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Opinión

29 de Noviembre de 2015

Columna: Diálogo entre Dios y el Demonio

La autoridad intergaláctica central ha resuelto desclasificar los diálogos mantenidos por Jehová y Satanás durante el período que va desde el inicio de la era capitalista industrial hasta fines del siglo XX, fecha en la que se habría producido, por razones que se desconocen, un distanciamiento entre ambos, que muchos lamentan pues no obstante sus diferencias habían llegado a ser buenos amigos, al parecer necesitados uno del otro en su soledad de solterones. Aquí publicamos un diálogo que tuvo lugar el 14 de noviembre de 1995.

Jorge Mera Figueroa
Jorge Mera Figueroa
Por

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Satanás: Te confieso que ha habido momentos, pocos en todo caso, que me han provocado inquietud, momentos en que el bien tuvo alguna probabilidad de imponerse. Uno fue la aparición de San Francisco de Asís (¿de dónde lo sacaste?), pero su doctrina de la pobreza y la alegría evangélicas fue derrotada, como recordarás, por lo visto para siempre, dentro de tu Iglesia: tu gloria requería de ostentación, de fasto, de pompa, no se avenía con la vida sencilla. Otro momento que me preocupó, varios siglos después, fue la irrupción de las ideas socialistas en el siglo XIX, porque la desaparición de la explotación y la consiguiente mayor igualdad entre los humanos habría dejado escaso o ningún caldo de cultivo para el mal. Afortunadamente, pude meter con éxito mi cola, y ya ves cómo terminaron los socialismos reales: con el descrédito total de la idea misma de socialismo.

Jehová: Has omitido el progreso de los derechos humanos desde la segunda mitad del siglo XX. ¿Cómo recibiste el golpe? Acepta que te metí un golazo de media cancha.

Satanás: Bueno, si quieres rebajar la calidad del debate… Los derechos humanos, deja que me ría. Los tratados los proclaman, es cierto, así las élites se presentan con una cara más justa y bondadosa, limitando aparentemente su poder. Pero sabes que se siguen violando a gran escala, como siempre, y sabrás también que el capitalismo industrial (bendito sea, que nunca termine, hazme ese favor), perfeccionado por la sociedad de mercado y de consumo, no constituye precisamente el clima más propicio para tomar esos derechos en serio. Solo lo hacen ciertas minorías de marginales bienintencionados, a los que se permite actuar porque no obtendrán sus propósitos. ¿O tú crees que la solidaridad y la buena fe tienen alguna chance ante el individualismo avasallador, la codicia, la vanidad, el ansia de poder y de éxito que practican cada vez más humanos? No quiero parecer fanfarrón, no sé si atribuirme la expansión de la clase media arribista, partidaria de llegar a ser como la élite y por lo mismo tan funcional a mis intereses… Como puedes ver, tango razones para estar tranquilo.

Jehová: Tu cinismo no deja de sorprenderme y, también, de divertirme, es grato conversar contigo de vez en cuando.
Pero tienes razón… hasta el momento. Parece que te ha ido mejor que a mí. Tengo la esperanza de que las cosas cambien, por eso he ido aplazando el Juicio Final. Pero si no cambian, tendré consuelo: en el cielo estaré rodeado de mis selectos adoradores, seguro de su lealtad. Otro consuelo del que siempre he disfrutado, y que tú nunca conocerás, es el prestigio del que gozo, la adoración que se me profesa (hay excepciones que confirman la regla, los ateos, pero convendrás en que tienen mala prensa). En cambio tú, te lo digo en buena, provocas vergüenza. Cuando alguien cede a tus tentaciones, lo atribuye a sus peores debilidades. Son pocos, poquísimos, los que se vanaglorian del mal que causan, y muchos lo hacen como provocación… ¡Qué pena tu éxito, que no sea apreciado más que por ti!

Satanás: Lo que importa es el resultado, el mal en el que me complazco, no que después de hacerlo los timoratos que tú has creado se arrepientan para volver a incurrir una y otra vez en los mismos pecados que los conducirán a mi reino. Por lo demás, les gusta el mal, aunque no lo reconozcan; el bien les parece aburrido, muy poco adrenalínico. Algunos aspiran al bien sinceramente, son los menos, a la mayoría les es indiferente o bien consideran que no pueden lograrlo, así que no se esfuerzan, no pierden el tiempo, se dedican a su felicidad tal como la conciben. Creo que en algo coincidimos: tenemos mala opinión de los hombres, por distintas razones. Qué error garrafal cometiste con ellos, dotándolos además de libre albedrío, confiando en que no iban a entrar al casino, y que si lo hacían, no jugarían, admirándose con la decoración del lugar. O que no desearían a la mujer del prójimo… no te imaginaste a la primera de cambio intentarían follársela.

Jehová: Pensé que el sentimiento de culpa bastaría para disuadirlos…

Satanás: ¡Qué ingenuidad! Te jactas de que te adoran, de tu prestigio. Patético, como los tiranos que organizan torneos de lo que sea y se emocionan con el primer premio que les otorga un jurado compuesto por sus súbditos. ¿Quiénes te adoran? Tus creaturas, a las que amenazas con el fuego eterno si no lo hacen; tus creaturas, a las que diste una inteligencia limitada para que no puedan responder las grandes preguntas y tengan que recurrir a ti. No quiero deprimirte, en el fondo me caes bien, pero ¿no has pensado que quizás no existes, y eres solo una fantasía de los pobres humanos? Por otra parte, no tiene mucho mérito gozar de prestigio en nuestro pequeño y desacreditado barrio. Lo tendría más en las grandes ligas intergalácticas a las que nunca has podido integrarte, porque te miran en menos, como un Dios menor, que más parece narcisista y vengativo, hecho a imagen y semejanza de tus impresentables hijos, que para colmo, te has arrepentido de haber creado, ¿te acuerdas?

*Abogado, profesor de Derecho Penal.

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