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Nacional

15 de Marzo de 2016

La sentida carta con la que Mary Rose Mc-Gill despidió a su amiga Julita Astaburuaga

"Nadie podía dejar de admirar su devoción por los cartoneros; sin alarde alguno los ayudaba material y espiritualmente, visitándolos en sus modestísimas viviendas, llevando regalos y alegría a las familias. Y luego esa misma tarde asistía a un evento social elegantísima, preciosa y con especial cuidado de no dejar a nadie sin saludar. Políticos, intelectuales y diplomáticos se acercaban a compartir sus acertadas opiniones. Ella, sonriente y feliz con ellos, pero también derrochaba esas mismas sonrisas, memoria y generosidad con los mendigos a la salida de las misas que frecuentaba cada día", recordó.

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Ayer lunes la socialité Mary Rose Mc-Gill fue la encargada de anunciar a la ciudadanía sobre la muerte a los 96 años de su amiga Julita Astaburuaga producto de un cáncer de páncreas que la aquejaba hace algún tiempo.

A través de las pantallas que le ofreció el Buenos Días A Todos, tuvo la misión de informar la partida de una de sus fieles amigas con las que a tanto evento, aventura y acontecimiento asistieron juntas.

Por tanta anécdota y hechos conservados en la memoria es que Mary Rose esta vez decidió despedir a su amiga mediante una carta publicada en El Mercurio y que a continuación te dejamos de forma íntegra:

“Señor Director:

Una mujer única, inolvidable y por sobre todo tan querible nos ha dejado para siempre.

En un mundo globalizado, presionado, sin tiempo para reflexionar, las verdaderas personalidades son casi inexistentes, y Julita Astaburuaga Larraín era precisamente eso, una personalidad arrolladora, con un señorío innato y un impresionante carisma, capaz de romper cualquier barrera, quizás el único ícono chileno de los últimos tiempos que no necesitaba presentación alguna. Bastaba decir “la Julita” y no había quién no supiera a quién correspondía ese nombre.

Durante tantísimos años de mutua amistad no dejaba de sorprenderme lo querida que era. Personas de todas las diversas condiciones sociales la saludaban con cariño y respeto, y ella -con una cualidad que hoy ya se ha perdido- respondía mirando a cada interlocutor a los ojos: jamás dejó de tener una palabra simpática y adecuada hacia cada uno de ellos.

Nadie podía dejar de admirar su devoción por los cartoneros; sin alarde alguno los ayudaba material y espiritualmente, visitándolos en sus modestísimas viviendas, llevando regalos y alegría a las familias. Y luego esa misma tarde asistía a un evento social elegantísima, preciosa y con especial cuidado de no dejar a nadie sin saludar (su proverbial memoria le impedía olvidar nombres). Políticos, intelectuales y diplomáticos se acercaban a compartir sus acertadas opiniones. Ella, sonriente y feliz con ellos, pero también derrochaba esas mismas sonrisas, memoria y generosidad con los mendigos a la salida de las misas que frecuentaba cada día.

En un país proclive a la envidia y al pelambre jamás oí a nadie decir palabra alguna en su contra; muy por el contrario, sin excepción alguna solo se hacían comentarios positivos de ella, y no hablo solamente en Santiago, sino en todas las ciudades del país.

Dispuesta a involucrarse en los emprendimientos benéficos que le presentaban, por cierto muchos la cortejaban pues se sabía que era un verdadero motor para obtener cualquier tipo de colaboración, fuera esta monetaria u otra. Su pasión era la música, sobre todo la ópera. Recuerdo su trabajo en la Corporación de Amigos del Teatro Municipal como directora de asociados. Fue tal su eficiencia que se tuvo que jibarizar la letra en el listado de socios, pues ya no cabían en las páginas de los programas del Teatro.

Como esposa de diplomático, vivió en Europa, Estados Unidos y América Latina, donde compartió con las más destacadas personalidades de la intelectualidad, la banca, el deporte y el arte; pero por sobre todo lo que ella más amaba era su querido Chile, su gente, su geografía, su diversidad.

Al leer estas palabras quizás muchos pensarán que hay exageración y mucho cariño de por medio. No es así, es la verdad exacta sobre una multifacética mujer, maravillosa, única, irrepetible e inolvidable: Julita Astaburuaga Larraín.

Mary Rose Mac-Gill”.

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