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Opinión

24 de Marzo de 2016

Columna: Ricardo Lagos, entre luces y sombras

Termina su Gobierno con alta aprobación y deja a la primera mujer en la historia chilena como jefa de Estado, entonces se dedica a escribir, dar charlas como ex presidente y sigue interviniendo en política contingente, opinando, bendiciendo, pontificando.

Cristián Pérez*
Cristián Pérez*
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ricardo lagos escobaar

Pocos días atrás, en tono áspero como acostumbra, el ex presidente en radio “ADN” les ha dicho a los diputados que han sido dirigentes estudiantiles y que se oponen a su candidatura, que “si leen libros de historia sabrán lo que hizo el señor Lagos antes”. Es posible que piense que si estos conocieran su obra cambiarían de opinión y lo apoyarían.

El ex primer mandatario comenzó a ser quien es hoy en 1962 cuando redacta su memoria para obtener el grado de Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile, “La concentración del poder económico. Su teoría. La realidad chilena”. Esta fue transformada en libro que causó gran impacto en los intelectuales izquierdistas porque analizaba en el caso de Chile cómo se realizaba el proceso de concentración del capital que había sido enunciado por Carlos Marx. Lagos desnudaba a los grupos económicos nacionales que detentaban la riqueza y el control de la economía. Era una crítica tremenda a algunas familias que acumulaban riquezas y que debido a eso determinaban las políticas públicas y el destino del país. En ese tiempo militaba en el Partido Radical y era un joven talentoso al que se le auguraba un gran futuro.

Lagos estudió en el Instituto Nacional y en la Universidad de Chile donde cursó al mismo tiempo Derecho y Economía. En aquellos años la casa de estudios era “la universidad” en el sentido literal de la palabra. Después la reforma dictatorial de las universidades a comienzos de los 80, la dejó a merced del mercado con mayúsculas como lo creen los hijos chilenos de Milton Friedman y Friedrich August von Hayek, desde donde hoy va saliendo. En esa misma época, Edgardo Böeninger, quién como Rector de la Universidad de Chile fue un intransigente opositor a Allende, y después se convirtió en el mayor ideólogo de la transición aylwinista a la democracia, era uno de los mejores alumnos de Ingeniería, sin asistir a clases.

Después del golpe militar del 11 de septiembre los partidarios de Allende fueron encarcelados, asesinados, enviados al ostracismo (el mayor castigo según los griegos antiguos); pocos se quedaron en el país para articular las direcciones clandestinas de los partidos perseguidos. A muchos de estos les costó la vida. Entre los que en clandestinidad rearticulaban las organizaciones para oponerse a la Dictadura no se encontraba Ricardo Lagos, aunque era un militante pasivo del Partido Socialista. El futuro presidente se desempeñaba en cargos de organismos internacionales, y se declaraba suizo, no porque viviera en ese país sino porque en las disputas internas de los socialistas no participaba. Por hacer declaraciones a medios internacionales que no iban en la línea el Comité Central clandestino del PS, fue expulsado del partido y al poco tiempo lo reincorporaron. Lagos ya miraba desde arriba sin importar lo que dijera su organización. Era como diríamos hoy un díscolo.

A partir de 1983 cuando la crisis económica golpea fuerte al país, el producto nacional se viene al suelo, la cesantía alcanza récord, el hambre asola las poblaciones mientras cientos de miles de jóvenes quedan “pateando piedras” en la esquina como cantaron “Los Prisioneros”. Lagos se transforma en opositor decidido y valiente. A consecuencia del atentado contra Pinochet en 1986, es detenido por detectives que llegan a buscarlo antes que la CNI. Con seguridad por eso salva su vida porque no tiene la misma fortuna el periodista José ‘Pepone’ Carrasco, que es sacado de su casa y asesinado en venganza por la muerte de los escoltas del General.

Poco tiempo después, invitado a un programa político de Canal 13, no acepta callarse expresando que habla por años de silencio y, posteriormente, en un spot de la franja del NO, se le ve joven y desafiante apuntando con el dedo al mismísimo general Pinochet. Es su momento cumbre.

