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LA CALLE

18 de Octubre de 2015

Los crímenes de un doble femicida

De todos los femicidas que anualmente quedan registrados en el Sernam, Víctor Calderón es el único que ha cometido dos veces el mismo delito: primero en el 2003 y luego en el 2009. Aunque ninguno de esos asesinatos fue catalogado finalmente como femicidio, el suyo es un caso emblemático. Acá, el brutal prontuario de un agresor de mujeres: “Si mi hijo sale de la cárcel, creo que puede volver a matar”, predice su madre.

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Cada vez que Víctor Calderón estaba en problemas, la primera persona a la que acudía era su hermana Lidia. La tarde del 8 de abril de 2009 no fue la excepción. Apenas entró en su casa, le confesó un crimen que había cometido.

-Me eché a la Verónica, la tengo en el hotel –le dijo con calma.

Lidia no le creyó. Quedó sorprendida con la indolencia con la que su hermano le contaba lo que había hecho y se largó a reír fuerte, pensando que todo era una broma. Calderón, sin embargo, continuó con su relato:

-Estuvimos tomando vino, hicimos el amor, me duché, y luego no sé qué me pasó, pero me entró el demonio, y la apuñalé. Después, al salir, le di tres mil pesos a la camarera y me fui a comer unos completos y a tomar una cerveza –agregó.

Al oír los detalles, Lidia se preocupó. Le pegó un grito a su marido y a su hijo, que veían televisión en el segundo piso, y a los pocos minutos la familia entera estaba escuchando la historia. Víctor relató el crimen por segunda vez. Cuando no hubo duda de que lo que decía era cierto, lo echaron de la casa. En la noche, los noticiarios abrieron con un sangriento asesinato sin resolver: durante la mañana, un hombre había matado a Verónica Vargas en un motel de Estación Central, y luego la había dejado abandonada en la pieza, envuelta en el cubrecama. El gobierno lo había catalogado como el décimo quinto femicidio del año.

Lidia y su hermana Sonia no tuvieron dudas: el asesino era Víctor. Acudieron esa misma noche a la policía. Tenían miedo de que luego que los investigadores llegaran al nombre de su hermano, la televisión irrumpiera en sus casas, en la Población Santo Tomás de La Pintana, y que todos los vecinos se enteraran por la prensa de lo que había ocurrido. Lidia recuerda que los carabineros de la comisaría de La Granja quedaron incrédulos al oír el relato y que tuvo que llevarlos hasta la pieza que arrendaba Víctor, frente al Hogar de Cristo, para que le creyeran. Cuando la policía entró, el asesino dormía profundamente.

-Yo me escondí adentro de una patrulla. Aunque lo denuncié, igual me daba pena. Mi hermano salió esposado, como una ovejita –recuerda.

Era la segunda vez que Víctor mataba a una pareja.

EL PRIMER GOLPE

Víctor Calderón es el mayor de cuatro hermanos. Nació en Talagante y desde pequeño tuvo que soportar los escándalos que hacía su padre cada vez que llegaba curado a la casa. Aunque no lo golpeaba, todos los días lo maltrataba sicológicamente. Su familia cree que eso lo volvió retraído.

-Mi papá era alcohólico y siempre lo trataba a puros garabatos. Eso le generó un trauma. El gran problema de Víctor era la flojera. No le gustaba ir a la escuela y, cuando abandonó los estudios, nunca quiso salir a trabajar. Siempre fue un cafiche –recuerda Lidia.

Víctor llegó hasta cuarto básico. Algunos informes sobre sus capacidades mentales dicen que lee y escribe con dificultad, pero que no es capaz de resolver operaciones matemáticas simples. Sus carencias educacionales, según confesó a los peritos, tendrían que ver con su alcoholismo. Cuando su padre falleció de cirrosis, él siguió su camino. A los 17 años comenzó a beber con frecuencia.
-Soy un bebedor de fines de semana, tomo hasta curarme. El alcohol me hace mal, porque me pone agresivo, hago tiras las cosas, y después, cuando estoy sano, me arrepiento. Todos los domingos me tomo un pisco con una Coca Cola –le dijo Víctor a un siquiatra que lo trató por su adicción.
Víctor se convirtió en una carga para la familia. Aunque era el mayor, nunca se fue de la casa por su propia voluntad. Cuando conoció a su primera pareja, Belerma Huenulef, todos pensaron que por fin cambiaría, pero nada de eso ocurrió. Víctor se la llevó a vivir con su madre, Alicia Arriaza, y los tres compartieron una casa en Talagante. La convivencia duró 15 años.

