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Nacional

17 de Noviembre de 2015

El cruce fatal: la historia tras el atropello múltiple de Alameda con Portugal

Al mediodía del viernes 2 de octubre, Hans Fritz, Miriam Sepúlveda y Francisco Pinto cruzaban la Alameda por la vía peatonal cuando la camioneta manejada por Sergio Durán se pasó un semáforo en rojo y los arrolló. A todos los proyectó más de 30 metros. Después, arrancó de cuajo un poste de luz y chocó a cuatro autos para terminar su loca carrera frente a la entrada de la estación del Metro UC. En ningún momento frenó. Dos personas murieron instantáneamente y un tercero un día después. El conductor dijo que tuvo una crisis de escleorosis múltiple que le puso rígido el pie en el acelerador y le impidió reaccionar. Ahora enfrenta a la justicia por el cuasidelito de tres personas que cruzaban con luz verde en la principal arteria del centro de Santiago.

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Atropello Alameda Portugal A1

La taxista Karina Asgmad Valenzuela acababa de tomar un pasajero en la última cuadra de Avenida Portugal antes de llegar a la intersección con la Alameda Libertador Bernardo O’Higgins. Eran las 12:07 del viernes 2 de octubre y tenía luz verde y la segunda pista despejada para cruzar la arteria capitalina y enfilar por ella hasta Ahumada. Cambió al carril izquierdo para doblar unos metros antes de ingresar a la Alameda cuando vio que una camioneta azul Honda CR-V, conducida por Sergio Durán Espinoza (63), pasó a exceso de velocidad sin detenerse en el semáforo que tenía luz roja, de poniente a oriente. Lo siguió con la mirada los cerca de 50 metros que recorrió sin frenar hasta que impactó a tres personas que caminaban por el cruce peatonal de esa esquina. Y los vio volar en el aire.

Los dos primeros, Hans Fritz (27) y Francisco Pinto (29), salieron proyectados sobre el capó y parabrisas para luego caer y arrastrarse varios metros por las dos pistas dispuestas para autos particulares. Quedaron a casi 30 metros de la esquina. La tercera persona, Miriam Sepúlveda (41), se quedó “pegada” durante las primeras fracciones de segundo al parachoques para luego elevarse sobre la camioneta y caer casi 45 metros más al oriente, justo al frente de la entrada sur de la estación de Metro Universidad Católica. Su cabeza quedó apuntando hacia el norponiente.

La taxista echó su cuerpo hacia atrás, inhaló y soltó las manos del volante. Pese a que le temblaban las manos, retomó el control de su auto y logró avanzar hasta la entrada de la Alameda. Cuando se estacionó en el lugar, los cuerpos de las tres víctimas estaban tirados sobre el pavimento. El primero de ellos quedó de costado, con el brazo derecho cruzado sobre la cara, tapándosela, y ambos pies apuntando hacia el poniente. Tenía parte del abdomen a la vista: su camisa estaba a la altura de su pecho y bajo su cabeza había un charco de sangre. Karina no lo reconoció, no tenía por qué. Sólo una hora después, a pocas cuadras de volver a su casa en la comuna de La Florida y aún choqueada por el impactante atropello que le tocó presenciar, su marido le dijo que el cuerpo que había visto volar, roncearse sobre el pavimento y terminar apoyado en el bandejón central era de Hans Alejandro Fritz Manghi, su cuñado.

HANS, MIRIAM Y FRANCISCO

Hans Fritz
Foto de Hans Fritz Manghi.

Durante el funeral de Hans, a Roberto Fritz le mostraron un posteo de su hijo publicado en un blog el domingo 17 de octubre de 2010. Fue cinco años antes de su muerte. Se titulaba “La edad perfecta”.

