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Opinión

22 de Octubre de 2015

Editorial: Una nueva Constitución

La Constitución que hoy nos rige no es simplemente la de Pinochet y Jaime Guzmán. Decir eso es no reconocer lo que hemos construido. No mirarlo de frente. Esa Constitución se ha ido adaptando a la voluntad política de cada tiempo de los últimos 26 años. Se transformó siempre en función de objetivos próximos, porque […]

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-617

La Constitución que hoy nos rige no es simplemente la de Pinochet y Jaime Guzmán. Decir eso es no reconocer lo que hemos construido. No mirarlo de frente. Esa Constitución se ha ido adaptando a la voluntad política de cada tiempo de los últimos 26 años. Se transformó siempre en función de objetivos próximos, porque en el diagnóstico de sus protagonistas el elástico estaba dañado, y si se estiraba mucho se cortaría, y nos huasquearía la cara. Ha terminado siendo una Constitución en la medida de lo posible. Dialoga con una prohibición original y no con una esperanza. Su evolución es la de un niño que pide más permisos, y sus padres se los dan con cuidado. Responde, finalmente, al espíritu de la casa patronal en que nació. La comunidad, mientras tanto, abandonó esa estricta casa paterna. El sueño de Guzmán no caló en todos sus huesos. Los curas que admiraba terminaron acusados de pedofilia. El orden que habitaba en sus creencias se desbordó con creces. A lado del matrimonio aparecieron las uniones civiles. Hasta una revolución tecnológica hubo entremedio, que volvió imposible cualquier control sobre la cultura. El tono de la Constitución que nos rige es duro, seco, como el lenguaje de los regimientos. Ya nadie la defiende a brazo partido, al menos en público. El desprecio por su origen se instaló en algunos como en los bolivianos el deseo de mar, es decir, como una redención o un conjuro, algo que soluciona el presente en el pasado, cuando todos sabemos que la vida consiste en todo lo contrario; una conclusión más sentimental que racional, porque hasta los gusanos pueden convertirse en mariposas, pero si no es parida nuevamente, será difícil sacarle ese mal gusto del fondo de la olla al que siempre apelará alguien asqueado. ¿Se llama eso fundar el mundo de nuevo? ¡Por favor! De lo más ridículo que tiene nuestra actual Constitución, es que lo pretendió. La última revolución la llevaron a cabo los pinochetistas. Ahora se trata de reconocer el mundo en que vivimos, no de refundarlo. A mí me seducen, pero quizás sea por razones poéticas, esas Constituciones que da gusto aprenderse de memoria, y que un día se recitan por una causa y mañana por otra, porque resumen lo mejor de todas las causas. Esas Constituciones, sin embargo, son muy difíciles de conseguir. Requieren muchísimo talento y sabiduría, más ganas de escuchar que de gritar, de comprender que de imponer, de hallar lo común que resaltar lo particular. La Constitución no debiera ser una suma de deseos, sino el reconocimiento de esos pocos en que casi todos estamos de acuerdo. Si la actual dialoga con el pasado, esta debiera hacerlo con el futuro, y la historia a cuestas. No para concluir lo que viene, sino para dejarlo ser. ¿Un momento de incertidumbre? Correcto: un momento de incertidumbre cuando las certezas impuestas se dejaron de creer. Para unos, aterrador, para otros, fascinante. Y a estas alturas, inevitable.

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