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Nacional

19 de Octubre de 2015

La carta de despedida que el ex CNI Alvaro Corbalán escribió para su madre muerta hace unos días

"Tres años rogando por verla y ya, sometido a que ello no ocurriría y que le era imposible desplazarse a Punta Peuco, confié en Dios que me la tuviera viva, el día de mi regreso a la libertad. Con complicidad de autoridades y de Gendarmería, ni siquiera me permitieron poder despedirla", es parte de la narración del militar condenado a cadena perpetua en Punta Peuco, y que dio a conocer la Corporación 11 de septiembre.

Por

Álvaro Corbalán

La corporación pinochetista “11 de Septiembre” dio a conocer una carta del ex CNI Alvaro Corbalán en la que éste se despedía de su madre Marta Castilla Geisse, quien falleció el pasado 9 de octubre, y a la que no pudo dar el último adiós producto de la cadena perpetua que cumple en penal Punta Peuco por delitos relacionados con violaciones a los Derechos Humanos perpetradas en Dictadura.

“Con la anuencia del Teniente Coronel ( R ) don Álvaro Corbalán Castilla, me permito hacerle llegar para su difusión un escrito personal en que Él vuelca todos sus sentimientos por la defunción de su madre, señora Marta Castilla Geisse (Q.E.P.D.), ocurrida el 9 de octubre pasado, y en el que no le permitieron poder despedirse en el velatorio ni en el Campo Santo”, se lee en el escrito firmado por Jorge Ravanales Arriagada, quien antes de dar a conocer las líneas expresadas por el uniformado en retiro advierte que “de sus palabras saque usted su propia conclusión”.

La misiva parte con una especie de verso de cuatro estrofas que dice los siguiente:

 

“Me trajiste a la vida
Y por ahora quedo aquí
Como sufro madre mìa…
Ni me puede despedir”

Luego, ya viene la narración escrita en prosa en la que íntegramente Corbalán refiere que:

“Mis oraciones están en retirada, han claudicado al dolor lacerante de la partida de mi madre y, como soy humano, no soporto tan dura realidad.

Tres años rogando por verla y ya, sometido a que ello no ocurriría y que le era imposible desplazarse a Punta Peuco, confié en Dios que me la tuviera viva, el día de mi regreso a la libertad. Con complicidad de autoridades y de Gendarmería, ni siquiera me permitieron poder despedirla.

En 24 años y 10 meses de padecimientos e injusticias, esta última estoy incapacitado de comprenderla. Son muchos años que han restado a mi vida, entre barrotes y cadenas que han enjugado mis penas. No pude abrir el cerrojo cuando se fueron mis progenitores.

Desde que tengo uso de razón, desde mi Primera Comunión y antes, he estado postrado a tus pies, a los pies de mi Salvador y hoy, aunque no quisiera llevar mi dolor con rencor, es imposible desconocer que he sido parte de un calendario inservible y, en desacuerdo con lo que ha sido tu voluntad divina, voy a pecar entrando en una sincera rebeldía. Los Militares no usamos disfraces. No puedo aparentar y se han trastocado mis creencias y rechazo lo que estoy enfrentando.

Quien ha sido mi Dios está pecando conmigo. No soy yo el llamado a pedir perdón. Su palabra está siendo inconsecuente y la percibo rebatible; son muchos años sin escucharme: abandonado a mi suerte, en mi salud y en la soledad de mi celda; castigando a mi esposa, a mis hijos, a mi nieto que ni siquiera conozco.

Dios mío, es necesario un reencuentro porque estamos en crisis. No me sigas excluyendo de tu sacrificio que se supone, también, me incluía.

Las irrebatibles realidades hacen bajar el telón; no me ha sido posible subirme al tren de la fe y de la esperanza. Es más digno reconocerlo, despedirse y asumir con calma la continuidad de mis calamidades.

Ya no fui absuelto desde lo alto, siendo ignorado por el Creador, a quien, desde el fondo de mi dolor, reconociendo sus potestades, también, admito que me dejó fuera de su territorio: en remolinos desolados de mi actual hastío, en aterrizaje forzoso en una resignación inconclusa.

¿Cristo nos mira y nos ama?

Te he implorado que: así fuera en tu religión más pura y en tu palabra. Me has dejado al garete, con un cuarto de siglo. Y en el naufragio de esta travesía, lamento no haber estado a la altura de tus expectativas, habiendo cantado, desafinado, mis atardeceres, en una convención equivocada de mis sùplicas y rogativas que, por decenios, no fueron escuchadas.

¡Señor! No me ha gustado esta sobrevivencia y ser responsable del daño inmerecido que le he causado a los mios.

¿No será conveniente buscar y tener un nuevo abecedario?

¡Ojala, Madre mía, en el lugar que te encuentres puedas entregárselo!

En esta adversidad descomedidas, en que incluso a los míos causo daño, me aferro a mis Principios y Valores de una vida entregada a mi Ejército y al Gobierno de las Fuerzas Armadas y Carabineros, del que, orgullosamente, fui parte y cuya bandera no permitiré que sea arriada.

En este momento difícil en medio de tanta desazón y desaliento, pese al rigor de mi existencia, desde lo más profundo de mi alma, le digo a mi madre:

¡Repìteme la vida!”.

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