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Opinión

23 de Febrero de 2016

Columna: Carretear en Europa (zona libre de zorrones)

Toda mi vida he atribuido mi falta de motivación a que odio bailar, a que odio la piscola o a que simplemente no soy una persona extrovertida, pero había estado equivocada: el problema no soy yo.

Bernardita Danús
Bernardita Danús
Por

Fiesta Electrónica

No es novedad que la gente me tilde de “fome”, “antisocial”, “amargada” o “antipática” cada vez que no quiero salir o por mi actitud de mierda cada vez que termino atascada en un carrete equivocadamente. La verdad es que ya lo tengo asumido como parte fundamental de mi vida. Y es que me carga la forma en que se llevan a cabo tales eventos. La rutinaria y mortal sucesión: el pre en casa para tomar harto por poquitas lucas y curarse rápido porque lo que sigue es tan latero que simplemente no podís ir sobrio, después hacer hora un rato más porque no se puede llegar tan temprano al carrete, armar una mamadera tóxica y caliente para llevar en el auto, pagar una entrada millonaria para una disco mediocre con música mediocre y gente mediocre, tal vez luego ir a un after que te quite la poca dignidad que te quedaba, y repetir el siguiente fin de semana. No tengo por qué ser parte de ello si no me gusta y de hecho no lo soy, pero no puedo evitar sentir cierta inquietud al respecto. A fin de cuentas, es el panorama más común durante un fin de semana promedio en Santiago.

El asunto es que toda mi vida he atribuido mi falta de motivación a que odio bailar, a que odio la piscola o a que simplemente no soy una persona extrovertida, pero había estado equivocada: el problema no soy yo. Hace poco tuve la oportunidad de recorrer Europa y descubrí que el problema no radica en que soy antisocial o “una lata”, sino en la puta vida santiaguina. Llámenme snob o sudaca aspiracional, me importa una raja, pero allá sí daba gusto salir. Se notaba que a la gente de verdad le interesaba la música e iba genuinamente a bailar, no con ganas de jotearse “minas” o “pelarse”. Todos bailaban solos y mirando al DJ, lo que me pareció mucho más auténtico que las manadas de zorrones acechándote con sus amigos para sacarte a bailar (porque imagínate lo homosexual de bailar entre ellos) y mostrar sus envidiables pasos con movimientos de brazo de gallina. Ningún puto weón con tufo a aluminio y pisco se te tiraba encima para bailar y preguntarte de qué colegio saliste. ¿Por qué siempre quieren saber el puto colegio? Francamente siento que son del INE y que los sacoweas me están censando o alguna weá. Me dio una paz interna inmensa no ver a esos idiotas buscando gente en común como si su vida dependiese de eso.

Incluso las propias instalaciones de las discos daban mejores vibras. Tenían unos jardines dignos de Versalles, a diferencia de la escoria de terraza con mesas de la Copec que acostumbro ver. Adentro, eran un laberinto indescifrable: tenían mil pisos con música distinta, mil piezas tipo living distintas para sentarse y conversar, mil bares y ambientes diferentes; era imposible que el espacio te limitara solo a bailar. Las pocas veces que salgo en Santiago, siempre me webean porque al parecer no querer bailar bachata te hace una lata de persona, y muy en el fondo lo entiendo, porque en los lugares que hay no se puede hacer mucho más que eso o sentarse en unas mesas ano en que te dan champaña si llegai temprano. Es realmente triste la weá.

Más allá de los aspectos superficiales mencionados, rescato muchísimo la abundancia de identidades en los carretes. Cada uno bailaba como lo sintiera o como se le diera la gana y se vestía de acuerdo a su personalidad, sin la irracional necesidad de demostrar otra cosa. Después de tantos años viendo a la misma weona básica excesivamente arreglada con terraplén y pelo quemado de tanto alisado replicada 100 veces en el mismo lugar, la diversidad en el público me dio una satisfacción incomparable. Me dio gusto, finalmente, ver gente relajada, notoriamente más feliz.
Así que después de todo, tal vez sí me gusta bailar, solo que no reggaetón con un zorrón que solo quiere agarrar. Tal vez sí me gusta tomar, solo que no piscola mientras cantan “este farol no alumbra” o “la matóooo”. Y tal vez sí me gusta salir, solo que definitivamente no en Santiago.

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#carrete#europa#zorrones

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