“Siempre he imaginado mi vida en 10 años más, recapacito y me digo ¿Cuál será la edad perfecta?, algunos dicen luego de tener un título y remuneraciones que nos permitan vivir con comodidades, otros después de tener hijos o cuando se casan, pero yo creo que la mejor edad es ahora, porque no sabemos si tendremos un mañana, esto tampoco quiere decir que tenemos que vivir el día como si fuera el último, sino disfrutar de las cosas que nos da la vida, las compañías, los amigos.”

Tras leerlo Roberto sintió el pecho frío. Había un espacio que sabía ya no podría llenar. Era una mezcla extraña de tristeza, orgullo y tranquilidad.

Días antes del trágico accidente que le costó la vida, Hans Fritz se había matriculado en un Diplomado de Control de Gestión para Profesionales de la Universidad de Chile. Este fue el comentario que posteó en su muro de Facebook: “se siente optimista. Oficialmente sobre endeudado jajajaja”. Tres días antes de morir atropellado tenía su primer día de clases.

Su compañeros aún recuerdan el mini show que hizo Hans minutos antes de salir de la oficina junto a Miriam, su compañera de trabajo en una de las sedes de Coopeuch ubicada justo en la esquina de Lastarria y la Alameda: agitó las manos y hombros como bailando salsa y tarareó una melodía al tiempo que anunciaba que se iba a una reunión. Fue la última vez que sus compañeros lo vieron con vida.

*

Miriam Sepúlveda había acordado junto a su hermana Emma destinar el fin de semana a buscar casa. Vivía con su padre en La Florida. Ya tenía ahorrado el pie que le exigía el banco. No quería un departamento, Miriam necesitaba vivir en una casa. Quería tener contacto con la tierra, así se los había dicho a sus familiares. Era una mujer espiritual.

En su escritorio en Coopeuch habían varias piedras como amatistas, cuarzo e imanes para practicar biomagnetismo. Semanas antes del atropello, durante su último cumpleaños, estuvo afuera del trabajo haciendo Sachim, un ritual de meditación en el que se pasan siete días sin hablar con otras personas. Sus compañeros de oficina recuerdan que había llegado feliz. Decía sentirse plena.

Durante el velorio y su funeral, su grupo de amigos la despidió como ella hubiera querido: meditaciones con velas y cantos gregorianos. A su hermana le había comentado que quería dedicarse a hacer todo lo que había aprendido durante sus años de terapias alternativas y no seguir trabajando entre cuatro paredes. Tanto Emma como sus compañeros de trabajo y amigos dicen que cada vez que un cercano estaba enfermo o aproblemado, Miriam les hacía reiki o biomagnetismo para mejorarlos.

Las cenizas de una de sus dos ánforas ahora están en el océano. “Es lo que querría Miriam, que fuera devuelta a la cordillera o al mar”, dice su hermana Emma. La otra se quedó en la casa que compartía con su padre, en La Florida.

*

En Curacaví, a 66 kilómetros de Santiago, Francisco Pinto estaba en medio de los preparativos para casarse con Catherine, su polola hace ya más de seis años y madre de su única hija. Quería hacerlo a principios del próximo año. Por eso trabajaba los fines de semana en lo que sería su casa, en el mismo sitio del domicilio de la familia de su mujer, en la Avenida Germán Riesco.

En la ciudad, Francisco era conocido por el básquetbol. Fue ‘conductor’ de varios equipos, como el Municipal Curacaví o The Foxers. Siempre ocupaba el número 5 y se paseaba por las calles de su zona con una pelota Spalding negra que hace años le había regalado su hermano José. Hoy sus amigos y familiares comparten un logo con la pelota negra y el número 5 en sus cuentas de Facebook y en sus autos.

Tenía planes de independizarse y formar su propia empresa para organizar eventos y banquetería junto a Catherine. Había estudiado Gastronomía en el AIEP y estaba por terminar Turismo Bilingüe en Los Leones. Además trabajaba en el Restaurant El Tambo, ubicado en la esquina de Lastarria con el pasaje José Ramón Gutiérrez. En ese lugar, a escasos metros de donde fue atropellado junto a Hans y Miriam, estaba a cargo de las compras. Ese viernes 2 de octubre iba camino al supermercado Unimarc en Avenida Portugal cuando cruzó por última vez la Alameda.

