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28 de Febrero de 2016

El tatuador de Messi

Comenzó a tatuar con una precaria máquina a sus amigos cercanos, luego abrió un negocio en el barrio de Caballito hasta que un arquero de Arsenal de Sarandí decidió tatuarse con él. Desde entonces, han pasado por sus manos Martín Palermo, Andrés D’Alessandro y Maxi Morales. También Fernando Cavenaghi y casi la mitad del equipo de River. La calidad de su trabajo llegó a oídos de Lio Messi y éste lo invitó a Barcelona a tatuarlo. Roberto López, quien también aprovechó de tatuar a Neymar, es el diseñador de la “manga” que luce en su brazo derecho el mejor futbolista del mundo.

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Messi EFE 1

Son las siete de la tarde de un sábado de agosto en pleno centro porteño. Y en un local de una galería de la turística calle Florida, Roberto López, 37 años, tatuador de Messi y Neymar entre tantos otros jugadores, cuenta cómo empezó esta historia: una tarde cualquiera de diciembre de 2014, Juan Cruz Leguizamón, arquero de un equipo rosarino de la cuarta categoría del fútbol argentino y amigo de Messi, le contó que Lio quería tatuarse. A Roberto, le temblaron las piernas. Dice que en el pecho tuvo una sensación -de dos o tres segundos- que no puede explicar. Y si no puede describir ese estado, cómo va a poder narrar lo que sintió cuando le llegó a su Whatsapp un mensaje de un número desconocido. Ese que escribía del otro lado, de un número largo, era Messi. Se presentaba con un “Hola, ¿cómo estás? Soy Lio Messi, y me quiero tatuar el brazo derecho entero…”. En un momento, Roberto pensó que podía ser una broma. Que el amigo que tenía en común con Leo podía estar cargándolo. Por eso, ese 2 de enero -día que recibió los mensajes de Messi- antes de responder, le preguntó a su amigo si ese era el teléfono de Lio. Y sí. Era.

-Hasta no verlo no me lo quería creer, cuenta Roberto, tomando un café en vaso de plástico. Por celular me fue enviando las medidas de su brazo, las distancias entre huesos y las imágenes que quería que le tatuara.

Hablar con un tatuador sobre las charlas con sus clientes siempre es gracioso. Roberto dice que hay hombres que llegan diciéndole que quieren hacerse una frase, y le preguntan a él, cuál les recomienda. O mujeres que pueden pasarse horas mirando álbumes de diseños hasta decidirse. O, también, parejas que llegan al mostrador y la mujer es la que habla por el hombre: “él quiere hacerse algo así…”. ¿Cómo será el mejor jugador del mundo encargando un tatuaje? Roberto lo cuenta delante del dueño del local y de un amigo que lo acompañó a la casa de Messi cuando lo tatuó:

-No, como cliente, un fenómeno. Fue muy seguro. Tuvo muy en claro las imágenes que quería: un reloj, un mapa que remarcaba Sudamérica y España, una flor de loto, un capullo, un rosario y varios más. El tatuaje es un cuento de su vida. Es su historia, ni más ni menos. Me pidió que no quería que no se notaran desde lejos. Buscaba que desde donde miraran su brazo notaran claramente qué figuras eran. Lo que no sabía era cómo distribuir todo. De eso me encargué yo: de cómo buscar los ángulos para que las imágenes se luzcan. Era un “realismo puro”; así se llama el modelo que me pedía. Como viajaría en invierno europeo, comenzaríamos por la parte de arriba del brazo. Las tres primeras sesiones serían del codo hacia arriba. Eso sí: me pidió no sacar fotos. Quería mostrarlo ya terminado.
Así, siempre por Whatsapp, se terminaron de poner de acuerdo. Messi le envió las imágenes que quería y los pasajes para viajar a Barcelona. Solo faltaba pincharlo.

Tatuador-de-Messi-02

* * *

El tatuador de Messi nació en la provincia de Tucumán -a 1400 kilómetros de Santiago de Chile-, pero desde muy chico se mudó junto a su familia a Buenos Aires. Creció en el porteño barrio de Caballito y después del secundario, estudió Bellas Artes. Recién recibido, a fines del 2000, viajó a su Tucumán natal de vacaciones. Y fue durante esos días que, en la casa de un amigo, vio cómo se tatuaba. Eso le llamó la atención. Y eso que se trataba de un “tatuaje tumbero”, de los que ya no se hacen pero todavía perduran en muchos cuerpos de exreclusos: hechos con aguja a mano y con tinta china. Volvió a Buenos Aires y compró una máquina de tatuar. Su objetivo era ver si podía usar la herramienta como un lápiz; hacer esos mismos retratos que hacía en papel, en los cuerpos.

