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Nacional

24 de Diciembre de 2015

Historia: La navidad del juguetero

Contrario a la clásica idea del juguetero, Juan Antonio Santis (51) odia las fiestas navideñas y lo que ellas implican: competencia, consumismo y locura por las compras. Este coleccionista de juguetes antiguos chilenos, defiende los viejos juguetes de madera, hojalata y plomo. “Que se acaben todas las porquerías tecnológicas”, dice.

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Me carga la Navidad porque de partida no soy cristiano, soy un ateo acérrimo, y ni los cristianos sienten la navidad como un hito de la cristiandad. La gente solo piensa en comprar y en consumir. Todo se transforma en competencia. Porque una cosa es comprarse algo y otra es hacerlo por apariencia. Entregar un regalo sencillo y que la gente piense que uno lo hace porque no tiene plata, es algo que me parece asqueroso. Años atrás encontré la felicidad al marginarme de esta festividad. Igual ceno con mis niños y les entrego sus regalos, pero me alejé completamente del tema comercial, aunque todavía regalo juguetes porque me gusta hacerlo.

Antiguamente los juguetes llegaban para el cumpleaños -uno o dos como mucho- y otro para navidad. Los niños de ahora, en cambio, reciben cerros de juguetes en su cumpleaños, en la navidad y durante el año, dependiendo de cuántas pataletas haya tenido. En el fondo se perdió la afectividad. Lo que importa ahora es consumir, consumir y consumir. Tanto así que hoy los juguetes están hechos de tal forma que tienen que romperse, siendo que antes existían juguetes y fábricas cuyo eslogan y principio industrial era su tiempo de duración. La apuesta ahora es al revés; que se rompa luego para que te compren el siguiente. Es espantoso como nos estrujan.

Los juguetes de ahora, además, son totalmente distintos. No hubo una evolución en ellos sino un descalabro. El juguete de ahora es otra cosa totalmente distinta: perdió el ser físico. Lo único físico que perduró es el medio, a través de los controles de una Play Station o una Tablet, que te transportan a una imagen virtual. Entonces vas perdiendo la posibilidad de tocar las cosas. El juguete físico de hoy está relacionado con un respaldo publicitario, que en muchos casos va acompañado de una película o de una serie. Es una fama efímera que dura máximo un año, porque después viene la otra película. Los periodos de deseo del juguete son tan cortos que a la semana anda tirado y el niño comienza a pedir otro. El problema no es la plata para reemplazar el juguete sino la formación emocional del niño. En el fondo se le quita la posibilidad de amar un juguete, un osito o un auto. El niño de ahora quiere lo que sale en la tele, no lo que es estéticamente más atractivo.

Mi visión en éste ámbito es media retrógrada y eso ha sido interesante porque lo he contrastado con mis propios hijos, generando un campo de experimentación para ir viendo los aspectos sociológicos del mundo del juguete. Como yo sabía que todos los familiares les iban a regalar todos los cachureos tecnológicos, y otros como las Barbies y todas esas tonteras, a mi hija le regalé un camión de madera y le enseñé que el juego era atropellar a la Barbie. Ella lo pasaba muy bien. Además, le empecé a hacer juguetes de madera, lo que fue muy entretenido también como experimento. Una vez le regalé un perro de madera, un perro rojo salchicha, para pasearlo. Ahí se produjo, sin quererlo, un experimento social porque a los pocos días la llevé a un Mall, cuando vine a pagar unas cuentas, y ella trajo su perrito. Todos los otros niños andaban con sus padres con aparatos electrónicos raros, autos con baterías y todos jactándose. La miraban con cara de pena, así como “pobrecita, le regalaron un juguete de palo”. Eso me decían sus caras. Todo esto debido a circunstancias culturales, debido a que la cultura hoy en día en Chile es deplorable y una de las peores del mundo. La ignorancia es generalizada y la educación es un asco. Y cara, además.

Hasta el día de hoy les fabrico juguetes y figuritas a mis hijos, pero pese a empaparse con esto del juguete antiguo, igual tienen todas esas porquerías de los tablets. Es espantoso, pero inevitable de cierta manera, porque también es entrenamiento para la vida real. En ese sentido, el juguete de siempre, o sea el juguete histórico, tiene una doble función: entretenerse y educar, en el sentido de interiorizarte en la vida real. Los juguetes antiguos, como esos buses y micros de hojalata, son un buen reflejo de la sociedad, porque son la vida real en miniatura. Un bus se puede fabricar en todo el mundo, pero si tú observas bien una micro de juguete chilena, los personajes que tú ves, asomándose por la ventanilla, son personajes auténticamente chilenos. Uno ve a tres borrachos, unas señoras gordas retando al marido, un niño sacando la cabeza por la ventana y la mamá retándolo, hasta hay un caballero mirándole las pechugas a una niña. Ahora, en cambio, te venden al Capitán América, que es el mono que más detesto, un personaje sin identidad que nos mete a la fuerza Estados Unidos. Por eso el niño chileno te tira por la cabeza si le regalas un juguete de origen chileno, un huaso o una muñeca mapuche.

