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Nacional

9 de Febrero de 2016

Testimonio: Tomás tiene dos mamás

Claudia y Mariana están enamoradas hace una década. En 2014 ya habían formado su familia, pero deseaban tener un hijo que fuera de las dos. Buscaron en un banco de donantes extranjeros y se sometieron a un tratamiento de inseminación artificial. Después de un par de intentos y superar sus temores, dieron a luz a Tomás, una guagua que ya tiene cinco meses. Esta es su historia.

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recién nacido

Sentadas en una banca, frente al edificio donde viven en Santiago Centro, Claudia y Mariana se preparan para abrir un sobre con el resultado de un examen que mide la hormona Gonadotropina Coriónica Humana (GCH) presente en el embarazo. Son tantos sus nervios que no se atreven. Cuando se deciden, Claudia mira el examen y sonríe, hay muchos dígitos diferentes. Es un buena señal, en las ocasiones anteriores solo había ceros. Creo que sí, le dice emocionada a Mariana. Inseguras del resultado, llaman a la clínica y a su matrona. Claudia le describe los porcentajes, la matrona contesta: felicitaciones, van a ser madres. Entonces, se abrazan y lloran. Tomás, concebido con inseminación artificial, está en camino. Es diciembre de 2014, faltan pocos días para navidad.

Arriba, en el departamento, las esperan sus otros dos hijos, Catalina (21) y Franco (17). Ambos son del primer matrimonio de Claudia, pero desde que se separó de su marido y rehízo su vida con Mariana, los crían juntas. Cuando abren la puerta, los chicos, expectantes, preguntan por los resultados. Esta era la última vez que sus mamás intentaban darles un hermano menor.

El proceso para convertirse en madres, comenzó dos años atrás, en 2012. Ya llevaban siete años juntas y hace seis que vivían con Catalina y Franco. Pasaban por un buen momento en sus trabajos y los chicos ya estaban grandes. El reloj biológico corría: Cuando Claudia le propuso a Mariana que tuvieran un hijo juntas, ella tenía 39 y su pareja 36. Al principio, Mariana no estaba convencida, tenía miedo, pero decidieron que lo intentarían. Comenzaron a investigar, buscar alternativas y descubrieron que era factible, la opción era inseminarse.

“Nunca discutimos quién se embarazaría. Yo ya había aportado dos hijos a la familia, mi cuota ya estaba saldada. Le dije a Mariana, ahora te toca a ti, ella estuvo de acuerdo. Una de nuestras condiciones era que haríamos todo juntas. Iba a ser hijo de las dos. Por lo tanto, yo no quería quedar fuera del proceso, quería acompañarla en todo, estar en las ecografías, en el parto, todo. Por eso acordamos que en la clínica, no lo esconderíamos y nos presentaríamos como pareja”, recuerda Claudia sobre esos días cruciales en que tomaron la decisión.

Después de investigar en Internet, el 2012 llegaron a una Clínica en Vitacura, pero no tuvieron una buena experiencia. Las citaron a 10 sesiones psicológicas antes de aceptar tratarlas. “Fuimos a las primeras tres sesiones, pero nos dimos cuenta que no tenía futuro. No había avances, nos evaluaban y trataban distinto al resto porque éramos dos mujeres. En una de las sesiones, una persona de la clínica, nos explicó que éramos la primera pareja de lesbianas que atendían y nos pidió autorización para contar nuestro caso en la prensa. Se querían hacer publicidad. Ahí dijimos, no, chao con este lugar. No fuimos más”, relatan sobre su primera experiencia para tratar de ser madres.

Pasaron unos meses y Mariana encontró la Clínica de la Mujer en Viña del Mar, ahí la experiencia fue distinta. Las recibió el doctor Hugo Leiva, ginecólogo especialista en fertilidad. Mariana lo recuerda: “allá fue otro mundo, no éramos la primera pareja de mujeres que atendían, fue todo súper natural, todo el equipo nos acogió”. Claudia, complementa: “nos explicaron el proceso, las etapas y las alternativas que teníamos. Nos hicieron una sesión con el psicólogo y nos dijeron que estábamos ok. Lo único que nos plantearon es que era importante que el resto de la familia supiera del tratamiento. Pero no hicimos caso”. Aún era un tema del que no se atrevían a hablar con los suyos.