Pero en el 2000 aprender a tatuar no era fácil. Casi no existía internet, casi no había casas de insumos, casi la gente no se tatuaba, casi no había tatuadores y los que tatuaban, tenían celo de enseñar el oficio. Además, eran más copiadores que tatuadores. Apenas calcaban un dibujo y pinchaban. Nadie diseñaba nada. No había trabajo para todos. Para esa época era común que los tatuadores corrieran o echaran a los que iban al local a sacarle fotos a las fotos de tatuajes que exhibían en la vidriera. Después de caminar y caminar, pudo comprar una máquina en un local de tatuajes del barrio de Flores. Una máquina sin instrucciones de uso. Comenzó como todos “aprendiendo”; no tatuando: pinchando a amigos, vecinos, familiares, amigos de amigos. Su primer trabajo fue un retrato de Jim Morrison, y se entusiasmó. No estuvo nada mal para un principiante. Siempre tatuaba en su habitación. Con suerte, a cambio le pagaban los materiales. Esos primeros trabajos fueron con una sola aguja. El tatuador de Messi no sabía que había distintos tipos de agujas. Para sombrear, para delinear, para pintar. Roberto López hacía todo eso con la misma.

-Pero con cierta ventaja: gracias a los estudios de Bellas Artes sabía cómo era aguar la tinta, cómo lograr el gris que quería, cómo lograr las sombras. El reto era hacer con la máquina todo lo que sabía con el lápiz- recuerda.
Dos años después pudo abrir su primer negocio. En su barrio, Caballito. Para 2005, ya con varios premios en convenciones de tatuajes de Argentina por el estilo que lo caracteriza -el retrato- un español le propuso viajar a trabajar a España. Cuando se decidió y estaba a punto de sacar pasaje, se enteró que sería papá, y se quedó en el país. En 2010 vivió una temporada tatuando en Málaga, como muchos argentinos tatuadores de allí. Desde 2012 vive en la ciudad de Mar del Plata -se fue allí al conocer a su mujer-, a 400 kilómetros de Buenos Aires, donde tiene su local propio. Por la gran cantidad de turnos, para tatuarse con él hay que esperar unos cinco meses.

Roberto viaja la última semana de cada mes a tatuar en Denim Demon Tattoo, el local en pleno centro porteño donde conversamos. Solo lo hace por turnos. Y después del boom Messi, viaja a la ciudad para tatuar a casi puros jugadores de fútbol. Solo de River, tatuó a casi medio plantel. A Fernando Cavenaghi, por ejemplo, le hizo una foto suya con la Copa Libertadores que acaba de ganar con River. Antes de Messi había pinchado a Martín Palermo, Andrés D’Alessandro y Maxi Morales, entre los más reconocidos del fútbol local. El primero había sido el arquero de Arsenal, Cristian Campestrini. Que luego le envió a un colega, y ese colega a otro colega. Así, se fue corriendo la bola: “Es el tatuador de los futbolistas”, se decía en el ambiente del fútbol y en el del tatuaje. Esos rumores llegaron hasta Barcelona. A Messi ni siquiera le importó que en España vivan muchos de los mejores tatuadores del mundo, varios de ellos argentinos: mandó a buscarlo a él.

Tatuador-de-Messi-03

* * *

Apenas estacionó en Barcelona, un chofer protocolar lo esperaba con un cartel con su nombre. Prendió su teléfono celular y Lío le preguntaba si había llegado bien.

Horas después, Roberto López tomaba un café en el bar del hotel cuando se volvió a sorprender. Messi no lo había mandado a buscar con ningún asistente. Él mismo, en persona, le tocaba la bocina desde su camioneta para que se acercara. Y él mismo, sin nadie de acompañante, lo ayudó a cargar su maleta con los equipos en el baúl. En ese primer día de tinta, a la hora de la cena Messi le preguntó qué quería comer: le ofreció asado de un carnicero argentino de la zona, sushi o comida casera de Antonella, su mujer. Roberto eligió sushi.