EL ACCIDENTE

Atropello Alameda con Portugal A1

El Honda CR-V azul que conducía Sergio Durán no frenó en ningún momento. Por el contrario, tras arrollar a Hans, Miriam y Francisco la camioneta siguió su carrera. Se desvió de las pistas para vehículos particulares virando en diagonal, dirigiéndose hacia la vereda sur de la Alameda.

Tras dejar a sus tres víctimas en el piso, chocó a un Nissan sedán plateado que estaba estacionado a la altura del nº 280 de la Alameda, arrancó de cuajo el segundo poste de iluminación desde Portugal al oriente e impactó a otros dos vehículos estacionados para terminar colisionando a un Hyundai Elantra también plateado conducido por el cabo 2º de Ejército Carlos González Bustos.

González fue el cuarto herido. Estaba detenido en la primera pista, a la altura de la entrada a la estación del Metro UC, frente al edificio del Comando de Bienestar del Ejército. Según su declaración, venía por la Alameda en dirección al oriente y pasó momentos antes con luz verde cambiando a amarillo el cruce de Portugal. Se orilló a la primera pista y puso las luces de estacionamiento.

“Y en eso, recuerdo que escuché gritos, miré creo que por el espejo retrovisor y vi a dos personas volando en el aire, de inmediato sentí un fuerte golpe en la parte trasera del automóvil, perdí de inmediato la consciencia. Cuando desperté ya estaba personal de emergencia en el lugar: paramédicos, bomberos, carabineros. Me sacaron con cuello ortopédico y en camilla. Nunca vi el auto que me chocó, solo lo vi por las noticias, ahí supe que el sujeto que me chocó había atropellado previamente a tres personas, luego chocado vehículos de carabineros estacionados en el lugar, luego un poste del alumbrado público y finalmente el vehículo en el que yo estaba”, dice su testimonio.

Tras los seis golpes de la camioneta, el sector se llenó de curiosos. Después de los gritos y el ruido de fierros doblándose, vino un silencio de varios segundos. Otra trabajadora de Coopeuch que cruzó la calle de sur a norte en ese mismo lapso y que ya casi llegaba a la siguiente vereda, giró tras escuchar el estruendo y un llanto. En medio del bandejón había una mujer con su guagua en un coche. Se había salvado apenas. La empresa le ofreció apoyo psicólogico para dejar de pensar en ello, aunque la imagen no se le olvida.

En la esquina suroriente, en cambio, los que vieron el atropello en pleno no quisieron volver a mirar hacia el sitio del accidente. Verónica, que trabajaba en ese momento en el restaurante Valle de Oro, presenció el impacto de frente y muy a su pesar, observó cómo los cuerpos pasaban suspendidos en el aire desde la entrada del local, después de tomar una orden. Juan, el manicero de Nuts4Nuts que se instala habitualmente en esa esquina, giró la cabeza hacia Portugal. No quería ver cómo terminaría el fatal accidente. Cuando se repuso, cerró el carro y desapareció de la escena.

Otro testigo corrió a buscar a un sacerdote, nadie sabe de dónde, que llegó a orar por los fallecidos. Otra persona llevó a un profesional médico, con bata y pantalones celestes, para prestar primeros auxilios. Un tercer testigo recogió la credencial de Hans que había quedado metros más adelante de su cuerpo y corrió hasta la sede de Coopeuch a dar el aviso. Desde el tercer piso de esa oficina, sus compañeros de trabajo ya estaban viendo lo que había ocurrido sin saber quiénes habían sido atropellados.

