que sobrevolaron la prisión de La Serena. Él y sus compañeros de celda estaban pintando los muros porque en los días anteriores les habían advertido que venía una comisión de Santiago a “agilizar los procesos”. Nerviosos y sin hablar mucho, seguían pintando cuando llegaron unas patrullas militares en las que venía Cheyre. Ese fue su cuarto encuentro con él.

“Estábamos como a 25 metros de una parte que llamaban la Rotonda. Vimos cómo llegaron puros militares. Y ahí venía Cheyre otra vez. Había unos compañeros que estaban en las celdas de castigo, igual que yo. Los vigilantes los iban a buscar. En la lista llaman a Roberto Guzmán y a Marcarián. Y a mí no me llamaron. Yo fui a preguntar por qué no me llevaban, porque yo andaba con Roberto en el mismo proceso. Seguí insistiendo y como insistí mucho me dijeron ‘si no venís en la lista cómo te vamos a llevar, tal por cual’. Ahí se los llevaron. En la tarde escuchamos el bando donde contaron que habían sido fusilados”, relata.

Cuatro días después volvieron a llevar a Aguilera a la Fiscalía Militar. Lo atendió el fiscal Manuel Cazanga, un mayor de Carabineros. Lo hizo pasar a la oficina y le dijo que se largara.

-Y qué me voy a largar si yo no he hecho nada- dijo Aguilera.
-¿Cómo qué no? Si Guzmán ya dijo todo- le respondió el fiscal.
-Y qué le va a decir si nosotros no hemos hecho nada- volvió a contestar el dirigente minero.

Entonces, según relata Aguilera, Cazanga desenfundó un revólver y lo puso a un costado suyo. Después sacó un corvo y lo dejó en el otro costado. Luego lo dejó solo en esa sala. Pero Aguilera no se movió, sabía que si intentaba arrancar le iban imponer la Ley de Fuga.

“Yo me quedé quietito, porque sabía que si yo intentaba algo tenía a otro apuntándome con el fusil. Después de un rato, llegó Cazanga y me insistió si me iba a largar. Yo le dije que no. Me preguntó de nuevo por las armas, el cordón industrial. Yo le dije que no teníamos nada, ninguna cosa. Entonces dijo ‘llévense a esta basura humana’. Me pusieron las esposas y me bajaron. Yo pensé que me llevaban a fusilar. Pero me llevaron a otro lado. Cuando se oscureció, me trajeron de vuelta a la cárcel. Todos estaban preocupados si estaba muerto o no. En la celda estaba solo Raúl Véliz. Nos abrazamos y nos pusimos a llorar”, cuenta.

Hoy -a 42 años de las torturas-, Aguilera precisa que tras cumplir los tres años de condena lo llamaron nuevamente de la Fiscalía para otorgarle la libertad. Ahí descubrió que su condena era solo de 541 días, igual a la que había recibido el ejecutado Roberto Guzmán. Dice que, incluso, cuando estaba a punto de salir, le preguntaron si tenía plata para el pasaje de vuelta a su casa en el pasaje Antofagasta.

Aguilera rememora esos días apretando el nudo hecho con su pantalón donde antes estaba su pierna izquierda. Dice que al salir de la cárcel se dedicó a mariscar algas y luego a reparar zapatos en la localidad de Los Choros, junto a Juan Eliseo González, uno de sus compañeros de celda en el colectivo nº2 de la cárcel de La Serena.

Con un dejo de ironía afirma que lo único que lo moviliza hoy es la causa contra Cheyre. Por eso aceptó dar su testimonio y contar sobre las cuatro veces que vio y escuchó al ex Comandante en Jefe en el Regimiento, los mismos días en que pasó la Caravana de la Muerte.

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