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Planeta

29 de Enero de 2016

La vida de un guarda-faunas en el Zoológico Metropolitano

Tienen una estrecha relación con los animales. Pasan día y noche con ellos. Si hay un terremoto son los primeros en llegar. Detrás de cada jaula encuentran apoyo y contención, que muchas veces no reciben de los humanos. Trabajan 28 días al mes y deben elegir si quieren tener libre Navidad o Año nuevo. Ellos son los guarda-faunas del zoológico metropolitano, considerados por muchos como el elemento clave para que este funcione.

Por

MONOS

A las 8.30 de la mañana los guarda-faunas Luis Erices, Claudio Martínez y William Bustos ya están limpiando el recinto de los elefantes Platea y Jumbo en el zoológico metropolitano. La primera actividad del día es el desayuno que comen ambos y que consta de frutas de la estación: una sandía y un melón por cabeza. Luego los elefantes comen cinco kilos un pellet (alimento), hecho exclusivamente para ellos, mientras son entrenados. Y para finalizar, varios kilos de zanahorias y lechugas. En total, consumen 60 kilos de comida al día.

En el parque hoy trabajan 14 guarda-faunas que están a cargo del cuidado de los más de mil animales que el zoológico metropolitano tiene repartidos en sus 4,5 hectáreas. El trabajo es duro: tienen una hora y media para dejar a las 158 especies alimentadas y con sus recintos limpios. Además deben estar atentos al estado de ánimo de los animales para detectar posibles enfermedades, que pueden descubrirse si los animales, por ejemplo, se encuentran en un lugar poco común en su jaula.

Trabajan doce horas diarias y su vida está en constante peligro, porque son ellos quienes alimentan a los animales más peligrosos del mundo como por ejemplo: el hipopótamo, el león, el tigre y los elefantes.

Aunque en el zoológico su trabajo es el más valorado porque gracias a ellos los veterinarios pueden hacer el suyo gracias a los entrenamientos diarios, su labor es anónima. Los guardafaunas se encargan de mantener en paz y orden a los animales. Y son quienes abren y cierran los recintos del zoológico todos los días.

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Luis Erices (61) sabe bien lo que significa ser un guarda-faunas. Aprendió su oficio con el tiempo, hace más de 17 años que se dedica a cuidar animales que – en ocasiones – lo doblan en altura. Luis fue el encargado de entrenar al elefante Jumbo para que los veterinarios pudieran curarle una herida que tenía en una de sus patas. Se demoró seis meses, pero lo logró. “Fueron tantos días que pasé junto a él, que se volvió mi regalón. Y la Platea va por las mismas”, cuenta Luis, quien también se encarga a diario de darles todas sus comidas, bañarlos y proporcionarles los remedios.

No es un trabajo común y estos catorce guarda-faunas concuerdan en ellos: Si bien todos trabajan por necesidad, dedicarse a este oficio requiere de un ingrediente extra y necesario de vocación y amor por los animales. Aunque muy pocos tienen el título de técnico veterinario, siempre asisten a capacitaciones y sus superiores se encargan de que participen en cursos o congresos especializados.

Los guarda-faunas cuentan que también han pagado algunos costos. Algunos admiten haber dejado a la familia de lado en ocasiones importantes como aniversarios matrimoniales y cumpleaños porque nadie puede reemplazarlos. Su compromiso con los animales que habitan el zoológico va mucho más allá de las horas legales de trabajo. Si uno de los animales está enfermo, se quedan con él hasta que presente alguna mejora. La Navidad pasada no fue la excepción: el camello no se levantó en todo el día. Esa noche cuatro guarda-faunas no llegaron a la cena navideña porque la artritis que aqueja al ejemplar empeoró, dejándolo inmóvil por varias horas. Por ahora, su futuro no es muy auspicioso.

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TIGRE

Los guarda-faunas reparten más de 500 kilos de carne entre las dos tigresas y el león. Todos los lunes deben darle el festín de aves y roedores muertos a las suricatas y a los monos los más de 20 kilos de frutas que comen a diario.

Se definen como los padres de los huéspedes del zoológico, porque son ellos quienes se encargan de su alimento, educación y por sobre todo, de entregarles cariño. “Muchos de ellos fueron mal tratados y llegaron aquí en un pésimo estado. Los guarda-faunas tienen la difícil misión de hacerles creer y confiar de nuevo en los humanos”, dice Andrea Caiozzi, jefa de manejos de bienestar animal.