A menos de 10 minutos, la primera ambulancia en llegar tomó a Francisco Pinto y lo llevó a la Posta Central. Respiraba, pero tenía la mirada perdida y no reaccionaba ni contestaba las preguntas de los peatones. Hans tuvo un par de reacciones nerviosas. Movía sus pestañas. Una vendedora de la feria artesanal ubicada al costado del GAM le tomó el pulso, pero rápidamente se dieron cuenta que ya no había nada que hacer. Con Miriam, que terminó boca abajo y sin una bota, ni siquiera lo intentaron.

EL CONDUCTOR

Atropello Alameda Portugal 3 A1

A más de un mes de ocurridos los hechos, las tres familias de las víctimas siguen preguntándose por qué Sergio Durán Espinoza no puedo evitar el atropello. Karina y otros testigos que lo presenciaron señalan que venía con ambas manos sobre el volante y que al menos un par de vehículos, entre ellos una micro detenida donde él también debía hacerlo, le tocaron la bocina para evitar la tragedia. En el informe técnico pericial reservado de la SIAT, la cámara de seguridad de Carabineros señala que pasaron 16 segundos entre la detención de los demás conductores cuando el semáforo marcó la luz roja y el auto de Durán atropelló a los peatones.

Cinco días después de la tragedia, el miércoles 7 de octubre, Durán prestó declaración a Carabineros cuando estaba internado en la Clínica Santa María. El conductor del Honda CR-V dijo que se dirigía por la primera pista de circulación de vehículos particulares en dirección a la consulta de su neurólogo.

“Al llegar a la intersección de la Alameda con Portugal veo que el semáforo se encontraba en rojo por lo que empiezo a desacelerar, momento en que mi pierna derecha se vuelve rígida y carga el acelerador, resultando imposible moverla, percatándome que el auto se me va y veo que va cruzando una fila de peatones por la Alameda por el paso peatonal y en ese momento perdí el conocimiento, no recordando lo que sucedió posteriormente, luego desperté y estaba tendido en el suelo siendo atendido por personas”, dijo.

Durán agregó que sus antecedentes médicos estuvieron en poder de la Municipalidad al obtener y renovar la licencia de conducir, que nunca en 24 años de conducción había estado involucrado en un accidente de esas características y que ese día no había consumido alcohol ni medicamentos.

El conductor, un contador auditor de 63 años, reconoció ser enfermo de Esclerosis Múltiple y tener un 70% de discapacidad. Llevaba un “burrito” metálico en la camioneta para trasladarse a pie. Y ratificó que sus documentos estaban en regla. Según la información revelada por la Municipalidad de Providencia, Durán asistió a esa Dirección de Tránsito el viernes 9 de mayo de 2014 para renovar su licencia de conducir. Pero en esa oportunidad reprobó el examen sicométrico (reacción simple y palanca) y el examen sensométrico (sobre agudeza visual).

El médico a cargo de esa repartición le pidió un informe clínico porque presentaba problemas de desplazamiento y de agudeza visual. Semanas después entregó dos certificados médicos, uno de una neuróloga y otro de un oftalmólogo. El primero decía que estaba apto para conducir vehículos automáticos y el del oftalmólogo señaló que había sido operado de cataratas y que tenía agudeza visual sin lentes, lo que era suficiente para obtener una licencia para conducir vehículos clase B.

Se le tomaron los exámenes y aprobó. Al día siguiente, el 29 de mayo de 2014, pasó el examen práctico sin ninguna observación del inspector y se le otorgó la licencia por seis años -el máximo al que se puede optar- con una sola restricción: estaba habilitado sólo para vehículos automáticos.

El parte de Carabineros de ese mismo día señala que el conductor tenía buena visibilidad. Era un día soleado y el termómetro marcaba los 18 grados. La calzada estaba seca y en buen estado, el semáforo se encontraba funcionando y el paso peatonal estaba debidamente demarcado. Todo ello motivó a la SIAT a señalar en su informe posterior que el motivo “que generó el hecho se debió a un acción imprudente del conductor”.

