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Opinión

17 de Marzo de 2016

Columna: Huir del mal humor

Demasiado atascados con el asunto de la corrección e incorrección política, que ni siquiera distinguen o pueden definir. Un país que confunde esos términos claramente tiene problemas con sus minorías, sus pobres, sus otredades. Encima el debate estuvo gatillado por un chiste horriblemente fome y, lo peor, de mal gusto. Me niego a que esas […]

Germán Carrasco
Germán Carrasco
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humor

Demasiado atascados con el asunto de la corrección e incorrección política, que ni siquiera distinguen o pueden definir. Un país que confunde esos términos claramente tiene problemas con sus minorías, sus pobres, sus otredades. Encima el debate estuvo gatillado por un chiste horriblemente fome y, lo peor, de mal gusto. Me niego a que esas cosas entren en mi cabeza, en mis sueños, en mi mundo, sería como dedicarme a comentar una novela de Fuguet. Uno se empieza a poner selectivo y dejar la tontería fuera de su ámbito. Yo fui al altiplano, a Apamilca, una grieta en el desierto cuyo pueblo más importante es Camiña. En el momento de los comentarios por el chistorete sobre Camila Vallejo, las calles de Camiña estaban siendo inundadas por un aluvión. La quebrada se va estrechando, la grieta parece querer comerse a la gente que vive ahí. Estoy hablando de territorio chileno, pero en Santiago no sabemos una mierda de ese aluvión ni de los modos de vida de otras partes del país.

La gente del altiplano, que podría ser de cualquiera de los cuatro países que comprende su entorno desde siempre, habla despacio, trabaja mucho y muy temprano. Vive casi sin agua. En la mañana andan con sombreros y cargando alfalfa, fardos de zanahorias y ajo, parecen japoneses de algún filme de Ozu o de los dibujos animados de Miyazaki. Aunque tienen ese humor autodefensivo del campesino. “¿Cuánto sale el bus?”, le pregunto. “¿No me diga que se quiere comprar el bus?”, me contesta. Luego trenza un ajo ahí mismo y nos lo regala.

El humor campesino como defensa del abuso patronal es la base de la antipoesía parriana, que tampoco me hace gracia alguna, aunque cuando uno diga esto le caigan encima, me da lo mismo: el juego de palabras, los significantes ambiguos y resbaladizos como una piedra con musgo que el huaso no va a pisar pero el que no conoce el río sí va a pisar, cayendo al agua. Pero estamos en el norte: este año habrá más escasez de agua, más atropellos de la minería. Quizás el desierto y la escasez tengan algo que ver con la adoración a la Pachamama, pensé: Pachamama, te suplicamos que nos des algo de tus frutos, sólo para sobrevivir. Y en la misma región, Alto Hospicio y su incógnita que ningún detective salvaje ha descifrado aún: tráfico de órganos, las vendieron y están vivas, la prensa cómplice. Este país no se puede dar el lujo de ser políticamente incorrecto. Es demasiado facho y obtuso, demasiado poco ilustrado, tiene los parámetros demasiado corridos. ¿Algún día se sabrá lo de las niñas de Hospicio? Probablemente no.

En el viento de Pisagua que no deja cocinar ni dormir ni nada sino prestarle atención, recordé un poema de Gonzalo Rojas que habla de los letrados, de los mateos pajeros, y me parece que también se puede aplicar en el caso del humor: “Lo prostituyen todo (…) Yo los quisiera ver en los mares del sur / una noche de viento real, con la cabeza / vaciada en frío, oliendo / la soledad del mundo, sin luna, / sin explicación posible, / fumando en el terror del desamparo”.

Ese altiplano fue el lugar al que decidí ir para saltarme el festival. De la teletón y del festival es difícil huir, porque una tele te puede cogotear en cualquier schopería, en un taxi, en todas partes. En Pisagua, una cárcel natural donde hubo dolor desde siempre pero donde también vive gente, hay una escuela, niños contentos jugando fútbol y gente comiendo mariscos (los erizos baratísimos, la “picá pisagüina” al lado de la multicancha está buenísima), y si se sabe caminar hay playas primitivas y virginales en donde uno puede bañarse empelota rodeado de cormoranes, griterío de gaviotas (¿se ríen?) y pelícanos salvajes que no son como los del litoral central, domesticados por las sobras. Y acantilados que trekeamos con sumo cuidado: hubo mucha muerte en ese lugar, caminamos con esa conciencia. Desembarco de pelados para la guerra del Pacífico, presos durante la ley maldita y lo de los homosexuales arrojados al mar, que según muchos historiadores no está comprobado pero de solo imaginar a una pobre loca gritando de dolor cuando la tiran amarrada a un riel o algo así, uno siente escalofríos y piensa en el infierno que se repitió después con los presos políticos. Nos dijeron que en la cárcel se sienten gritos, que penan brígido. Pisagua y sus acantilados y muertos, ahí cobra mucho más sentido la lectura de Zurita.

Pero así como un país debe tener sus poetas, sus narradores, sus ensayistas (en español llano quiera Dios), también debe tener gente que haga buen humor. Alguien que más o menos analice la situación, que se manche las manos con la tele aunque se enrede o se mande una cagada cada tanto en el análisis. Con la llegada de la democracia, mucha gente sintió la obligación de reírse y aparecieron varias cosas, algunas creativas e inteligentes, aunque también muchísima estupidez. Conocí a un hijo de exiliados que se obligaba a payasear sin la menor gracia e inventó lo de lanzar poemas desde helicópteros. No sé cómo les financian esas giladas, deberían ir a los lugares abandonados de Dios en esta parte del mundo en vez de andar hueviando en Europa gastando plata. No creo que haya cosa más desequilibrante y tóxico que una risa forzada. Yo me río todo el día y muchas veces de tonteras, pero me crié en dictadura y el humor mediático me recuerda esos tiempos, cuando ustedes estaban en París, sufriendo pero en París, sin milicos como directores de colegio, sin Kreutzberger humillando gente todo el santo día y sin el Jappening y todo ese humor que era una sucursal del infierno.

El humor de hoy todavía es heredero directo de esos tiempos. Y un chiste malo, al parecer, provoca análisis malos. Gumucio opinó porque se atreve a mancharse las manos con la realidad y alguien tiene que hacer la pega sucia de leer los medios y comentarlos, pero generó lo que genera un chiste malo. Encima tuvo la mala cueva de coincidir con el crimen de las dos niñas argentinas en Ecuador, de manera que el horno no estaba ni en pedo para bollos de género. En tanto, los humoristas hacen la misma de siempre. ¿No pueden pagarle a un equipo de guionistas con dos dedos de frente, tomar unas cervezas, revisar la prensa, la realidad y hacer una cosa medianamente inteligente que haga reír? Porque debe haber crítica, literatura, pero también humor, y ojalá bueno.

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