A fines de 1988 el Plebiscito determina que habrá elecciones al año siguiente. Patricio Aylwin, aquel intransigente antagonista a Allende, el mismo que afirmaba que la Unidad Popular conducía al país a la dictadura comunista, es elegido para representar a la oposición. Lagos espera, tiene paciencia, le sobran inteligencia y astucia, se presenta como candidato a senador por Santiago poniente. Debe ganar, pero como todos los humanos, se equivoca porque sintiéndose seguro casi no hace campaña dedicándose a apoyar a otros candidatos, dándole oportunidad a Andrés Zaldívar -quien por estos días se opone a la huelga sin reemplazo-, aquel que en 1970 como ministro de hacienda de Frei Montalva hizo el discurso golpista, que sostenía que el país estaba sumido en un caos económico porque Salvador Allende había ganado la elección- lo derrotara.

Lagos ejerce como ministro de Educación. Su obra más interesante es la intervención en las 900 escuelas con peor registro del SIMCE, para mejorar la formación de los que menos tienen.

Poco tiempo después compite en una primaria presidencial contra Eduardo Frei Ruiz-Tagle. No tiene opciones de ganar y lo sabe, pero recorrer el país y sentir el cariño de la gente, lo deja bien posesionado. En ese gobierno se desempeña como Ministro de Obras Públicas. Como tal se opone a firmar el decreto que crea el penal de Punta Peuco como cárcel especial para militares condenados por violaciones de Derechos Humanos y crímenes contra la Humanidad. Su carácter terco y difícil de doblegar aparece en toda su magnitud en este episodio; es un anticipo de lo que vendrá.

Hernán del Canto, el ex ministro del Interior de Allende y amigo de Lagos, cuenta en sus memorias que en 1999, cuando era candidato a la presidencia de Chile, le costaba relacionarse con la gente, saludar de beso a la dueña de casa, entrar a las viviendas como hacía Allende. Sostiene que Lagos era tímido, que por esa razón habla fuerte y golpeado. La elección es estrecha, en la primera vuelta solo triunfa por 8.000 votos. Esa noche habla desde el Hotel Carrera a los pocos partidarios que esperan sus palabras, expresando “he escuchado la voz del pueblo”. Hay cambio en los equipos de campaña y vence con el apoyo de los comunistas que votan, como mal menor, masívamente por él.

Siendo presidente fomenta la campaña de obras públicas concesionadas que había empezado como ministro, por la que se construyen modernas carreteras, mejora la infraestructura de puertos y aeropuertos, de pasos fronterizos. Los empresarios que al principio desconfiaban comienzan a estimarlo. Es un hombre de Estado, dicen. Le interesa el futuro del país, es de izquierda pero de una moderna que sabe de la importancia del mercado, de la inversión extranjera, del crecimiento como único vehículo para el desarrollo. También auspicia la cultura, y en varias ocasiones se realizan charlas de notables intelectuales en La Moneda, donde asiste en primera fila. Está en su salsa.

Pero Lagos el estadista, piensa que debe hacer algo más para pasar a la historia, de la que muy consciente está que su juicio es el único que importa porque es definitivo e inapelable: se propone legitimar la Constitución de 1980. Para ello, negocia con Pablo Longueira, el hombre de estado de la derecha, y coinciden en realizar modificaciones a la Carta que no termina con el sello dictatorial. En un acto solemne le pone su firma -ya no estará la de Pinochet- pero olvida que el origen de esa Constitución es espurio porque no fue hecha por el pueblo -quien detenta en última instancia la soberanía nacional- ni ratificada por este, y se equivocó porque su cargo de Presidente no le daba legitimidad para hacerlo.

Termina su Gobierno con alta aprobación y deja a la primera mujer en la historia chilena como jefa de Estado, entonces se dedica a escribir, dar charlas como ex presidente y sigue interviniendo en política contingente, opinando, bendiciendo, pontificando.

No sé ni puedo saber si Ricardo Lagos Escobar volverá a ser presidente de Chile. En los últimos cien años algunos han repetido: Arturo Alessandri, Carlos Ibáñez del Campo -aunque la primera vez no fue elegido democráticamente- y Michelle Bachelet; otros como Jorge Alessandri y Eduardo Frei Ruiz-Tagle lo intentaron y fracasaron.

El pueblo tendrá la última palabra. Solo espero que las luces sean mucho más que las sombras.

*Cristián Pérez es Historiador de la Facultad de Comunicación y Letras de la Universidad Diego Portales.

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