El documento afirma además que no se encontraron los documentos de propiedad del 4×4 ni el certificado de seguro obligatorio. Al interior del vehículo sólo se encontró su licencia de conducir y una credencial de discapacidad del Registro Civil, la que indica que presenta un grado de discapacidad física del 70% “siendo al parecer el motivo por el cual conducía vehículo automático”.

Quienes pasaron por el lugar a esa hora señalan que el conductor estaba choqueado y con algunas molestias, pero ninguna herida a la vista. Algunos comenzaron a gritarle garabatos. “Irresponsable”, “Seguro venía curado” y otras frases se repitieron entre las cientos de personas que se apostaron en el lugar. Un policía instalado de punto fijo en el sector lo bajó de la camioneta y lo tendió sobre el piso. La segunda ambulancia que llegó al lugar lo subió a una camilla, lo inmovilizó y trasladó a la Clínica, donde fue formalizado al día siguiente por cuasidelito de homicidio, cuasidelito de lesiones graves y cuasidelito de lesiones menos graves.

Ahí le practicaron una alcoholemia, pero no alcohotest porque su condición se lo impedía: se encontraba entubado y tenía un trauma torácico y fracturas múltiples de costillas en el costado derecho, además un tec leve. El médico tratante declaró que según su apreciación no tenía hálito alcohólico.

LAS FAMILIAS

Miriam Sepúlveda
Foto de Miriam Sepúlveda Luengo.

Roberto Fritz Molina atendía por teléfono a una usuaria desde su oficina en el segundo piso del OIRS del Serviu de Los Ríos, en Valdivia, cuando recibió una llamada de ‘Hans Chile’. Era el número que ocupaba su hijo desde su vuelta de Edmonton, Canadá, donde pasó seis meses en 2014. Pensó en devolver la llamada cuando terminara la conversación o la hora de colación. Habían hablado la noche anterior, no había apuro. Pero minutos después lo llamó su hijo mayor, Roberto. Muy alterado, casi llorando, le dijo: ‘Papito, estoy en un taco, Hans parece que tuvo un accidente’.

Roberto padre trató de tranquilizarlo. No le dijo que cinco minutos antes su hermano lo había llamado. El padre de Hans intentó varias veces llamarlo de vuelta hasta que le contestó alguien que se identificó como cabo de Carabineros. Así lo recuerda:

-Yo le dije ‘Mira viejo, habla el padre, estoy a 850 kilómetros del lugar. Házmela cortita, dime si falleció, está grave o no, porque no puedo ir ahora. Me dijo que me contactara con un familiar y le repetí que la hiciera cortita, que me dijera qué había pasado. Ahí me dijo que se habían hecho todas las maniobras de reanimación, pero lamentablemente mi hijo había partido”.

Roberto no recuerda bien cómo fue su reacción luego que le cortó el teléfono al cabo. Estaba bloqueado, se paró de su silla en la oficina y salió de ahí por inercia. El guardia del Serviu le preguntó si le pasaba algo; tenía mala cara. Roberto le respondió como pudo:

-Mi hijo menor murió en un accidente-, alcanzó a decir.

En ese instante, Roberto miró una de las pantallas de los televisores que habían en el hall de las oficinas, pues habían sintonizado las noticias. Se quedó escuchando el despacho de un periodista que relataba en vivo el accidente en la esquina de la Alameda con Portugal. A su espalda estaban los autos chocados y los cuerpos tirados en el piso. Roberto reconoció a su hijo y no aguantó el llanto.

*

Esa mañana, como todas las mañanas de lunes a viernes, las hermanas Emma y Miriam Sepúlveda se fueron juntas hacia el centro de Santiago. Ambas trabajaban en Coopeuch. En el camino, Miriam le pidió a Emma que le agendara una reunión sobre auditoría a operaciones de medios de pago, en lo que trabajaba junto a Hans. A las 9 de la mañana, sin tener noticias al respecto, Miriam le envió un correo para recordárselo. “Recuerda lo que conversamos hoy temprano”, decía el mail. A las 11 de la mañana, una hora antes del accidente, Emma la agendó.

