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Cultura

20 de Enero de 2016

El manifiesto Marksista

Hacia el final del primer tercio de “Indemne todos estos años”, Camilo Marks confiesa, con unas palabras y un sonido extraños al tono y las frases que caracterizaban hasta entonces el recuento de su vida, el peso que para él tiene la literatura. Dice: “Es en esos días tempranos [su infancia] donde yo buscaría la […]

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Hacia el final del primer tercio de “Indemne todos estos años”, Camilo Marks confiesa, con unas palabras y un sonido extraños al tono y las frases que caracterizaban hasta entonces el recuento de su vida, el peso que para él tiene la literatura. Dice: “Es en esos días tempranos [su infancia] donde yo buscaría la crisis, el momento en el que la vida dio una nueva inclinación en su viaje hacia la muerte”. Aunque grandilocuente, el sentido de la frase se vislumbra de inmediato: la literatura torció su destino. Los típicos excesos retóricos que caracterizan el estilo de Marks están condensados en esa frase. Y para cualquiera que haya seguido con algún interés su especial elocuencia, ninguno de sus medios para obtenerla causará mayor sorpresa. Después de todo, los perros viejos no aprenden trucos nuevos.

En los últimos años, sin embargo, Marks ha moderado su tendencia al exceso, digamos, expresivo; sus dos libros anteriores son prueba de ello. Las ráfagas de adjetivos, la marca de la casa, siguen presentes, pero cada vez son menos importantes en la construcción de su lengua; el uso de palabras que están fuera del léxico y que no contribuyen a la entonación de nuestro idioma (“morón”, “hesitación”, “irrefragable”) no desaparecen, ni tienen por qué hacerlo, y siguen ahí; las largas frases informativas también siguen ahí; las rabietas contra el mundo actual siguen ahí, la nostalgia sigue ahí. En su conjunto estas marcas de estilo señalan lo que muchos ya sabíamos: que la prosa de Camilo Marks es la de un energúmeno muy educado.

“Indemne todos estos años” usa la estructura probada de las memorias literarias: infancia, despertar literario, los amigos, los trabajos y los días. Marks se cuida mucho de no descorrer las cortinas de su intimidad. Da algunas razones, no muy convincentes, para hacerlo, y esto seguramente molestará a los vampiros de la privacidad. A mí, por el contrario, me parece perfecto. Poco importa saber si tal escritor se encamó con tal o cual actriz, si un dolor de muelas lo puso en problemas al momento de delinear ese u otro personaje. Las circunstancias externas tienen importancia, qué duda cabe, pero se las suele interpretar al rimo del tuntún del tontón que se topa con esos datos.

Las mejores páginas del libro son aquellas en las que Marks rememora su trabajo como abogado de derechos humanos, primero en el Comité Pro Paz y después de regresar apresuradamente de su exilio londinense, en la Vicaría de la Solidaridad. Se conjugan el jurista desbocado que interponía habeas corpus y tuteaba a los jueces con el convencido ¿militante?, y con qué razón, de que las ideas del Chile dictatorial, que ya sabemos en qué acabaron, borraban todo lo bueno del Chile de los sesenta y principios de los setenta. El trabajo que Marks y otros, muchos más, hicieron por los presos políticos y el retorno de la democracia, además de su tesón para no mudar de piel y ser uno más de la cáfila de conversos al neoliberalismo, presta a su voz una autoridad que, curiosamente, como intérprete de textos y lector nunca consigue obtener.

Hay varias anécdotas muy llamativas. Quizás la historia del tanquetazo y Proust (que no voy a arruinar) es la mejor del libro. Otra es la relación que estableció con Doris Lessing en Londres. La última, muy divertida, refiere a Buenos Aires, la ópera y Bioy, Borges y Silvina Ocampo.

Que el último apartado del libro sea innecesario, que los adjetivos vuelan en molesta bandada, que su elocuencia a veces parece dejar entrever que es más lo que se oculta que lo que se revela, no obstan del todo para que estas memorias, de las que su autor no salió indemne, porque nadie sale indemne de su vida, tengan el encanto natural de lo que escribe Marks, ese encanto dicharachero, gracioso y, sí, muchas veces ampuloso.


Indemne todos estos años
Camilo Marks
Lumen, 2015, 502 páginas
$16.000

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#crítica#libro#literatura

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