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LA CARNE

22 de Noviembre de 2015

Adelanto: El deseo se va y otros secretos sobre el sexo

En tiempos en que la liberación sexual ya gira en torno a sus propios tabúes y sólo nos da a elegir entre ser frígidos o perversos, la psicoanalista Constanza Michelson –columnista de este pasquín– acaba de publicar 50 sombras de Freud (Catalonia), libro que se mete en los laberintos del sexo –y del amor– que todos tenemos en la cabeza. Acá un adelanto ideal para neuróticos.

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21 razones sexo

La primera vez. Me refiero a la primera vez con otro, nunca es lo que se espera. Eso nos dicen siempre. Por lo tanto, cuando llega el momento, es exactamente lo que se espera: algo accidentado, pero se asume que se está en marcha blanca. Los primeros revolcones están llenos de dificultades técnicas, que dejan al descubierto que la cosa no es como meter la llave al candado. Con suerte, el goce es psicológico, siempre y cuando no se trate de haber llegado a la escena sin estar convencido. Creo que no hay nada nuevo en esa historia, por eso me la ahorraré.

Sin embargo, había otro secreto que el sexo me tenía guardado, y que sí me dejó perpleja. Y es que en determinado momento, el deseo sexual se va. Y no se va por falta de amor. Ni por esa hipótesis comodín llamada falta de comunicación. ¿Por qué explican todo por la falta de comunicación?
Creo que la comunicación no tiene nada que ver con el deseo sexual. Pregúntense cuáles han sido sus incursiones en la cama no más románticas, sino que las más apasionadas. Generalmente, son esas relaciones prohibidas, o difíciles, o con desconocidos. O bien, piensen en las fantasías que acompañan sus masturbaciones. Generalmente no forman parte del guión los diálogos bien intencionados de la teoría de la “comunicación efectiva”.

Supongo que el deseo sexual se rige por las mismas leyes que cualquier otro deseo. Se corre tras la zanahoria en la medida en que las condiciones me llevan a seguir corriendo. Y el obstáculo, la prohibición, hacen que el vegetal se haga más apetecible. Quienes han tenido una relación oficial, estable y duradera, reconocen fácilmente el circuito que sigue el deseo: primero una pasión que deja insomnes a los amantes, y luego el camino al precipicio. Generalmente el camino del lado femenino va desde fingir los orgasmos (que finalmente, es un acto generoso con el compañero), luego pasa a un dolor de cabeza inventado o real, hasta asumir el derecho a decir que no se quiere más sexo. Por el lado masculino, el acantilado del desencuentro sexual avanza desde una pasión por el alcohol, luego a la vuelta furiosa a la masturbación, y finalmente a la amante. Ese hombre enloquece por esa nueva mujer, que sí valora ese pene injustamente abandonado. Yo agregaría a esta idea que las mujeres hoy también se trastornan al encontrar a un parternaire nuevo que las desee a ellas como en sus viejos tiempos.

Pero más allá de la erótica individual, hay algo que se ha instalado en el imaginario colectivo: un tránsito de una moral sexual represiva a una libertaria. Y es la equivalencia entre sexo y salud. No solo salud física, sino que también mental. Y hay que entender con esto que hoy salud mental es un eufemismo de tener un narcisismo en forma. Y así el sexo, lejos de ser un tabú, es un imperativo. Hay que tener sexo, si no se está enfermo. Enfermo de algo que puede tener distintos nombres, pero se está en un problema.

Por eso, cuando llega este momento en las parejas en que quizás las energías están puestas en otras cosas que el sexo, como los hijos, trabajar, crear, o lo que sea, empiezan a vivir esto como una emergencia sanitaria. Aunque haya amor, se asume que hay, ¿adivinen qué?: un problema de comunicación. Entonces vámonos diciendo cosas hirientes, o comprando tecnología sexual (de esas que, si no hay deseo, matan cualquier espontaneidad para que aparezca el mismo). Comprar juguetes sexuales, o preparar la escena del encuentro como sugiere el doctor, o irse a esos viajes donde se está obligado a tener sexo, si no todo habrá sido en vano… El deseo nada tiene que ver con esas supercherías.

