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Opinión

26 de Enero de 2016

Columna: Doña Lucía y las Reinas de Corazones

* El saqueo al Estado chileno perpetrado por la dictadura de Augusto Pinochet (o de Daniel López, si prefiere usar la identidad falsa creada especialmente para estos efectos), queda aún más en evidencia con la decisión del Consejo de Defensa del Estado, informada como primicia por The Clinic, de solicitar a la Corte de Apelaciones […]

Tito Flores
Tito Flores
Por
lucia hiriart

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El saqueo al Estado chileno perpetrado por la dictadura de Augusto Pinochet (o de Daniel López, si prefiere usar la identidad falsa creada especialmente para estos efectos), queda aún más en evidencia con la decisión del Consejo de Defensa del Estado, informada como primicia por The Clinic, de solicitar a la Corte de Apelaciones la reapertura del caso Riggs. Ello, a objeto de determinar el destino de las propiedades asignadas a la Fundación CEMA Chile, que habrían sido vendidas de modo irregular, con la finalidad de beneficiar con aquellos ingresos, a la presidenta del organismo, Lucía Hiriart, esposa del dictador, y a buena parte de su parentela.

La biografía no autorizada de esta ex “Primera Dama” escrita por Alejandra Matus, revela detalles interesantes de su personalidad, así como de la relación que mantenía con su cónyuge e hijos. A través de aquellas páginas aparece un personaje oscuro, distante, arribista y drástico con quienes caían en desgracia frente a su persona, fueran civiles o militares. Constituye en este sentido, una figura casi arquetípica, similar a la de la Reina de Corazones, que tan bien retratara Lewis Carrol, en su libro “Alicia en el País de las Maravillas”. Reina, según describe el propio autor, “llena de una furia ciega” frente a quienes osaran discrepar u ofenderla de alguna manera, y a quienes rápidamente y sin juicio alguno, ordenaba cortarles la cabeza.

Y como es arquetípico, lamentablemente esta figura abunda más de lo que quisiéramos. Salomé hizo algo similar, según relatan las escrituras cristianas, cuando ofendida su familia por Juan el Bautista, pidió la cabeza del profeta, como reparación ante tal agravio. La filipina Imelda Marcos, apodada la “Mariposa de Hierro”, además de coleccionar zapatos y otras extravagancias, ejerció como consejera y funcionaria de alto rango, durante los más de veinte años de dictadura de su esposo Ferdinand. Algo de Reina de Corazones tuvo también Margaret Thatcher, quien no trepidó en reprimir a los mineros, cuando estos mostraron su desacuerdo a la medida de cierre de los yacimientos carboníferos en el Reino Unido.

Y no es que se critique el ejercicio legítimo del poder por parte de las mujeres. Por el contrario. Ello es más que bienvenido en un mundo tan patriarcal como el nuestro. El problema aquí descrito, a partir del caso Hiriart, es que las Reinas de Corazones abusan del poder en beneficio propio. Ya sea lo hayan obtenido directamente, por delegación o por afinidad, se trata de seres que se obnubilan, pierden el sentido de realidad, y caen en una soberbia desmedida. Desprecian a quienes les rodean, especialmente si son sus subordinados, a quienes les exigen pleitesía. Obsecuentes con quienes son más poderosos que ellas – así le ocurría a doña Lucía frente a la Dama de Hierro británica- no dudan con castigar la divergencia frente a sus opiniones. Son víctimas, a no dudarlo, del temible “Síndrome Hubris”, la enfermedad del poder.

Y para que vean que en todos lados se cuecen habas, cuenta la microhistoria política chilena, que durante los noventa, una jefa superior de servicio del área vivienda, no permitía que ningún funcionario de rango menor subiera al ascensor cuando ella lo utilizaba. Sí, en plena democracia, una reinezuela absoluta, de pacotilla.

Hoy con pena, hemos de reconocer reinas de corazones por doquier. Las hay en familas presidenciales; en gerencias de empresas; en vicerrectorías universitarias; en altos cargos de fundaciones y hasta en las juntas de vecinos, donde la presidenta de la asociación niega las llaves de la multicancha o de la sede, simplemente para dejarle en claro a los vecinos, especialmente a los que no le caen en gracia, quien tiene el poder.

Necesitamos más liderazgos femeninos, sólidos e inclusivos como los de Rigoberta Menchú, Rosa Parks, Amanda Labarca o Evita. Más mujeres frente y detrás del poder. Más mujeres ejerciendo su autoridad en las luces, y desde la sombra. Pero, y aquí está la clave, no nos sirven los liderazgos autoritarios provengan de hombres o de mujeres. Las Reinas de Corazones como la Sra. Hiriart y tantas otras, compensan su falta de talento con ambición inescrupulosa y su ignorancia sobre casi todo, con el poder que tienen para imponer la razón de sus sinrazones a través del miedo al decapitamiento o al desempleo. Por eso es que doña Lucía, besuqueadora infantil de oficio, hincha del tejido y del macramé, y defensora intransigente de la familia –biparental y heterosexual- como núcleo esencial de la sociedad chilena, preguntaba públicamente en 1986, “por qué se queja tanto esa niña” -Carmen Gloria Quintana-, “si se había quemado tan poco”. Como ven, una Reina de Corazones, de manual.

(*) Tito Flores Cáceres es doctor en gobierno y administración pública. Académico universitario. En twiter: @rincondeflores

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