-Con la Belerma tuvo cuatro hijos. Ella era una mujer buena, pero él era la oveja negra de la familia, no tenía casa propia, y tampoco trabajaba. Ella se aburrió porque era un mantenido y lo dejó justo para una Navidad. Lo abandonó por flojo y borracho –recuerda su madre.

Toda la familia coincide en que luego de la ruptura Víctor cambió. Su hermana Lidia cuenta que tras de enterarse que Belerma se había emparejado con un compañero de trabajo, se puso agresivo. Comenzó a repetir las mismas actitudes de su padre. En una ocasión, en febrero de 1999, casi dos meses después de haberse separado, Víctor por primera vez le pegó a una mujer.

-La Belerma fue a verlo con sus hijos y él los mandó a comprar. Se pusieron a discutir y él agarró un martillo y le pegó en la cabeza. Si no es por un maestro que estaba haciendo un alcantarillado, la mata –recuerda Alicia.

Al día siguiente fue procesado por lesiones leves y al poco tiempo lo condenaron a 71 días de prisión. Fue la primera vez que estuvo en una cárcel.

PRIMER FEMICIDIO

El 19 de enero de 2003, Víctor Calderón interrumpió la tranquila tarde de la calle Julieta de Pedro Aguirre Cerda. Saltó la reja de su casa y se puso a correr con su camisa ensangrentada. Huía de su vecino, que pocos minutos antes había visto cómo el hombre asesinaba a su pareja Marianela Cerda González. Cuando lo detuvo, Calderón le confesó el crimen:

-¡La maté! ¡La maté! La única pena que tengo es que ahora nadie me va a dar de comer –le gritaba fuera de sí.

Víctor Calderón conoció a Marianela en la Plaza de Armas, luego de salir de la cárcel por haberle pegado a Belerma. Él limpiaba plazas y ella se prostituía en una calle cercana a su trabajo. Entablaron una relación inmediatamente y se fueron a vivir juntos a una casa interior en la calle Julieta. La habitación tenía nueve metros cuadrados y allí tenían una cama, un velador, la cocina, una mesa, un televisor, un balón de gas, una alfombra y mucho desorden. Al principio, no tuvieron problemas, pero el alcoholismo de Víctor rápidamente generó enemigos entre sus vecinos.
-Ella vivió lo mismo que mi cuñada: él era cafiche y ella trabajaba. La Marianela lo mantenía, le teñía el pelo, le compraba cervezas, le hacía de todo, pero el hueón era celoso y le pegaba –recuerda su hermana Lidia.

La borrachera del Año Nuevo del 2003 fue la gota que rebasó el vaso. Luego del escándalo que Víctor hizo esa noche, lo echaron de la casa. Marianela se quedó viviendo allí y él se fue a una hospedería ubicada en el barrio Mapocho. La pareja continuó viéndose en la Plaza de Armas, lugar donde se reunían a la hora de almuerzo. El 19 de enero de ese año, Víctor le dio un ultimátum y le pidió que lo dejara volver. Se comprometió a cambiar, pero no lo hizo. El regreso fue celebrado con cuatro litros de cervezas y quedó ebrio. Se obsesionó con la idea de irse a vivir a otro lado, pero Marianela no quiso. Eso desató su ira.

-Tomé un cuchillo cocinero y comencé a darle varios cortes en el cuerpo, no sé cuántas puñaladas le di. Después boté el cuchillo y me fui donde el vecino. La maté, le dije. Cada vez que tomo me vuelvo loco y no sé lo que hago –le confesó a la policía.

Víctor le dio cerca de 14 puñaladas al cuerpo de Marianela, que cayó desparramado sobre un cajón frutero, a un costado de la cocina. Fue tanta la fuerza de sus golpes que la hoja del cuchillo se partió en dos: eso fue lo único que lo detuvo.

-Tenía rabia con ella, se dedicaba a la prostitución, salía todos los fines de semana y llegaba curada. Me acuerdo de todo lo que hice –agregó en su declaración.

La muerte de Marianela, sin embargo, no le importó a nadie. Su cuerpo se pasó varios meses en la morgue antes de que algún familiar lo rescatara. Inmediatamente después de fallecida, la policía se contactó con su ex marido, Edgardo Rojas, a quien no veía hace ocho años.

-Me dijeron que tenía que ir al Servicio Médico Legal a reconocer el cuerpo, porque la había matado su actual pareja, pero como no la veía hace tiempo, no me preocupé mayormente –dijo.
-Ella estuvo como NN mucho tiempo. Mi otro hermano fue un día a la Plaza de Armas y encontró a un señor que trabajaba allí que la conocía. Él contactó a un familiar para que la enterraran. Como a nadie le importó que Marianela muriera, a Víctor le dieron cinco años –agrega Lidia.

