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Opinión

28 de Enero de 2016

Columna: Pelos veraniegos

Como buena veraneante, me he dedicado a ver televisión nacional con devoción sacra. Hoy lo primero que hice fue prender la tele semidormida y poner el matinal, mi placer culpable. En un comercial promocionan una crema depilatoria aparentemente milagrosa así que presto atención. Es el mismo cuento de siempre: la modelo en calzones blancos pasándose […]

Bernardita Danús
Bernardita Danús
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Como buena veraneante, me he dedicado a ver televisión nacional con devoción sacra. Hoy lo primero que hice fue prender la tele semidormida y poner el matinal, mi placer culpable. En un comercial promocionan una crema depilatoria aparentemente milagrosa así que presto atención. Es el mismo cuento de siempre: la modelo en calzones blancos pasándose una hojuela de mármol o no sé qué mierda por su pierna que, no está de más decirlo, ya estaba completamente depilada y reluciente. Después tira una sabanita culiá mágica encima de su pierna y la weá se desliza y ella está súper feliz porque la sabanita patinó hasta el suelo y qué más quiere uno en la vida. Al final se pone un vestido mamón blanco y aparece en una cita o lo que sea que haga. Me pregunto por qué chucha usa la crema depilatoria si claramente sus piernas de Victoria Secret nunca en la vida han visto un pelo. Pienso que sería mucho más satisfactorio ver un comercial tipo desengrasantes de cocina donde pasan una esponja por una superficie sucia y ¡bam!, el horno queda hermoso, la weona limpiando queda contentísima y después se caga al marido con una figura ficticia con músculos y gel en el pelo que aparece cada vez que limpia.

Comerciales así me recuerdan a mis amigas. Todas histéricas hipocondriacas tocándose sus piernas inmaculadamente lampiñas alegando que están peludas. “Mira, es que tócame. Qué asco, weona. Parezco mono, tengo que depilarme”. Toco la weá y es literalmente piel de delfín. Me da vergüenza decirles que toquen las mías porque me acabo de pasar la gillete y aun así mis piernas se sienten como una reja de alambre con lija. Las quemaría vivas a todas en esas situaciones.

No recuerdo un minuto de mi vida en que no haya tenido pelos. Incluso en las fotos de recién nacida salgo con el mostacho de niño púber de los ochenta. Me depilé por primera vez como en cuarto básico porque francamente mis pelos del ala me llegaban hasta el ombligo. Ya es parte asumida de mi vida la peludez extrema. Y filo, me acostumbré a mi guata lanuda digna del Negro Piñera, a que mi ala sea verde aunque no tenga ni medio pelo, a tener barba y a depilarme como tres veces al día porque el láser no me sirve. Soy una puta feminista cuma que se entregó al sistema antipelos. Ahora que es verano sufro. Más bien, desde que pololeo sufro pero en verano es doble infelicidad. Día y noche preocupada de no perder mi pelidignidad con un “short de zorra” saliendo del bikini o unas patillas crecidas a lo John Travolta versión grasosa y sudaca. Una pesadilla.

El colegio me trae buenos recuerdos respecto al tema porque el uniforme y los calcetines me permitían depilarme solo la rodilla y zafar dignamente. En la universidad jamás. Claro, todos los hombres van en traje de baño pierna peluda y sudadera ala peluda y nadie se lo cuestiona. Yo voy de pierna reluciente y siento que me merezco un diploma por lo bajo pero nadie se inmuta. Como si fuera muy rico ver el ala masculina llena de pelos gruesos transpirados con olor a pipí y jugo de enema. Weá asquerosa. Ya es hora de ponerse de acuerdo en el mundo: o todos andamos de bosque frondoso o todos como Barbie, pero esa weá de que uno sí y el otro no, es la desgracia de la humanidad.
El otro día, leyendo hate de la gente hacia mi blog, vi que alguien comentó en una foto mía en Facebook “mejor que escriba de sus brazos de hombre”. Naturalmente, aquí está lo que pediste. Orgullo eterno por mis brazos de hombre.

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