Al trabajo diario del cuidado de las especies, se suman los visitantes, que la mayoría de las veces traen problemas. Caiozzi plantea que las personas que visitan el zoológico no toman una real conciencia de lo que es para los animales estar en cautiverio. “Nosotros nos esforzamos a diario por hacerlos sentir en su hábitat, los estimulamos constantemente, pero muchas veces la gente no entiende eso e irrumpe de manera agresiva en las peceras y recintos”, explica.

Aunque las puertas del zoológico de Santiago, que este año cumple 91 años, cierran a las 17 hrs, los catorce guarda-faunas siguen con sus labores hasta las 20.15 hrs. En ese rango de hora cada uno recorre su zona por última vez, asegurándose que cada animal esté en su recinto y en buenas condiciones. Se despiden de cada uno para después realizar un informe con todas las novedades del día. Agregan los remedios que algunos animales toman, las indicaciones de la clínica y las comidas que deben repartir a lo largo de la noche. Así, quienes toman el turno de noche, están al tanto de las noticias del día a día.

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FLAMENCOS

Con uniforme color crema camuflado, una linterna y sus respectivos woki-toki, Julio Gallardo y Eugenio Vargas se preparan para comenzar el turno de noche. Revisan los informes que sus compañeros dejaron y se organizan para comenzar la primera de las cinco rondas que deben hacer en la jornada.

El recorrido comienzan por la clínica porque una de la monas araña que está en tratamiento por estar bajo el peso normal le toca su pastilla a las 21:00 hrs. Revisan a las aves que están en curación y se van.

De abajo hacia arriba recorren las siete zonas en las que se divide el zoológico. Saludan a las cebras papás con su cría de apenas dos meses de vida. Les dan las buenas noches a los diez pingüinos y supervisan que el hipopótamo se haya comido todo, como es de costumbre, no dejó nada, por lo tanto, va todo normal.

Siguen su camino y cada vez se hace más necesaria la linterna. Así cuando llegan al aviario, iluminan la zona para revisar si los candados están bien puestos y para contar a las más de quince especies que habitan la gran jaula. A lo lejos se puede divisar cómo la calle Bellavista se va poblando de transeúntes que van a disfrutas de los bares y sus terrazas. La música y el ruido se pierden entre los sonidos vocales de las aves, que durante la noche, aumentan considerablemente.

Un paso obligado de la caminata es observar la piscina de la loba marina, quien le debe su nombre “Corneta” al mundial del 2010. “Como estaban de moda las “vuvucelas”, le quisimos hacer honor a nuestra selección. Así es que la chilenizamos y así quedó la lobita marina”, cuenta Eugenio.

Han pasado más de dos horas, son las 23:30 hrs, y recién llevan la mitad del zoológico recorrido. Instalados en el sector de los felinos se puede apreciar todo Santiago mientras Luna, la tigresa blanca los recibe de inmediato y se acerca para que le hablen y la acaricien detrás de la reja de protección. Muy cerca de puede sentir a los tres pumas reclamando su visita nocturna.

FLAMENCO
Lectura de foto: Eugenio Vargas alimenta a un flamenco de cuatro días de vida y le da un suplemento alimenticio.

El ambiente que se vive de noche en el zoológico es totalmente diferente a lo que es de día. Puede ser el relajo de estar solos entre sus pares o el amor que le entregan los guarda-faunas. Sea lo que sea, Julio dice estar enamorado de su trabajo. Cuenta que trabajar aquí y de noche es un privilegio, porque la tranquilidad que se logra encontrar hace que las barreras que existen entre ellos y los animales, desaparezcan. “Hay veces que ellos te entregan mucho más que un propio humano”, agrega.

Cuando ya han visitado todas los recintos y se han despedido de los animales, deben pasar a la sala de crianza y cuidado. Ahí están los más pequeños del recinto que por complicaciones en el parto o porque la mamá los rechazó deben permanecer en ese lugar hasta que se estabilicen. “Yo no soy papá, pero la pega que se hace aquí dudo que se aleje mucho de eso. Les damos mamaderas y los limpiamos. Dependen de uno, como un hijo”, confiesa Eugenio Vargas.

Pasadas las 01:00 AM recién finaliza la primera ronda, es la más larga porque es la que necesita más dedicación. Los guarda-faunas saben que están todos los monos en sus respectivas jaulas, que todas las aves están bien y que en el serpentario, cada especie está a la temperatura adecuada.

Para Eugenio y Julio las noches pasan rápido y ninguna es igual a la otra. Ya no les sorprende contemplar el amanecer de Santiago mientras toman desayuno con una vista privilegiada. Se cambian de ropa y se preparan para entregarle el turno a su compañero Luis, quien ahora debe entrenar al hipopótamo “Me-chi”.

hipo

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