SEGUNDO FEMICIDIO

Víctor Calderón cumplió cuatro de los cinco años a los que fue condenado, y salió por buena conducta. A los pocos meses conoció a Zulema Cubillos, una mujer con la que se fue a vivir a Cerro Navia. La relación duró poco. Calderón nuevamente se puso violento.

-Ella se salvó por mí. Un día la llamé y me dijo que Víctor le había pegado. Le dije que agarrara todas sus cosas y se fuera, porque si no lo hacia él la iba a matar. Menos mal que me hizo caso, porque si no, mi hijo habría cometido otro crimen –recuerda su madre.

Luego de eso, Víctor estuvo durmiendo varios meses en el Hogar de Cristo de Estación Central y consiguió trabajo como jardinero en la plaza que está frente a la hospedería. Allí conoció a Verónica Vargas, una mujer que se prostituía en las cercanías. A fines de marzo de 2009 le contó a su hermana que estaba nuevamente emparejado.

-Decía que era voladita y que de repente se tomaba sus copetes. Le había presentado a sus papás, que vivían en Limache. Le advertí que no le fuera a hacer nada, pero un día llegó a decir que le daban ganas de echársela, por celos -recuerda su hermana.

Dos semanas después, Víctor la mató. En la cárcel se enteró que su hermana lo había denunciado. Cuando en abril de 2010 se realizó el juicio, le advirtió que no declarara, que iba a decir que Verónica había tratado de asaltarlo en el motel y que por eso la había matado, en defensa propia. Lidia, sin embargo, contó todo:

-Yo quise declarar porque si él hizo algo malo, aunque sea mi hermano, tiene que pagarlo -dijo.
Durante el juicio, la fiscalía logró probar que Víctor había cometido el crimen con alevosía, una agravante que terminó por condenarlo a 15 años. No le reconocieron ninguna atenuante y tampoco la inimputabilidad por demencia que solicitó la defensa.

-El acusado presentó una simulación de enfermedad siquiátrica durante la entrevista, pero no encontré demencia que afectara su autodeterminación… Cuando dice que está afectado por algo no expresa esa emocionalidad. Hay una cierta frialdad al enjuiciar lo que pasó. Dice que está arrepentido, pero lo explica de un modo egocentrado. Vale decir, está arrepentido por las consecuencias personales que esto le ha provocado, pero no por la suerte que corrió la víctima –dijo el psiquiatra del Servicio Médico Legal que lo entrevistó.

-Él tiene un problema con las mujeres, quedó así después de perder a su primera pareja. No asumió que lo dejaran. Antes no era malo, era flojo y cafiche no más –agrega hoy su hermana.
Víctor Calderón fue condenado cinco meses antes de que se aprobara la ley de femicidio. De haber estado vigente al momento del crimen, sin embargo, tampoco podría haber sido juzgado como femicida. Los vacíos de esta ley habrían impedido catalogarlo así, pues solo puede cometer femicidio aquel hombre que tiene una relación sentimental de convivencia con la víctima.
-Queda excluido cualquier crimen de odio contra una mujer basado en la superioridad. Eso pasa porque nuestro país es muy ‘familiarista’: se nos hace creer que la familia es el único lugar donde podemos sufrir violencia -explica Lorena Astudillo, abogada de la Red chilena contra la violencia hacia las mujeres.

-Está claro que Víctor considera que las mujeres son de su propiedad, a tal punto que está dispuesto a matarlas si es que a él le parece, lo ha hecho dos veces. No es un enfermo, él ve así a las mujeres. No podríamos decir él aprendió la lección: mató, lo castigaron, salió y volvió a matar. ¿Cómo lo reeducamos? No hay posibilidades, va a salir y si vuelve a tener a una pareja, probablemente la va a volver a agredir -agrega.

Esto último es lo que más preocupa hoy a la hermana y la madre de Calderón. Ambas van a visitarlo dos veces al año a la cárcel y por lo que han visto, en la prisión él es respetado por los gendarmes. Cuentan que lo tratan de “don Víctor” o de “señor Calderón”, y que le han dicho que “no tiene pinta de asesino”. La última vez que fueron –recuerda su hermana- Víctor les dijo que pronto iba a tener la posibilidad de una salida dominical, por buena conducta. Ellas temen lo que pueda hacer estando en libertad.

-Tiene que pagar por lo que ha hecho, pero va a salir con 70 años y quién sabe qué va a hacer. Si mi hijo sale de la cárcel, creo que puede volver a matar –predice su madre.

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