Desde la Clínica de La Mujer, donde todos los años, atienden a lesbianas, mujeres solteras y parejas con problemas para tener hijos, explican que la fertilización in vitro es una técnica de alta complejidad, pero “los resultados están entre 45 y 60%. Esto es muy bueno especialmente si se compara con las posibilidades de lograr un embarazo que tiene una pareja heterosexual sin problemas de fertilidad, que en un mes determinado no supera el 30%”. Un tratamiento de este tipo, que no es cubierto por Fonasa, tiene un costo que va desde los 3 a 5 millones de pesos.

El tabú familiar

Pese a que Claudia y Mariana estaban juntas hace casi una década, la familia de ambas no sabía que eran pareja o preferían no enfrentarlo. Al menos, no formalmente. Los domingo ellas iban a los almuerzos familiares, vivían con los niños. Pero sus hermanos y padres respectivos, acostumbrados a verlas juntas, no hacían preguntas, ellas tampoco aclaraban nada. El temor a que las rechazaran, se los impedía. Pero, si había un nuevo hijo, no podrían seguir ocultándolo mucho tiempo más, iban a tener que dar explicaciones.

Cuando se llevaron a Cata y Franco a vivir con ellas (tenían 15 y 11 años), demoraron un año en contarles que eran pareja. El único indicio claro es que compartían habitación, pero no besaban ni abrazaban frente a los niños. Hasta que un día, Claudia decidió hablar con Catalina y contarle. Aprovechó un fin de semana en que Mariana estaría afuera con su sobrino, y se armó de valor para hablar con su hija. Le explicó que no era fácil para ella, pero que tenían que conversar sobre Mariana.

-¿Me vas a decir que tú y la Mariana son parejas?- le preguntó con tono de afirmación.
Y siguió: Ay, mamá, relájate, si ya me di cuenta hace rato, no te preocupes, la Mariana me cae súper bien.

Catalina, actualmente, es estudiante de diseño en una universidad estatal. Trabaja los fines de semana, tiene un pequeño emprendimiento, es una chica tranquila y pololea con un compañero de trabajo hace un año. “Para mí nunca ha sido tema su relación ni tuve problemas con que estuvieran juntas. Con Mariana nos llevamos bien, me ayuda en mi trabajo, está totalmente integrada en la familia y no hay ningún problema porque que sea mujer ni mucho menos. Las dos me han apoyado en todo”, recalca, mientras deja en claro que para ella es completamente normal tener dos mamás y que no es la gran cosa.

“Es chistoso porque algunos podrían pensar que es complicado tener dos suegras, -agrega, entre risas, su pololo-, pero para nada. Ha sido súper entretenido y bonito, además, yo ya estaba acostumbrado a trabajar con gente gay”.

Catalina recuerda que cuando estaba en el colegio, sus mamás iban juntas a las reuniones de apoderados y que ambas la acompañaron a la gira de estudios. En el colegio nadie preguntaba mucho.

-Nunca me he sentido discriminada ni me han tratado mal. En general, la reacción de la gente, es quedarse pensando un rato, tratando de procesarlo, y luego, me dicen, ah, ya, ok. No lo oculto, pero tampoco lo ando ventilando. Nunca he recibido una mala cara de nadie,- dice la hija mayor de la familia.

Franco, su hermano, estudia en un colegio público de hombres, uno de los tradicionales. Sus profesores y compañeros saben que tiene dos mamás. No ha sufrido bullying. Con él la escena fue parecida. En una ida al supermercado, antes de bajarse del auto, sus mamás le explicaron que querían conversar algo importante con él.

“Nos dijo, muy normal, ¿ya, me van a contar que son pareja? Nosotras estábamos muy asustadas, no sabíamos cómo decírselos, pero los niños ya lo tenían incorporado. Sienten a la Mariana como otra mamá, porque ella se preocupa de sus cosas, es la que pone orden en la casa, los cuida, les compra los útiles y todas las cosas que necesitan. A Franco lo ha criado desde súper chico. La Cata dice que me quede tranquila, porque si me llegara a pasar algo, se quedarán a cargo de la Mariana”, cuenta Claudia, con confianza en los vínculos que unen a su familia.