A esas señoras ya desinteresadas en lo sexual, pero que aún logran compartir una carcajada con el señor que tienen al lado, hoy se les dice que tienen una disfunción. Cada vez que esa mujer toma una revista femenina y se compara con los estándares de la mujer nueva, libre, multiorgásmica, ojalá con al menos alguna experiencia de un squirt, se siente frígida y culpable. Por su parte, ese adulto mayor que va sagradamente al consultorio en busca de su pastilla para la hipertensión, para el corazón y la diabetes, hoy además debe volver con la píldora azul… Un agote.

El problema es que —como dice Jean Allouch— el secreto mejor guardado del sexo es que a nadie le gusta tanto. Al menos, no por tanto tiempo. Pero hoy eso está prohibido, la norma es “tirar, tirar, que el mundo se va a acabar”. Lo curioso es que, a pesar de tanta tecnología de punta en lo relativo al sexo, la gente se queja. El deseo se va. Se va justo hacia ahí donde no se ama, y se ama donde no se desea… Este no es el único secreto sobre el sexo. Hay al menos dos más de los que me he enterado.

PERVERSOS Y PENETRADOS

Secreto Nº 2: la perversión es aburrida. Se trata siempre de lo mismo. En general, los sujetos llamados neuróticos sueñan con la perversión, o al menos pasar una noche con un perverso. ¿Qué es un neurótico? Voy a definirlo de un modo parcial y caprichoso: es la manera de habitar el mundo estando medio fracturado subjetivamente, porque se requiere del reconocimiento de los otros —que nunca es suficiente— para armarse. Por eso en general van a terapia a comprar esa aberración llamada autoestima, que no es más que el nombre de una inflación del ego. Porque no andemos con cosas, cuando se busca autoestima no es para quererse como uno es, medio a medias, sino para encontrar ese ser espectacular que debería estar dentro de uno pero que no ha dado a luz, generalmente por culpa de otros.

Bueno, me desvié, iba a que los neuróticos —que ya se habrán dado cuenta, son el sujeto de la norma, o el que la cultura llamaría normal— quedan encandilados con esos otros seres llamados perversos. Sujetos que justamente padecen de mucha autoestima, y de falta de conciencia de esa fractura subjetiva, esa que nos hace ser a medias, pero que nos otorga límites. Son los que tienen la enfermedad de creer que sí saben cómo son las cosas, de la ultra seguridad en sí mismos. Por eso seducen tanto.

Como sea, cualquiera que haya incursionado en la sexualidad con un perverso, se dará cuenta de que la performance dura cinco minutos. Por ejemplo, es lo que ocurre con el libro de moda, del llamado porno para mamis del siglo XXI, 50 sombras de Grey. Su éxito ha durado más de cinco minutos, por cierto, porque así funcionan las modas. Pero si le preguntan a las fanáticas, encontrarán algo que se repite en su discurso: el segundo libro les parece un bodrio. Decir que este libro ha cautivado a tantas por proponer una erótica transgresora, es un error. Es un libro de amor. Con la misma estructura que cualquier culebrón ochentero: mujer inferior que enamora al patrón. De ahí que las lectoras del libro afirmen que el segundo volumen es aburrido: las palmaditas en el culo se vuelven repetitivas, y aparece un Sr. Grey ya enamorado, que no tiene nada más que ofrecerles a las lectoras, quienes se van aburriendo al igual que la protagonista.

Secreto Nº 3. Este sí que es una sombra para cualquier Sr. Grey. Hágale la oferta a cualquier macho —que no tema ser sorprendido, y que sienta garantizada la clandestinidad— “hazme lo que quieras”, y es muy probable que este pedirá ser penetrado. Una fantasía primordial de los seres humanos es la de ser sometidos. Y que en las mujeres está menos reprimida que en los hombres. Cuestión que genera más de un problema para el feminismo, y a su vez, para el macho patriarca.

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