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Opinión

8 de Enero de 2016

Colusiones y poder de clase: la racional irracionalidad del neoliberalismo en Chile

Las colusiones que hoy vemos no se detendrán, puesto que son intrínsecas al modelo económico-político del país. Se trata de una determinada racionalidad, un modus operandi, mediante el cual los agentes económicos dominantes actúan. Ciertamente esta racionalidad es profundamente irracional y es por ello que deviene cada vez más en escándalo. De hecho, hoy es más imaginable que el modelo se “derrumbe” por su propia colusión y desprestigio que vía protesta social y cambios estructurales.

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*Por Simón Ramírez

Esta semana nos madrugamos con un nuevo caso de colusión en nuestro país. Probablemente, la coordinación de cuatro cadenas de supermercados para subir el precio de la carne de pollo -cuyos principales productores también se coludieron- será presentada como un nuevo caso puntual. Sin embargo, es necesario establecer una linealidad entre los casos ya vistos (farmacias, papel confort, etc.) y los que sabemos que vendrán (es cosa de pensar en la mayoría de bienes de uso común y con pocos proveedores, o sea, casi todos los que por ejemplo se encuentran al interior de un supermercado).

Dentro de esta misma línea de la retórica del caso puntual saltarán a la palestra los paladines del libre mercado apuntando con el dedo a todos estos sujetos de las “malas prácticas”, imputando así a la responsabilidad individual y la avaricia el derrotero al que hemos llegado. Así, el –radical- libre mercado de nuestro país se mantendría en algún lugar prístino desde el que custodia el mecanismo más racional para el ordenamiento de nuestra sociedad completa y la asignación de sus recursos. ¿Dónde está ese lugar utópico de libre mercado sin colusión o, al menos, cuál podría ser algún ejemplo en nuestra sociedad de aquello? Nadie lo sabe.

Lo que no se dice, sin embargo, es que lo que vemos aquí es el funcionamiento lógico de una determinada arquitectura societal, cuyo “núcleo racional” es la total irracionalidad que vemos en el funcionamiento de los mercados. David Harvey plantea acertadamente que el movimiento mediante el cual se comienza a instalar el neoliberalismo en las distintas latitudes del globo es un movimiento que busca restituir un determinado poder de clase. Chile es uno de los países donde esto se hace más evidente: como hasta los organismos internacionales custodios del neoliberalismo lo plantean, nuestro país fue el más radical. La historia es conocida: tras el avance de los sectores populares – con el permiso del Diputado Hasbún- durante el gobierno de Allende, la lluvia de misiles sobre La Moneda tuvo un solo objetivo: la restitución de las posiciones tradicionales a las que los sectores dominantes estaban acostumbrados. Así, tras la victoria de los Chicago Boys y la instalación del neoliberalismo en Chile, no sólo los antiguos sectores dominantes volvieron a su lugar, sino que la dictadura aportó al robustecimiento de este sector repartiendo a diestra y siniestra los bienes públicos que antaño fueron históricas conquistas sociales. Primer punto entonces: restauración del poder de clase.

Este nuevo modelo de acumulación se levantó en base a un concepto principal: la depredación. El mismo Harvey lo llamará un modelo de acumulación por desposesión. Esto, como dice su nombre, porque efectivamente centra sus nichos principales de acumulación desposeyendo a los sectores dominados, lo que se ve claramente en nuestro país cuando vemos cuáles han sido los principales sectores (no) productivos a los que estos grupos se han abocado (economía financiera en general, retail, salud, pensiones, educación, etc.). Pero, además, con esta idea el geógrafo inglés hace referencia a que vivimos hoy lo que el viejo Marx llamó acumulación originaria, la apertura de espacios de acumulación a partir del robo y la depredación, pero que en su aparición moderna adquieren la forma, principalmente, de la privatización. Segundo punto entonces: estos escándalos de colusión que estallan cada cierto tiempo no obedecen a la avaricia individual, sino que a un modelo económico que es en sus bases estrictamente rentista y depredador, que en su mismo modo de acumulación fortalece el poder de clase y lo distancia de los sectores subalternos. Esto tiene que ver con el tercer punto.

La restauración del poder de clase, o el movimiento de instalación del neoliberalismo en el país, tiene su correlato institucional. Esto es lo que hemos llamado en otro lugar los “blindajes del modelo”. Con esto se quiere indicar que el desarrollo e instalación del neoliberalismo en el país llevó aparejada la construcción de una determinada arquitectura institucional y una gubernamentalidad orientada principalmente a producir un proceso de enajenación y apropiación de la agencia política del pueblo. Se trata de un conjunto de blindajes que van más allá de los nombrados “blindajes constitucionales” (quórums contramayoritarios, Tribunal Constitucional, etc.) y que extendiéndose a una gran diversidad de esferas de la vida (código laboral, sistema de salud, educación, pensiones, Ley de Municipalidades, por nombrar algunas) aportan a aquel fin.

De este modo, estos blindajes institucionales al mismo tiempo que actúan como garantía de la reproducción del modelo económico y de su irreformabilidad, garantizan la estabilidad de la élite económica del país en tanto que clase dominante, desplazando a los sectores populares de cualquier tipo de decisión sobre la mayoría de los ámbitos de su vida. Así, el manto de impunidad que genera estar en la cima de la pirámide junto con la racionalidad irracional del modelo de acumulación que hoy tenemos da como resultado que el modo de operar de estos sectores se vea reducido a una sola máxima: todo es cancha. El financiamiento empresarial a la política, por tanto, no tiene nada de sorpresivo, sino que es un herramienta más mediante la cual el poder económico mantiene subordinado al poder político: es parte de la misma arquitectura.

Las colusiones que hoy vemos no se detendrán, puesto que son intrínsecas al modelo económico-político del país. Se trata de una determinada racionalidad, un modus operandi, mediante el cual los agentes económicos dominantes actúan. Ciertamente esta racionalidad es profundamente irracional y es por ello que deviene cada vez más en escándalo. De hecho, hoy es más imaginable que el modelo se “derrumbe” por su propia colusión y desprestigio que vía protesta social y cambios estructurales.

Ese escenario, sin embargo, no es favorable para quienes creemos que la superación del neoliberalismo en Chile es una tarea urgente y necesaria. En primer lugar, y por ello las comillas, porque este derrumbe no es tal, sino que muy por el contrario, es una coyuntura ideal, para que en base al “control de los excesos” y la retórica pirotécnica de supuestas reformas estructurales, la razón neoliberal y su correlato en lo económico y en lo político-institucional, salga fortalecida de este impasse. La solución real no puede venir sino desde afuera y desde abajo del bloque en el poder y ahí estamos al debe.

De este modo si bien parece importante plantear que este es un problema de clase que se encuentra arraigado en lo profundo del funcionamiento del modelo económico actual y la arquitectura política que lo acompaña, es importante también observar con ello las tareas urgentes con las que la realidad nos interpela. La construcción de una fuerza de izquierda transformadora, con base en los sectores populares, vocación de poder y mayorías y estructurada en ruptura radical con el modelo neoliberal, es una tarea urgente para que situaciones como esta no decanten en un fortalecimiento de los mismos de siempre, sino que en un avance real de los sectores populares del país.

*Simón Ramírez es sociólogo, egresado de Filosofía de la UC e investigador de Flacso Chile.

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