Antiguamente los juguetes no creaban un estereotipo físico como hoy, donde existe una fuerte imposición de roles, o sea, si no eres de determinada forma, eres prácticamente una porquería. Los juguetes ahora son mucho más agresivos. Te imponen que no puedes ser gordo o vestir con ropa que no sea de marca. Además de eso, no puedes ser chileno. Porque tener algo chileno es ahora ordinario. Antes el juguete era para compartir en las calles con otros niños. El 25 de diciembre salías a jugar con tu juguete, no a jactarte de él. Salíamos a generar juegos colectivos, donde cada uno aportaba con su juguete. Obviamente también había espacio para el juego íntimo muy apegado al desarrollo de la imaginación. Tú ahora le pasas a un niño un soldadito, con otro distinto, y no le funciona el juego porque han sido viciados de hiperrealismo. Antes, en cambio, los soldados distintos funcionaban, al igual que una rana y un caballo. Todo funcionaba y generaba mundos fantásticos, mundos que el niño ha sido privado de vivirlos porque solo le otorgan juguetes estereotipados. El niño de ahora está en la casa, ojalá no salga ni se caiga.

Yo, obviamente, estoy por el retorno del juguete viejo, que se acaben todas las porquerías tecnológicas. Tampoco se trata de ser cerrado o dogmático, que todo está mal, pero en la dosificación está el problema. Yo no tengo problema de que mis niños jueguen con el tablet o el Wii, siempre que sean capaces de disfrutar la lectura y que se interesen por otras cosas. Eso se enseña en casa, finalmente. Por ejemplo, Bachelet se disculpa de todo, pero si su hijo es ladrón es porque en la casa partió mal la cosa. Gran parte de las responsabilidades es de los padres. Si bien mis niños tienen toda esta tecnología, que es inevitable y que les va a servir, es importante que sepan que hay otro mundo también. Por eso es muy importante llevarlos a exposiciones a ver arte.

Patología de coleccionista

El primer juguete que tuve fue un tanque de hojalata litografiado de la marca “Ramón Vásquez” de Valparaíso, fabricado alrededor del año 1942. Es uno de mis juguetes favoritos, aunque todos lo son en su momento. Por ejemplo, si voy al Persa este sábado y encuentro un juguete, ese va a ser mi favorito por un rato largo, incluso a nivel patológico. Si está sucio lo traigo al taller y lo limpio con delicadeza. Después me lo llevo a mi casa y no lo suelto por un buen tiempo. No llego y lo guardo en la caja, sino que lo disfruto un rato. Almuerzo con el juguete al lado, después lo pongo en el velador para que sea lo primero que vea al otro día en la mañana.

La intervención que hago en la pieza de colección es mínima. Yo no soy como esos programas del History Channel sobre “Restauradores”, que para mí son unos asesinos. Aunque todo depende del criterio. Según el criterio gringo eso está bien, porque ellos son consumistas desde el nacimiento. No soportan una pieza que siga viéndose vieja. Ellos quieren que el producto de cien o doscientos años esté como nuevo, como si estuviera fabricado ayer. Eso depende de la idiosincrasia. Yo soy de la escuela de no mejorar la pieza, sino mantener la originalidad lo máximo posible e intervenir solo el defecto, ya sea una trizadura o algo que le falte, pero que sea reversible. Por ejemplo, si a una micro de juguete le faltara una rueda, y yo encuentro que se ve fea cada vez que la miro, le puedo hacer una rueda similar, pero que se pueda sacar. Hasta ahí podría intervenir. No me molesta el óxido o lo roto, porque también habla de su historia.
Hay un grado patológico en lo que hago que no desconozco. Sin esa dosis no haría esta colección, porque no me reporta utilidades dedicarme a esto. Muchos me preguntan qué gano haciendo esto, y a mí me extraña la pregunta. Yo no ando detrás de ganar algo, más bien pierdo y gasto más. A veces refinancio la colección con esto de vender cosas, pero no alcanza para cubrir todo. Yo sé que estoy haciendo algo para el país. Un tema que voy a dejar como legado, un atisbo de arqueología industrial que nadie ha hecho y ojalá pueda dejarlo al Estado, siempre y cuando se garantice la protección y la exhibición de los juguetes.

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