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Opinión

19 de Febrero de 2016

Columna: El Jefazo, de Bolivia con amor

Evo Morales, el compañero, el dirigente, el revolucionario, el hombre de las marchas, el hombre que nos hizo llorar de emoción cuando juró como presidente en Sucre —capital de la nueva Bolivia— y reivindicó a todos los mártires de la resistencia anticolonial, hace tiempo se marchó.

Alex Aillón Valverde
Alex Aillón Valverde
Por

Evo Morales 2 EFE

Cómo aquel niño hambriento y descalzo del altiplano boliviano, condenado por las circunstancias a un destino de pobreza y sometimiento, llegó a ser el dirigente del poderoso sindicato de las siete federaciones de coca del Chapare, el líder que asedió al sistema político en decadencia, el hombre que simbolizó el cambio de una era en Bolivia, es una hermosa historia; una historia de esperanza, lucha y victoria que nos hace sentir orgullosos de la rebeldía de nuestros pueblos y de nuestra propia condición humana.

Cómo el primer presidente de la Bolivia plurinacional —el primer indígena— llevó la potencia y los anhelos de un pueblo cansado de despojos a una Asamblea Constituyente el 2006, y quebró el eje político conservador del Oriente y a la oposición agazapada en torno al capital extranjero (ahora una oposición zombie, impresentable, más muerta que viva), refundando un país y abriendo todo un horizonte de posibilidades populares, es otra historia que merece ser abrazada y valorada en su justa medida.

Cómo Evo Morales llega a ser Evo Morales, es parte del fascinante proceso de la construcción de un mito que corresponde a un tiempo electrizante para Bolivia y para América Latina. Nadie en sus cabales —de izquierda o de derecha— pondría en duda la importancia de su figura y la fuerza de cambio contenida en los movimientos sociales que el líder cocalero representó en su momento.

Pero Evo Morales, el compañero, el dirigente, el revolucionario, el hombre de las marchas, el hombre que nos hizo llorar de emoción cuando juró como presidente en Sucre —capital de la nueva Bolivia— y reivindicó a todos los mártires de la resistencia anticolonial, hace tiempo se marchó.

El viaje del margen, de las calles, de las movilizaciones históricas a cielo abierto, al centro del poder político, le pasó una factura pesada. El Evo que quedó, es el Evo al que llaman el Jefazo, el Evo distante, el Evo vertical, el Evo que quiere quedarse más allá de lo que manda la Constitución que él mismo luchó para aprobar.

Este Evo es el presidente con más tiempo en el poder de toda nuestra historia. Es un viejo gobernante (ahora) y todavía tiene por delante cuatro años más. Este Evo es el mismo que ahora empuja el referéndum del 21 de febrero para reformar un artículo de la Constitución y habilitarse a un cuarto mandato. Si se cumple el plan gubernamental, Morales gobernará 20 años continuos, hasta el 2025.

Así es. El Jefazo no quiere irse. No ha llegado hasta aquí para irse. Él está convencido de que puede salvarnos, cuando la realidad es que no puede salvarse a sí mismo. Intereses que ya no son los de antes quieren que se quede. Ya no es el respeto por los pueblos y sus luchas; ya no es el respeto a la madre tierra; ya no es el anticapitalismo o el antiimperialismo; ya esos discursos saben a humo, son humo.

Ahora importan: la vinculación al capital; la construcción de una nueva burguesía empresarial oficialista; conservar los privilegios generados en todos estos años de gobierno; el extractivismo a costa de la naturaleza y los territorios indígenas; y la aplicación del capitalismo en una nueva versión, inédita, con discurso de izquierdas.

Muchos siglos tuvieron que pasar y mucha sangre tuvo que derramarse para que ese niño, indígena y pobre, llegara a ser Evo, el compañero, el revolucionario, y no el Jefazo. Pero la claridad de las cosas simples se perdió hace tiempo.

En la extraña democracia del sueño y de la noche, el Jefazo vuelve a ser el niño y un cóndor metálico desciende del cielo, lo cubre con sus alas, lo eleva por los cielos y lo deja sentado sobre una montaña. El niño mira el horizonte, recuerda la pobreza, la soledad de la distancia, el milagro de la mañana y sus minuciosos obsequios, la alegría empecinada de la vida. Pero el Jefazo no quiere irse. No ha llegado hasta aquí para irse. El Jefazo está aquí para quedarse. El niño se marchó hace tiempo. El cóndor desapareció en el espacio. Algo dejó de latir. Algo dejó de volar. Aquellos eran sueños, es cierto. Es hora de preservar el poder por el poder.

*Escritor y poeta boliviano.

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