Fue un viaje de diez días, donde le hizo tres sesiones. Cada una de cinco horas. Una locura: nadie tolera tanto en tan pocos días. Por lo general, se suele hacer una sesión por mes. Roberto y Lío apenas llegaron a hacer medio brazo. Del codo hacia arriba. Tres meses después regresó a Barcelona, al departamento en el que vive durante el verano. Y Roberto López, el hombre con uno de los nombres más comunes de América, se dio un gusto que también lo hace único. Tuvo delante suyo, juntos, a Messi y a Neymar.

-¿Tenés tiempo, podrías tatuar a Neymar?-, le había preguntado Lio.

Era una pregunta que estaba de más. Durante esos días también “pinchó” los cuerpos de dos de los hermanos de “la Pulga”. Roberto López le hizo dos tatuajes a Neymar. Uno donde casi el brazo se une con la axila. Allí le tatuó la palabra “Family”. Y en uno de sus dedos “Sh….”, de silencio. El brasilero, ni bien Roberto terminó, le quiso pagar los trabajos, pero no le aceptaron el dinero.

“Tenerlos a los dos ahí fue muy loco”, recuerda Roberto. Se molestaban por las muecas de dolor que hacía cada uno mientras los tatuaba. Parecían lo que realmente son: dos veinteañeros que se ríen de cualquier cosa y hacen boludeses como cualquiera.

¿Y cómo fue tatuar a dos de los más famosos del mundo?

-Pff, yo miro los videos que grabamos y noto lo transpirado que estaba mientras lo tatuaba. No caes nunca de lo que genera semejante bestia. La adrenalina que sentía…volví muy relajado después de la tensión de tatuar a alguien así.
Roberto termina la oración y su amigo, el que lo acompañó a Barcelona, se mete para recordar una de esas tardes:

-¡Hasta yo estaba nervioso, y lo único que tenía que hacer era cebarles mate!-.

En ese segundo viaje Roberto le hizo tres sesiones más al brazo de Messi. Entre el codo y la muñeca. Y fue allí cuando Messi, después de preguntarle por el 9 que tenía en la muñeca izquierda, le preguntó quién se lo había hecho. Roberto López le contó: que había tatuado a Palermo y este le pidió que le enseñara a usar la máquina, para hacerle un 9 a “su tatuador”. Messi lo escuchó y no quiso ser menos. Ya eran como amigos: habían compartido más de treinta horas de charla entre las seis sesiones del tatuaje. Lio oyó las indicaciones de Roberto, se puso los guantes, agarró la máquina y le tatuó un pequeño “10”. Cuando Roberto subió a Facebook fotos de Messi tatuándolo a él y aclaró que también tenía un video, los productores de canales de televisión comenzaron a contactarlo para comprárselo. Lo mismo con la máquina que lo tatuó. Recibió ofertas de todo tipo, pero se la quedó y la guardó. No volvió a usarla.

-Creo que no haber hecho negocio con esas cosas fue lo que hizo que me ganara su confianza- dice. Eso y que haya cumplido su pedido de no mostrar fotos de las primeras sesiones del trabajo. Quería mostrarlo cuando estuviera terminado.

Después de ese viaje, como ya era época de usar camiseta manga corta, Messi “presentó” su tatuaje en distintos partidos. Los medios internacionales comenzaron a hablar del nuevo tatuaje de Messi. Y Lio, cada foto que le llegaba en el que se veía su obra, se la enviaba, por Whatsapp, a López. Él mismo ahora ofrece mostrarlas en los chats que mantienen. “Yo siento que cuando sabe que le están sacando fotos, muestra el brazo del tatuaje”.
Se refiere a los festejos de los goles, a los abrazos que se da con compañeros, a cómo toma una Copa. Siempre el brazo derecho -el tatuado- resalta sobre el otro.

-Está cebado con los tatuajes. Como cualquier pibe que se hace una manga entera quiera seguir tatuándose- dice López.

Hace aproximadamente siete meses -apenas terminó la Copa América-, el tatuador viajó a Rosario para la última sesión del tatuaje. Faltan detalles y retoques que solo podría reconocer un profesional. Pero Messi lo escuchó, y le hizo caso. Si se iba a Europa, donde es verano, le convenía esperar: el sol puede opacar los colores si el tatuaje está recién hecho. Así que para el otoño europeo, el hombre del nombre más común del continente, volverá a ser un afortunado. Viajar a Barcelona con todo pagado para tatuar, en su casa, al mejor futbolista del mundo.

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