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Opinión

5 de Noviembre de 2015

Editorial: El gran problema de Chile

Ya sabemos que la Sofofa es un grupo de interés, y que los robos en las casas de los ricos se han desarrollado a la par con el robo de los ricos a la población. Ladrón que roba a ladrón, ¿tiene mil años de perdón? ¿Es más grave, don Carlos, cuando el pobre atropella al rico, que al revés? El problema no es la deshonestidad ni la desconfianza, sino la desigualdad. ¿Para qué sacarle el poto a la jeringa? Recuerdo un rayado que leí en la cárcel pública: “aquí estamos los que robamos poco”.

Patricio Fernández
Patricio Fernández
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EDITORIAL-619
Tiempo atrás me contaron que los invernantes del centro de esquí La Parva -que son los mismos que van a Zapallar y que se reúnen en el Club de Golf Los Leones-, se negaban a comprar un filtro para limpiar las aguas servidas antes de arrojarlas al Mapocho. Desde sus chalets de montaña, el 0,0001% más rico del país, prefería ahorrarse ese gasto, y soltar la caca directamente al río. Sobra explicar que esa mierda atravesaba después la ciudad. No sé si esta temporada lo repararon, pero mientras todo el resto de los desagües ya estaban en norma, ellos eran los únicos que seguían defecando impunemente el cauce del Mapocho. No creo exagerar si digo que ese grupo considera su caca menos asquerosa que la del resto. Se siente distinto. Y es raro, porque no se trata precisamente de una aristocracia de vieja data, con una sangre higienizada de vulgo a lo largo de generaciones, sino más bien de fortunas nuevas, algunas dedicadas a comprar pasado y respetabilidad. Suenan cada vez menos los apellidos castellano vascos colmados de erres, y aunque la beatería perdió su glamour, el catolicismo sigue siendo una marca de pertenencia. Hasta hace algunos años al Club de Golf no podían entrar árabes ni judíos. ¿Seguirá siendo así? El asunto es que, con nuevas razas en juego, la estructura social chilena todavía es patronal. No es tan raro, en realidad: muchos de los negros libertos norteamericanos volvieron a África para fundar un territorio donde ser libres, y al llegar convirtieron a los negros del lugar en sus esclavos. Le llamaron Liberia. Cuesta romper las estructuras aprendidas. No es fácil, como dice Nicanor, limpiarse el poto con una hoja de Biblia. “Aquí mandan los multimillonarios. El gallinero está a cargo del zorro”, asegura el Cristo del Elqui, pero eso no importa en el campo, donde el jefe ordena por derecho divino y el empleado contesta “amén”, donde el caballero se equivoca cuando el roto delinque y tutea sabiendo que le responderán de usted. Pero la democracia no es así: es hija de la naturaleza, aunque al madurar se vuelva su enemiga. Es obvio que los Matte y los Soto son lo mismo, tan obvio como que no lo son. Los abusos destapados durante el último tiempo constituyen un escándalo y una liberación. Ya sabemos que los curas no son mejores que los comecuras, ni los blancos que los oscuros, ni los indios que los colonos (ni al revés), ni en el Estado se roba más que en la empresa privada. Ya sabemos que la Sofofa es un grupo de interés, y que los robos en las casas de los ricos se han desarrollado a la par con el robo de los ricos a la población. Ladrón que roba a ladrón, ¿tiene mil años de perdón? ¿Es más grave, don Carlos, cuando el pobre atropella al rico, que al revés? El problema no es la deshonestidad ni la desconfianza, sino la desigualdad. ¿Para qué sacarle el poto a la jeringa? Recuerdo un rayado que leí en la cárcel pública: “aquí estamos los que robamos poco”.

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