A las 12:13 Emma se dio cuenta que su hermana aún no llegaba al sexto piso del edificio de la Mutual de Seguridad ubicado en el nº 194 de la Alameda Libertador Bernardo O’Higgins, a cerca de tres cuadras de la oficina de Miriam. Estaba un poco extrañada por el atraso, pero no le dio mayor atención. En ese mismo momento una compañera de trabajo le dijo que había ocurrido un accidente en Portugal y le dijo que fueran a ver.

“Yo no soy de ir porque a veces uno más molesta que otra cosa. Miré la hora y vi que era más o menos la misma hora que llegaría Miriam. Entonces le mandé un WhatsApp y no me respondió. Ahí comencé a insistir llamándola, mientras caminaba hacia el lugar”, cuenta Emma.

Al quinto intento una persona le contestó y le dijo que su hermana había tenido un accidente en la esquina de Portugal con Alameda. Emma le dijo que estaba ahí, pero por más que miraba a Miriam no lograba divisarla.

Desesperada, buscó a su hermana hasta que encontró un bulto tapado con una manta. Emma vio los rulos color azabache de Miriam que se asomaban por fuera de la lona. Comenzó a discutir con la gente en medio de la calle y carabineros que impedían que la reconociera, hasta que la dejaron acercarse. Fue la única de su familia que vio a Miriam tirada en el asfalto.

*

La primera en enterarse en la familia de Francisco Pinto (29) fue su futura esposa. La llamaron por teléfono desde el celular de ‘Pancho’ para comunicarle que había tenido un accidente, que iba a ser trasladado a la posta y “que no era cuento del tío”. Catherine llamó al restaurant donde trabajaba para comprobar la información. Ahí le dijeron que hacía solo unos minutos Francisco había salido a comprar y Catherine se quedó en silencio.

Acto seguido intentó comunicarse con sus suegros. Como no respondían sus llamados, les dejó recado con una vecina. Esta le avisó a Magaly, su mamá, y ella llamó a su marido, José, que trabaja como oficial del Registro Civil de Curacaví. José estaba celebrando un matrimonio en medio de los turnos éticos del paro de esa repartición, pero le alertaron que la llamada era “urgente”. Tras saber del accidente, se dirigió rápido a la casa. Estaban tan alterados que decidieron llamar a un tío de Francisco para que manejara hasta Santiago. Mientras esperaban que llegara, vieron en la televisión cómo transmitían en vivo desde el lugar del accidente. Salieron de ahí con la información de que habían dos heridos, uno de gravedad y otro fuera de peligro, pero no sabían cuál era Francisco.

Dos horas después, cuando finalmente pudieron llegar a la Posta Central, se enteraron de lo peor. “Pancho”, como le decían en la casa, estaba con riesgo vital, inconsciente. El médico les informó que no había opción de cirugía y que sus órganos no reaccionaban. Poco a poco se estaba apagando. Y a las 23:47 horas del día siguiente, el sábado 3 de octubre, falleció.

EL FUTURO

Francisco Pinto
Foto de Francisco Pinto Gómez

Ese día sábado, antes de que muriera Francisco, el conductor Sergio Durán denunció ante el fiscal la publicación indebida y sin autorización en medios de comunicación de sus documentos personales. En la formalización realizada en la Clínica Santa María el hombre apuntó al noticiero 24 Horas por haber mostrado su tarjeta de discapacidad.

El conductor quedó sólo con la medida cautelar de arraigo nacional, pero seis días después la Tercera Sala de la Corte de Apelaciones de Santiago revocó la decisión. En el recurso de apelación, el fiscal señaló que el velocímetro del vehículo conducido por Durán quedó detenido en “al menos 80 kilómetros por hora”.