Vamos a tener un hijo juntas

diversidad sexual

Con el primer tratamiento para concebir a su hijo en marcha, pese a la recomendación de sus doctores, aún no se atrevían a contárselos a los futuros abuelos y tíos de Tomás. Mientras, buscaron a un donante en Internet, en el banco estadounidenses Cryobank, con años de trayectoria en la materia. “Fue sorprendente y muy loco. La página muestra el perfil de los donantes con todos sus datos: peso, estatura, color de pelo, ojos, religión, nivel de estudios, a qué se dedican. Para que te hagas una idea de su aspecto físico, te ponen es parecido a y salen fotos de actores o famosos. Buscamos características parecidas a las nuestras, no queríamos un rubio de ojos azules, no tenía sentido. Estuvimos mirando como una semana hasta que seleccionamos tres opciones y elegimos al primero, un donante anónimo”, recuerdan.

Dos meses antes, Mariana preparó su cuerpo con inyecciones y medicamentos diarios para la fertilización in vitro. El tratamiento es así: una vez que los óvulos están listos, son retirados del cuerpo, se inyectan los espermios en el laboratorio, y se espera tres días para ver cuáles sobreviven. Luego, uno o dos óvulos fertilizados se introducen nuevamente en el útero. Aunque según el médico tratante Hugo Leiva, todo el procedimiento marchaba bien, no funcionó. “Ahí nos vino un bajón grande, estábamos muy ilusionadas. El tratamiento previo es invasivo y desgastante emocionalmente, fue doloroso”, dice Mariana. Además del alto costo económico que significó para su familia. Pagaron cerca de cinco millones de pesos.

Pese a que Claudia estaba convencida que debían seguir intentándolo, Mariana quiso tomarse un tiempo. Tenía miedo que otra vez fallara. Dejaron pasar el 2013 y el 2014 y lo intentaron nuevamente. Junto al doctor Leiva, barajaron otras opciones, como utilizar un óvulo donado, -que también podía ser de Claudia-, pero deseaban que genéticamente tuviera algo de Mariana.

A diferencia de la primera vez, decidieron hablar con sus familias y contarles en lo que estaban. Las reacciones fueron distintas. La mayoría de amor y comprensión, pero también de rechazo. Al hermano menor de Claudia no le gustan los homosexuales, cuando le contó de su relación con Mariana y que deseaban ser madres, él le contestó que la amaba, pero no podía entenderlo ni aceptarlo. “Me dijo, hagamos como que no dijiste nada, no volvamos a tocar el tema y sigamos adelante”.

En el caso de Mariana, -lesbiana desde los 19 años-, antes de confesarle la relación a sus padres y que estaba buscando embarazarse, optó por contarles a sus cuatro hermanos para preparar el camino. “Tenía mucho miedo, fui criada chapadaa la antigua, pensaba que mis papás jamás lo iban a entender, son del sur y tienen más de 80 años”. De hecho, uno de sus hermanos no quiso seguir escuchando, se paró y se fue. Hasta del día de hoy, no les dirige la palabra.

En paralelo, la hermana mayor de Mariana, le adelantó la noticia a la futura abuela de Tomás. Un domingo, la mamá de Mariana las encerró a ambas en la pieza y las enfrentó.

-Tu hermana me contó lo que está pasando entre ustedes. Soy vieja, hay cosas que me cuesta entender, pero está bien, ahora la Claudita pasa a ser un hija más. Lo único que quiero es que se respeten, se cuiden y se casen, les dijo muy seria, recuerda Mariana.

En el caso de su papá, aún no se entera “formalmente”.

¡Estamos embarazadas!

Dispuestas a repetir por última vez el tratamiento, confiaron en que esta vez sí resultaría. “El doctor siempre nos alentó mucho. Los niños fueron a un par de controles con nosotras. A fines de noviembre (2014) decidimos intentarlo. Teníamos que esperar hasta diciembre pasa saber si había resultado”, recuerda Mariana.

