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Cultura

10 de Diciembre de 2015

Piglia por Piglia: Diarios de un narrador

La literatura siempre ha tenido un potencial pedagógico. Esto se hace manifiesto cuando la sociedad, el mundo más bien, entra en algunas de sus muchas crisis. La mejor literatura no muestra cómo comportarse, los libros no son manuales de urbanismo, aunque de vez en cuando ilustran con tanta elocuencia los modales de una época que […]

Tal Pinto
Tal Pinto
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Piglia-sobre-Piglia

La literatura siempre ha tenido un potencial pedagógico. Esto se hace manifiesto cuando la sociedad, el mundo más bien, entra en algunas de sus muchas crisis.

La mejor literatura no muestra cómo comportarse, los libros no son manuales de urbanismo, aunque de vez en cuando ilustran con tanta elocuencia los modales de una época que sus lectores más viscerales acaban por adoptarlos. No: la mejor literatura cumple cuando menos dos funciones. Uno: da las claves para ordenar la siempre discontinua y volátil experiencia. Dicho de otro modo, la literatura, y en particular la narrativa, ofrece modelos para interpretar la realidad, teorías. Dos: la mejor literatura enseña siempre a leer mejor, es decir, a hacer asociaciones (las malas asociaciones son, a la larga, malas ideas).

Los mejores escritores son buenos profesores, no así a la inversa.

El narrador, y profesor, Ricardo Piglia ocupa un lugar excepcional dentro del nuevo canon de la literatura latinoamericana (y por nuevo, desde luego, quiero decir espectral: cada decisión tomada, cada muesca tallada en las paredes del tiempo, naturalmente excluye, y detrás de cada lectura que enfrenta un libro con otro está el gusto, un animal difícil de domar). La publicación del primer volumen de sus diarios, más bien de su alter ego, su máscara, Emilio Renzi, es una ocasión indudablemente feliz, más aún si se toman en cuenta las entradas del diario que Piglia desperdigó en la prensa los últimos cinco o seis años. Sin ir más lejos, esta misma revista tuvo la fortuna de publicar entre abril de 2010 y mayo de 2011 pedazos del diario, que hoy pueden leerse como un súper adelanto, pues corresponden a una etapa diferente en la vida de su autor y no están comprendidos en este libro.

“Años de formación” registra una década en la vida de Renzi, entre 1957 y 1967. Comienza cuando Renzi tiene dieciséis y termina con la publicación de su primer libro de cuentos, “La invasión” (muy celebrado, merecedor de premios). “Años de formación” es un subtítulo engañoso: a los dieciséis años Piglia ya tiene clara su vocación literaria. A esa edad ya ha leído mucho: Salinger, Camus, Sartre, Faulkner, Borges, Hemingway, Lowry, Joyce, Hudson… la lista es larga. Afinidad con la literatura anglosajona (más tarde, vigilará su escritorio una foto de Faulkner). La lectura se imbrica con las aventuras amorosas; todo parece que parte de ese primer impulso en la vida de los hombres de gran voluntad: conquistar. “Había descubierto la literatura no por el libro sino por esa forma afiebrada de leerlo ávidamente con la intención de decir algo a alguien sobre lo que había leído: pero ¿qué?… Eterna cuestión”. Leer para seducir.

Las peleas con su padre, médico peronista que quiere que su hijo sea médico y peronista, le dejan claro que debe abandonar la casa familiar; luego, descubre que escribe y escribirá todos sus libros contra él (“Dejar de lado su apellido sería la prueba más elocuente de mi distancia y mi rencor”). De la madre no sólo obtiene el apellido, sino también los indicios de la que la será una de sus preocupaciones más intensas: la construcción de un lenguaje privado. Son los años de formación de un lector.

Renzi se marcha de Mar del Plata, de su casa, para estudiar Historia en la Universidad de La Plata (sólo en Argentina uno puede moverse del mar al mineral). Allí amplía sus lecturas, conoce a más mujeres, vive solo. Empieza a escribir sus cuentos. Incursiona en política. No es elegido delegado de su curso por negarse a votarse a sí mismo. Distancia absoluta del peronismo, distancia del proyecto soviético. Cuba encarna, como para muchos otros escritores de esa generación, una posibilidad de vida distinta en lo económico y lo cultural. Más adelante, encabeza una revista (“Literatura y sociedad”). Está seguro de que su manera de escribir es singular: escribe guardándose de no repetir a Borges. “Cortázar”, dice, “cuando deja de ser Borges es naturalista”.
Los hechos de mi resumen no dicen lo esencial, no reflejan el gesto de Piglia por torcer y modificar el género del diario personal. Editado hasta el hartazgo (Renzi no es un oráculo, Piglia lo sabe), intercalado por relatos que ya han aparecido en otros de sus libros, el diario se lee como una novela cuyo narrador, Renzi, es el vehículo que Piglia emplea, como suele hacerlo, para incorporar elementos biográficos en sus ficciones. Los diarios deben leerse en el mismo nivel de sus cuentos y novelas. Así, antes que diario personal (que a medias lo es), “Años de formación” es el diario de un narrador. Más precisamente, es el diario del narrador de las novelas y muchos de los cuentos de Piglia. Leerlo así permite entender la edición, los textos intercalados, la tercera persona que se aparece con frecuencia en las páginas del diario.

Pero, ¿qué narra Renzi que no pueda contar Piglia? Quizás novelar la biografía (es decir, tomar distancia) sea la única manera de acercarse a los hechos vitales: “ver la literatura desde la vida es considerarla un mundo cerrado y sin aire; ver la vida desde la literatura permite percibir el caos de la experiencia y la carencia de una forma y de un sentido que permita soportar la vida”. La vida, parece decir Piglia, se vive en primera persona, pero debe contarse en la tercera. Este juicio no es del todo cierto, pero vaya que le funciona a Piglia.

Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación.
Ricardo Piglia
Anagrama, 2015, 358 páginas

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