En ese documento el fiscal también señala que la cónyuge del conductor dijo que la única manera que tenía Durán de movilizarse era en vehículo. De esa forma, el tribunal de alzada aumentó las medidas cautelares a arresto domiciliario nocturno por considerar que su actuar “constituye un peligro para la seguridad de la sociedad en el sentido de su actuar en la conducción de un vehículo motorizado”.

El pasado lunes 9 de noviembre Sergio Durán fue reformalizado por los cargos del fallecimiento de Francisco, muerto horas después de la primera formalización. El imputado llegó al tribunal en silla de ruedas y permaneció en completo silencio durante la audiencia. Al terminar, el padre de Hans lo encaró por presentarse de esa forma y por no haber tenido ningún acercamiento con los familiares de las víctimas, ni sus abogados. Durán no dijo una palabra.

Tras ese incidente, los familiares y abogados querellantes se reunieron con el persecutor de la Fiscalía Centro Norte Hugo Brizuela, quien hoy encabeza la causa. Ahí el fiscal recibió todas las dudas y les preguntó qué esperaban del juicio y sobre la posibilidad de un juicio abreviado. Los familiares ratificaron que querían llegar hasta el final y no buscar una salida alternativa.

Por ahora están a la espera de los resultados de diversas pericias, en especial la alcoholemia y el toxicológico, los que revelarán si Durán tenía alcohol u otra sustancia en su sangre. Y siguen haciéndose la misma pregunta: ¿Cómo alguien con ese nivel de discapacidad, con una enfermedad que lo puede paralizar y dejar sin reacciones, podía conducir libremente un vehículo de ese tipo?

Mientras tanto las familias intentan recuperarse. Francisco Pinto habría cumplido 30 años el pasado jueves 29 de octubre. Su familia ese día optó por reunirse y conmemorarlo con sus más cercanos. Su padre, José, vino días después del atropello a Santiago y se paseó buscando testigos en esa esquina. Y se quedó mirando varios minutos pegado hacia el bandejón, tratando de entender lo que pasó.

Los familiares de Miriam, en tanto, viajaron a Algarrobo el sábado 7 de noviembre para ir a esparcir sus cenizas. Era su último deseo y había que cumplirlo.

Roberto Fritz, por su parte, viaja constantemente de Valdivia a Santiago y está encima de las novedades de la investigación. Junto a su ex esposa, Angélica Manghi, fueron el viernes 16 de octubre a buscar las pertenencias de su hijo en su oficina. Iba a ser una ceremonia para ambos compañeros fallecidos, pero la familia de Miriam tuvo una demora en los trámites de cremación y tuvieron que hacerlo por separado.

No era mucho lo que tenía. Cabía todo en una caja. La mayoría eran artículos de aseo, algunos recuerdos que tenía de su último viaje y un tazón blanco con el logo de Deloy, la compañía en la que trabajó antes de viajar a Canadá. En su mochila tenía un buzo, zapatillas y una toalla para ir al gimnasio. Y en uno de sus cajones había un regalo envuelto en un papel de Almacenes París. Algo que no alcanzó a entregar y que su familia aún no sabe para quién era.

Esa caja está hoy en la casa de su hermano. Ahí poco a poco están volviendo a la normalidad. Karina dice que los primeros días casi no salió a trabajar en el taxi, pero irremediablemente ha tenido que volver a la esquina de Alameda con Portugal.

“Yo trabajo en el centro y siempre paso por ahí. Los pasajeros me dicen que los deje en el Metro, entonces la sensación es la misma: que va a pasar un gallo en roja y el miedo que me provoca quedarme ahí. Al final es como recordar todo lo que pasó y termino dando el vuelto con lágrimas, tratando de que los clientes no se den cuenta”.

*The Clinic Online intentó comunicarse en reiteradas ocasiones con Sergio Durán y su abogado, Daniel Martorell Felis, pero no obtuvo ninguna respuesta.

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