Antes de abrir el examen, subieron a un taxi, se tomaron la mano, dudaron y recorrieron el centro hasta su departamento. No se animaron a abrirlo con sus hijos, no querían que se decepcionaran o las vieran mal si el resultado era adverso. Prefirieron sentarse fuera de la casa y ahí, por teléfono, les confirmaron la noticia.

En un principio, trataron de no entusiasmarse tanto. Como todo embarazo, los primeros meses son críticos. Y Mariana tuvo síntomas de pérdida que la obligaron a tener reposo total durante tres semanas. A los cinco meses de gestación, ya estaban más tranquilas, pero no quisieron comprarle ropa ni nada. Recién a los ocho meses, cuando era casi una realidad, prepararon su llegada.

Tomás nació el 3 de septiembre del año pasado en la Clínica Dávila, todo el equipo médico estaba al tanto que tenía dos mamás. Después de cuatro horas de intentar un parto normal, como estaba previsto, Tomás no salía y Mariana comenzó a desmayarse. Trataron con un fórceps, pero no lograban sacarlo. El equipo médico se puso nervioso, hicieron salir a Claudia de la sala e ingresaron otros doctores y en minutos la sala de parto se convirtió en un pabellón para operar. Preparaban una cesárea de urgencia. Cuando estuvo todo listo, Claudia volvió a ingresar. A Tomás le costó salir porque sus hombros eran muy anchos y medía 54 centímetros.

En términos legales, Mariana es la madre. Tomás lleva como primer apellido el de Claudia. Es simbólico, porque no le da derechos sobre su hijo. En Chile no está permitido inscribir a un recién nacido como hijo de dos madres o dos padres. En caso que Mariana falleciera, Claudia no tendría cómo retener su custodia si se lo quisieran quitar. El Estado no reconoce el vínculo con su hijo y es una gran preocupación para ambas. “Esperamos que el acuerdo de unión civil sea el primer paso para ir avanzando en materia legal y que después Tomás pueda ser legalmente hijo de las dos”, afirma Claudia.

El proyecto para modernizar la ley de adopciones ya está en el Congreso. El Movilh, con el apoyo de los diputados Ramón Farías y Daniella Cicardini, trabajan en incorporar dos modificaciones al proyecto. La primera para que las uniones civiles tenga la misma prioridad que un matrimonio al momento de adoptar y, una segunda indicación sobre la filiación, es decir, que un menor pueda ser inscrito con dos padres o dos madres.

El futuro de Tomás

menor de edad

Claudia y Mariana están conscientes que parte de la sociedad no aceptará a su hijo. Como madres, les preocupa que cuando ingrese al colegio, puedan discriminarlo, aunque confían en que a medida que crezca, la sociedad se hará más tolerante. “Las personas están evolucionado más rápido que lo que lo hacen las leyes. No tenemos tanto temor. Tomás tiene mucho amor de todos nosotros, Franco dice que si molestan a su hermano, él lo va cuidar y proteger. El resto de la familia están todos felices. Todos chochos”, dice Claudia, optimista sobre el futuro de Tomás, que hoy tiene cinco meses.

Esta familia homoparental coincide en que los prejuicios se deben al desconocimiento, a que muchas personas no saben o no entienden que existen otro tipo de familias y de amor. Pero, sobre todo, tienen mucha confianza en las nuevas generaciones. Apuestan porque los jóvenes ya han internalizado el cambio cultural y que son los mayores de 30 años a los que les cuesta más aceptar la diversidad.

Y las cifras las avalan, en la última encuesta sobre Participación de los jóvenes, realizada por la Universidad Diego Portales en 2015, el 60% de los jóvenes entre 18 y 29 años está a favor de la adopción homoparental. El porcentaje ha ido en aumento: el 2014 era del 55%; el 2013, del 52%; el 2012, del 45%.

Para la última navidad, como regalo, Claudia le contó a Mariana que había cancelado una reunión y se había escapado del trabajo para ir a pedir hora al registro civil. Ya se pusieron las argollas, como una ilusión que en octubre se hará realidad.

*En este artículo, los nombres reales fueron cambiados para preservar la identidad de Tomás y su familia. Las fotos son referenciales.

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