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Opinión

9 de Marzo de 2016

Columna: 8 reflexiones por el 8 de marzo

Para vivir en una sociedad igualitaria y justa, necesitamos alcanzar la plena igualdad legal, política y social para las mujeres, es decir, que no exista ninguna discriminación basada en el género.

Camila Vallejo
Camila Vallejo
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Marcha día de la mujer A1

1. Comencemos por romper algunos mitos. A pesar de lo que algunos intentan hacer creer, no es cierto que el feminismo sea una doctrina que busca imponer el reinado de las mujeres por sobre los hombres, en el sentido de una “vuelta de tortilla” histórica. No, el feminismo no es la antítesis del machismo. El feminismo es principalmente un movimiento teórico, social y político que busca el reconocimiento de la humanidad de las mujeres, de todos sus derechos y de su libertad plena, sin discriminación, explotación ni opresión de ningún tipo. Todas y todos los que luchamos por la igualdad sustantiva entre hombres y mujeres podemos ser identificados como feministas.

2. Algunos han sostenido que el feminismo es una lucha nueva y refrescante, producto de una apertura ideológica impulsada por el liberalismo y por un mayor desarrollo teórico crítico. Para otros, se trata de una cuestión superada con el voto universal y la incorporación de las mujeres al mundo laboral. Ambos relatos están equivocados. En primer lugar, el feminismo es un movimiento que tiene alrededor de 300 años de historia y desarrollo teórico. En segundo lugar, hoy no sólo existen nuevas formas de opresión de las mujeres, sino que lamentablemente persisten muchas antiguas, como la brecha salarial, el desequilibrio en las cargas y labores domésticas, la violencia de género, la violencia obstétrica, la negación de nuestros derechos sexuales y reproductivos, la dependencia económica, el acoso sexual en espacios públicos y privados, por sólo nombrar algunas.

3. Pero además, el patriarcado y los estereotipos que se han construido en torno a la identificación de hombres y mujeres a roles diferenciados hacen tanto daño a un género como al otro. Los hombres también son víctimas de su propio machismo (que los hombres no puedan mostrar sensibilidad o realizar tareas domésticas sin que su masculinidad sea cuestionada, por ejemplo). Por su parte, el individualismo imperante nos ha hecho creer que la discriminación y la violencia de género son cuestiones aisladas (“una compañera de trabajo fue golpeada por su pareja”, “una niña murió en un aborto clandestino”), en vez de comprender el fenómeno como una cuestión global. La violencia de género es un fenómeno estructural, está en nuestra cultura, en nuestro lenguaje, enraizado en la sociedad. De nada nos sirve la regla de la excepción (“ella logró llegar al directorio de una empresa”, “ella sí es legitimada por sus pares masculinos”) cuando sabemos que “el esfuerzo propio” es la justificación ideológica del neoliberalismo para seguir manteniendo las desigualdades.

4. La opresión de las mujeres mediante su rol de reproductoras de la fuerza de trabajo, la doble jornada (casa/trabajo) y la mantención de la brecha salarial en todos los niveles socioeconómicos, son cuestiones indispensables para el funcionamiento de la sociedad de clases y de las relaciones de explotación y dominación hacia las mujeres. Es por esto, que ser feminista y abogar por la liberación de las mujeres implica ser profundamente humanista y democrática. Sin embargo, aún persisten posturas sesgadas que plantean que las reivindicaciones de las mujeres son cuestiones secundarias para las urgencias del movimiento social. Quienes sostienen esto no han reparado aún en cómo la discriminación que vivimos las mujeres está siempre en la base; que quien pertenece a un pueblo originario será discriminado, pero lo será doblemente si además es mujer; quien pertenece a la clase trabajadora será explotado, pero lo será doblemente si además es mujer; que es más difícil sobrevivir siendo adulta mayor; que es más cara la salud para una mujer; que la pobreza se vive de forma más descarnada cuando se te ha impuesto la carga exclusiva de los hijos y las tareas del hogar, mientras luchas por un trabajo digno -en el cual te pagarán un 30% menos por el sólo hecho de ser mujer-; en cómo las mujeres lesbianas son invisibilizadas en sus luchas por la diversidad sexual; entre tantas otras realidades. La realidad nos golpea en la cara y lamentablemente, no es lo mismo en ninguna clase social, segmento o estamento, ser mujer o ser hombre. En este sentido, yo me pregunto ¿Cómo podría ser un problema secundario que 1 de cada 3 mujeres en nuestro país sea violentada por el sólo hecho de ser mujer? ¿Cómo podría ser secundaria una lucha que en muchos casos significa la vida o la muerte?

5. La lucha por las reivindicaciones de las mujeres es una lucha por la democracia, por radicalizarla y hacer la igualdad y la libertad cuestiones que vayan más allá de un discurso o una declaración de buenas intenciones. No se puede apostar a la construcción de una nueva sociedad sin la participación de las mujeres, sin que la lucha por nuestros derechos sea una lucha de todas y todos. Tenemos que generar un cambio revolucionario en nuestra vida cotidiana, en cómo vivimos bajo una lógica del poder que excluye, oprime, discrimina y explota, en distinta proporción, pero al fin y al cabo a todas las personas. Sabemos que la democracia no suprimirá por arte de magia la opresión contra las mujeres, pero hará nuestra lucha más directa, más amplia, abierta y pronunciada, y eso es lo que necesitamos.

6. Los partidos y movimientos de izquierda en Chile fueron olvidando las reivindicaciones de las mujeres, olvidando a las grandes líderes de los movimientos emancipatorios y revolucionarios. En el seno de la izquierda ganaron espacio las posiciones conservadoras y también las reaccionarias, posturas que debemos combatir para dar cuenta de los cambios sociales necesarios. Asimismo, los partidos políticos y los movimientos que se identifican con la izquierda debemos transversalizar el género en nuestras posturas políticas, yendo más allá de la creación de comisiones, frentes o núcleos feministas. Si no “comenzamos por casa” no lograremos incidir realmente en una transformación social profunda.

7. La dispersión del movimiento feminista es una debilidad táctica. Si todas y todos los feministas luchamos por el fin del patriarcado, entonces debemos aunar las luchas por ese mismo objetivo como estrategia política. Esto significa ser capaces de coordinar nuestras acciones, apoyar las iniciativas de las diversas organizaciones y generar un amplio debate teórico y político. Muy poco lograremos actuando por separado.

8. Para vivir en una sociedad igualitaria y justa, necesitamos alcanzar la plena igualdad legal, política y social para las mujeres, es decir, que no exista ninguna discriminación basada en el género.

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