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Nacional

1 de Marzo de 2016

El salvavidas de la playa de los ahogados

La playa Hangaroa, en El Quisco, arrastra desde hace años un historial negro de muertes que la ha transformado en uno de los lugares más peligrosos para adentrarse en el mar. Sus roqueríos están plagados de animitas, cruces y placas. Cristóbal Aranda, salvavidas del lugar, ha visto a gente desaparecer y a otros regresar a la orilla desfigurados. Tanto ha sido su empeño por erradicar esta trágica estadística que, desde que asumió, no se ha ahogado ninguna otra persona más.

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El cartel decía “playa de alta peligrosidad, fuertes corrientes” y apareacía una cifra que te dejaba helado: 1029 muertos. Era una información chocante. La gente lo leía y se asustaba. Sí lo ves fríamente, tenía algo de macabro. Piensas que es una playa de puros muertos. Por eso le llaman la playa de los ahogados. El cartel lo sacaron, pero la historia negra del lugar se mantiene. Es cosa de ver las cruces y lápidas sobre las rocas.

He visto a hartas personas desaparecer en el agua. Algunos se demoran meses en regresar. Otros nunca logran salir. La mar siempre bota en el invierno los cuerpos que traga en el verano. Como quedan pesados y abajo de los roqueríos hay cuevas, las mismas corrientes los meten en los agujeros. Ahí se enganchan, después se los comen las jaivas o las morenas. Es impactante. Salen hinchados y, dependiendo de los días que lleven, cambian la pigmentación de la piel. Hay algunos que la pierden toda y les queda como una telita. Una vez encontramos a un niño que llevaba como tres días desaparecido. Tenía un color gris plomizo y algunos manchones de piel. No tenía ojos, lengua, ni labios. Otros aparecen mutilados. Un primo bombero me contó una vez que tuvo que sacar un cuerpo de entre las rocas y que era impactante el sonido que hacía cuando lo tomaban, con cada movimiento sonaban sus huesos, crujían.

Esta playa es peligrosa porque tiene mucho cambio de fondo. Siempre hay olas porque es muy abierta y posee hartas corrientes de retorno. Son como ríos que te absorben hacia adentro. A la gente le da confianza que le llegue el agua a las rodillas pero desconocen que un metro más allá van a quedar flotando a merced de la corriente. Si no tocas fondo, la corriente te agarra y te arrastra, te arrastra y te arrastra. Aunque nades en contra de ella, siempre te chupa para adentro. Cuando la gente desaparece es porque gasta toda su energía tratando de salir y llegan al reventón de olas agotados. Ahí puedes estar más de seis segundos bajo el agua, si es que no doce o quince. Tienes que tener capacidad para resistir. A la primera ola sales morado, a la segunda estás tragando agua y a la tercera desapareces. Aunque parezca absurdo seimpre lo más recomendable es nadar hacia donde revientan las olas porque es más bajo y puedes tocar fondo y eso te ayuda a salir, avanzando de a poco. Aunque uno no lo crea, ese es el lugar más seguro.

Siendo una playa tan peligrosa, nunca había tenido salvavidas. La última persona que murió ahogada fue hace como seis años. Yo estaba haciendo bodyboard con mi hermano chico cuando vimos que la gente se empezó a aglomerar y apuntaban a dos cabezas que se veían flotando. La corriente los llevaba hacia las rocas. A uno lo botó la ola y logró salir con la ayuda de la gente. El otro se mantenía adentro, traté de alcanzarlo antes que se lo llevara la corriente. Era un salvavidas. Me dijo que él no se estaba ahogando, sino que había perdido una aleta. Había otro hombre más allá. Ahí recién lo ví. Tenía un traje de baño blanco. Fue la última imagen que tuve de él: lo agarró una ola y nunca más apareció.

Ese día estaba la alcaldesa y quedó súper impactada. Le dije que era importante tener una persona trabajando en el lugar. Al año siguiente logré gestionar un permiso, me permitieron poner una cama elástica para costear el sueldo de salvavidas. Ni siquiera alcanzó. Practicamente trabajé gratis ese verano, pero no murió nadie. El año entrante el municipio accedió a pagar un sueldo y me autorizaron a poner un quiosco. Ahora trabajo con Francisco, otro salvavidas, y desde que nos hicimos cargo de la playa nunca más ha muerto gente. Cero muertes en cinco años. La idea es que esta cifra se mantenga y poder cambiar un poco el estigma de esta playa.

Lo principal es trabajar la prevención. Hay que estar todo el día con silbatos, guiando a las personas, conversando con ellas, diciéndoles donde están las zonas peligrosas y hasta donde pueden llegar, pero siempre hay algunos que se hacen los chistosos y se van más adentro. A esos se los lleva la corriente y después te piden disculpas. Otros no salen. Antes, como hace 20 años, se murió ahogada una monjita, la tuvieron que sacar en helicóptero, así desnuda. Se metió a rescatar a otras dos monjas que también se estaban ahogando, y logró que salieran, pero ella falleció. Después, mucha más gente siguió muriendo, como cuatro o seis personas cada verano, entre ellas las dos hijas del dueño del fundo al que pertenecía la playa. Cuando él vendió, pidió que le pusieran el nombre de ellas a dos calles del lugar: Virginita y Moniquita. El rompeolas está lleno de nombres. Entre rayados y placas, habrá unas 40 animitas, incluyendo la cruz que pusieron arriba de esa roca como para exorcizar la playa.

Trabajar acá es complicado. Siempre que sacamos a alguien nos tomamos mucho tiempo. El otro día sacamos a una niña, que fue el primer rescate de este verano, y nos demoramos harto, porque la corriente está fuerte, a nosotros también nos costó salir después. De repente, uno está ahí nadando y nadando y pensai en qué momento te va a soltar la ola. Nosotros siempre arriesgamos nuestra vida, uno no sabe cómo va a reaccionar la gente, si la vas a lograr calmar o no. Antiguamente, los salvavidas eran bien choros y como él que se estaba ahogando era porfiado, porque le habían avisado que no se metiera, llegaban y le pegaban un combo. Así se los traían, medio noqueado, pero ahora lo ideal es mantener la distancia antes de llegar a él, ver cómo está. Si logra flotar, tú empiezas a tratar de hablar con la persona. Le empiezas a explicar que eres salvavidas, que lo vas a tomar y que va a salir de acá, pero que necesita estar tranquilo. Por lo general la gente se calma cuando le das esa explicación.

Antiguamente, los salvavidas eran bien bohemios y desordenados. En la playa principal, antes habían unas casetas que eran como mediaguas, allá ponían su colchón y se llevaban algunas minas después del carrete. El salvavidas siempre trataba de engancharse a la mejor turista, los hueones se la pasaban mirando mujeres y echándoles bloqueador, y se despreocupaban de la playa. Nosotros como que entramos a ponerle un poquito más de seriedad al tema. Antes, incluso, trabajaban sin aletas, se tiraban al rescate así no más. En la playa de Cartagena, los más viejos se metían a pata pelá y pescaban a la gente y se iban para dentro, a esperar el apoyo del helicóptero, porque salir sin las aletas era imposible. Un amigo me contó que una vez se encontró con un flaite en la noche que lo cogotió y al día siguiente le tocó rescatarlo del agua. La historia dice que le pegó, le hizo una chinita y lo revolcó en las olas. ‘Pa que te acordí de mí culiao’, le dijo. Esa era la técnica: a pata pelá y a combo limpio. Eran otros tiempos.

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